sábado, noviembre 19, 2005

Yo me quedo con los Álvarez Quintero

Me tengo por alguien especialmente abierto a propuestas de variada índole que no interesan a los masa-media (en boca de Chus Lampreave), o que interesan solo a medios minoritarios. Normalmente, participar de ellas me obliga a hacerlo en solitario y a invertir un esfuerzo, por ejemplo, atravesar de parte a parte la ciudad o incluso tener que desplazarme a un pueblucho sin saber bien cómo volveré de allí a altas horas de la madrugada –no estoy motorizado. Durante años, he visto películas tan minoritarias que en algún caso fueron proyectadas solo para mí. He ido a ver algunas sabiendo por anticipado que no me iban a gustar, pero me daba pena de que no las viera nadie y entonces yo iba en solidaridad con todos los que han participado en ellas, porque sé que cuesta mucho hacer, y sobre todo estrenar, una película. He visto películas horribles (Jara) solo por ver un rato a Ángela Molina, mi actriz favorita, a Sharon Stone, a Jessica Lange o a Carmen Maura. Y he leído cómics presumidamente alternativos (y que no me interesaban en absoluto) o he visitado exposiciones decepcionantes para apoyar a mis amigos o conocidos. Y de todo ello luego me he convertido en combativo portavoz. Recuerdo que un día leí en la Agenda de un periódico que Leni Riefenstalh iba a participar dentro de un ciclo de un ciclo de conferencias organizado por una Asociación Feminista del barrio de Ventas, en Madrid. Claro, aquello me pareció algo insólito, un viaje en la máquina del tiempo, de la historia y de la momificación. Creo que fue por entonces cuando Leni, la pobre, a sus noventa y tantos años, acababa de salir ilesa de un accidente de avión. Y además, si habíamos llegado ya al estadio en que las marujas de barrio reivindicaban la figura de alguien como Leni, por su hiperactividad, sus innovaciones en el campo de los documentales deportivos, sus contactos con los negrazos de las tribus africanas más espectaculares, su poderío en la natación y su capacidad para salir más o menos indemne tras los coqueteos con Adolfito Hitler (q.e.p.d., nuevamente en boca de Chus L.), pues bien, si estábamos ya en ese punto, eso quería decir que habíamos recorrido un largo (y tortuoso) tramo del camino. Claro, llegué a aquella sede de la asociación, ubicada en una infame peluquería de barrio, muy cerca de la productora de Almodóvar, y allí Leni no había llegado ni tenía ninguna intención de hacerlo. Lo único que me encontré fue a una serie de marujas realmente militantes del look cabaretera, enfundadas en chándales, haciendo círculo en torno a una estufa catalítica. Comprendí de inmediato que la realidad no podía haber dado el vuelco que yo había imaginado de la noche a la mañana. Otro día me fui a ver una película cubana (Nada +) programada en un ciclo de cine hispano en unos cines que están en un centro comercial en medio de ninguna parte. Los horarios de autobús que te devolvían a la civilización estaban matemáticamente coordinados con los horarios del Carrefour del centro, pero no con los del cine. Así que cuando salí de la película, que me gustó bastante, me tuve que poner en la puerta para pedirle a un desconocido que me devolviera, por caridad, a terreno conocido. Pero a pesar estas y otras muchas experiencias, no aprendo. Así que el jueves pasado me fui a ver una obra de teatro que una amiga me había presentado como polémica y por supuesto muy minoritaria. Fui con ella, que conocía a alguien dentro del equipo artístico. Luego, una vez allí, encontré a más gente conocida. No voy a decir el título de la obra, y mucho menos voy a delatar al autor. Solo diré que hacía mucho que no había visto algo tan pretencioso como aquello. El escenario estaba compuesto por un breve andamio, cuatro focos en el suelo y dos pares de zapatos de tacón, uno a cada lado. En el fondo se proyectan una especie de grabados de primeros planos de dos mujeres. Las protagonistas son dos chicas en bragas y sujetador (con muy buena figura; que se atrevieran a salir así fue lo que más me gustó). En dos momentos de los 40 minutos de representación sale una violinista (que se podía haber quedado mucho más rato, la verdad). Las chicas empiezan a decir (o gritar) una serie de frases tan profundas como inconexas y abstractas (eufemismo para decir delirantes y pretenciosas hasta decir basta). Llegados a un punto, uno de los focos, a 20 cms. de ellas, que están tumbadas en el suelo a punto de enrollarse, empieza a echar humo. Y más humo. Y de pronto se ve una llamita. Claro, el murmullo en la sala es general. “Ese foco echa humo” "¿No ves que hay una llama detrás?". Algunos se angustian y, desde diferentes puntos de la sala, se levantan para pedirle a alguien que tome medidas antes de que todos salgamos ardiendo como teas. Y entonces, cuando un personaje le está metiendo mano al otro, se produce el mejor momento de la obra, que tiene lugar justo a mi lado. Mi vecina de asiento, vecina del barrio y, a lo que se ve, miembro de la asociación de mujeres, le pregunta a su compañera: - ¿Y eso qué quiere decir? - ¿A mí me lo vas a preguntar? ¡Vaya, para una cosa que estaba clara…! Por fin, apagan dos de los cuatro focos, cesa el humo y desaparece la llamita. Y entonces una de las chicas grita (o grazna): “Prefiero morir de SIDA que de ataxia”. Y es ahí cuando yo sufro una embolia y no me caigo al suelo porque estoy sentado. Cuando recupero mi ser, las chicas se callan y el público se mira entre sí sin atreverse a aplaudir, a patear el piso, a salir huyendo, o a lanzarse contra los responsables de semejante bodrio. Todo esto propuesto en un centro cultural de un barrio muy popular. Definitivamente, la realidad supera al porno. Si esto es teatro experimental, pues, en lo que a mí concierne, francamente estoy dispuesto a defender en televisión a los hermanos Álvarez Quintero.

