Samedi soir sur la terre es una preciosa canción de Francis Cabrel que cuenta simplemente una historia de amor. Otra más, entre las muchas que se cuentan. Pero con estilo. El disco, que lleva el mismo título, está muy bien. Salió en 1993. Incluye una canción titulada Octobre de la que Luz Casal hizo el año pasado una versión igualmente bonita.
¿Y qué es el estilo? Pues el estilo está en todo lo que a mí me habría gustado escribir antes de que lo hicieran los demás. Sencillamente. Todo lo que aborrezco carece por completo de estilo; sin ir más lejos, la mayor parte de las páginas en las que se malgasta el papel hoy. Por no hablar de los locutores de radio que siguen utilizando “en esta nueva singladura”, “en nuestra andadura” o “espectáculo dantesco”. O que presentan a un invitado diciendo: “Hoy vamos a hablar con Fulanito. Y no solo vamos a hablar con Fulanito, sino que también vamos a hablar de Fulanito”. En estos casos y en otros igualmente graves –por ejemplo, en cualquier línea firmada por Andrés Cárdenas o por Juan Cruz-, la falta de estilo debería acarrear inmediatamente la actuación judicial de oficio e inhabilitar para cualquier tipo de manifestación pública.
Pero en medio de tanta mediocridad, uno lee trabajos bien hechos, trabajos para los que sus autores se han tomado la molestia de documentarse y de saber primero de qué tenían que escribir. Y, entre esos trabajos, este samedi soir sur la terre he leído un artículo de Rosa Aneiros titulado La manzana que mordió Adán (“El País", 29 de agosto) sobre la figura del escritor gallego Eduardo Blanco Amor. De Blanco Amor no he leído nada, aunque ya lo tenía en mi lista. Ahora será el primer autor que buscaré en la librería el lunes.
El otro texto que me ha gustado es una entrevista a Gore Vidal. A Gore Vidal, quien afortunadamente ya tiene casi listo su segundo volumen de memorias, le gusta explotar su faceta de provocador, una etiqueta que lleva con cierta jactancia. Por eso para él EUA significa Estados Unidos de Amnesia, y a denunciar estas siglas se dedica desde el 11-S. También dice que Freud ha hecho un mal irremediable a la literatura americana, un hecho al que respondió Saul Bellow con su obra El último análisis, una pequeña obra maestra hilarante.
“Creo que mi país comienza a parecerse a una teocracia. A través de la televisión, los evangelistas recaudan fondos considerables que invierten enseguida con el fin de elegir oscurantistas retrasados. Como no hay sistema de educación pública, la gran mayoría de mis conciudadanos son de una ignorancia que da miedo. No saben dónde está Irak. (...) El país pertenece a un puñado de hombres que controlan los medios. Tome General Electric. Produce armas nucleares para el Pentágono y posee la cadena de cable NBC News. Ahí hay un aparato de censura sofisticado....”
“La democracia es algo que Norteamérica nunca ha practicado realmente”.
- “Dentro de cien años, ¿qué le gustaría que leyeran los estadounidenses, sus novelas o sus ensayos?
- El alfabeto. Me conformo con que sean capaces de leer el alfabeto. No soy muy ambicioso"
En fin, no es que ahora pueda escribir una historia de amor este sábado por la tarde –ni con estilo ni sin él-, pero me consuela encontrar entre los papeles que guardo de toda la semana otras historias que me hacen mirar adelante y volver a creer que no todo está perdido, que no todo es tan feo y, sobre todo, que siempre habrá quien tenga cosas interesantes que decir.
Quiero tener un recuerdo para todas esas personas, negras y pobres en su mayoría -y también para los que no lo son, claro-, que lo han perdido todo en Nueva Orleans y otras ciudades cercanas. Que pase algo así en Haití, bueno, a nadie sorprende ya, pero que pase en el país más rico de este mundo es casi increíble. Pero las fotos y las crónicas están ahí.