sábado, julio 29, 2006

Descalzo por la Gran Vía

Sí, queridos míos, estoy perdido. Tengo 30 años por delante para pagar una bonita hipoteca, y lo más inmediato es buscar muebles de cartón-piedra, atrezzo general, para vestir paredes y suelo. Y tengo que buscar inquilinos, si quiero seguir llevando zapatos. Bueno, por el momento, me bastaría con poder seguir llevando chanclas. Ayer, al volver de una suave noche de farra, en la que me encontré a ese tipo de gente que responde a la pregunta de Eric Berne: ¿Qué dice Vd. después de decir hola? con una frase que es todo elegancia: “Tío, es que a mí se me está poniendo dura”, rompí el enganche de una de las chanclas. No había otra opción que quitárselas, ponerlas debajo del brazo y recorrer la Gran Vía descalzo por el no-parque. Afortunadamente llegamos al coche sin accidentes y me dejaron a la puerta de casa vivo pero con los pies tan negros que a De Gaulle le habrían dado ganas de olvidarme en Argelia. En todo este tiempo de silencio, mi vida se ha visto coloreada fundamentalmente por toda la gama de los grises, desde el gris rata al gris peltre, pasando por el gris zarigüeya, el gris ceniza o el gris perla. Pero también ha habido momentos de color, paseos encantadores por La Alhambra, tardes en sus jardines en los que no había nadie –solos Zola y yo-; llamadas de los amigos que me anuncian viajes a Zanzíbar –en unos días repondré mi especiario-, Italia o, más por casa, Marbeille; tengo nuevos libros que me esperan, entre ellos el último de Paul Auster; he recibido una preciosa colección de tarjetas que me cuentan un viaje por Turquía, y los pequeños de la casa me han planteado preguntas que nunca más seré capaz de plantear, por su pertinencia, su espontaneidad y su economía de lenguaje. Hay montones de historias que lamentar; la más grave, la nueva guerra, ya sin paripés de ningún tipo, en el Líbano; la sequía y la ausencia total de conciencia en España para un consumo responsable del agua (en mi terruño, en cuanto sabes sumar un euro y otro euro, te construyes una piscina en la casa que has diseñado tú mismo con un gusto solo comparable al del estilismo que llevas; ver a esa gente en bañador mientras se desplazan para comprar un pollo asado en la plaza es claramente una imagen inequívoca del Apocalipsis); campos de golf en semidesiertos; corrupción económica, fiebre desaforada por el ladrillo y en general por la especulación inmobiliaria, que se está cargando el litoral y las vegas –yo no sé para qué sirven las cárceles-; y mucho más. Pero al final de todo, cuando crees que vas a ahogarte esta vez sin remisión, tu familia te sorprende hablando el mismo lenguaje, y no das crédito. Como es una familia de ciertas dimensiones, hay algunos riesgos de nubarrones si no eres capaz de poner las cosas en su sitio, con dos frases bien dichas. Pero pesa más el sentido común, y bueno, ya sobrevivirás. ¡Feliz fin de semana!