domingo, noviembre 06, 2005

X

Como si me metamorfoseara en Silvia Jato (con su mismo pelo negro azabache y una sonrisa prácticamente del tamaño del buque escuela Juan Sebastián Elcano reforzada por unos ojos a punto de escapársele de las órbitas), con la X se me ocurren varias posibilidades: 1. “X es una letra del alfabeto que se presta fácilmente, o con gran dificultad, a este tipo de juego. Prometo no volver a intentarlo”. Tía Fran Lebowitz.
2. X, así de escueto, en consonancia con el número de personas que acudieron a ver la película, supuso el debut en la dirección de cine de un guionista: Luis Marías. El elenco de actores era más que interesante: Antonio Resines -muy trabajador-, Esperanza Roy –una de las grandes, siempre-, Roberto Enríquez –más que guapo-, Marta Belaustegui –que a la chita callando ya tiene un carrerón detrás-… Por desgracia para todos ellos –no para mí, que no tengo nada que ver en la producción-, nadie fue a ver esta película.
3. Por seguir con el mismo apellido, Marías, pero ahora Javier, de su libro Cuando fui mortal: “El dolor propio no es que se pueda, se tiene que soportar, pero lo que no se puede es pedir que asistamos al que se inflige a sí mismo el otro, porque nunca veremos su necesidad.” (…) “… el espectáculo de la adoración no es nunca agradable de contemplar, menos aún si el que adora es alguien a quien se tiene aprecio: inspira pudor, da vergüenza,…”.
4. Llámalo X. Es una muletilla de la que afortunadamente yo NO hago uso (teniendo en cuenta que hago uso de una infinidad de ellas: ay, no sé; fenomenal, para nada y… de altos coturnos). Cuando alguien me dice que llame equis a algo, me dan ganas de ir un poco más lejos y adherirlo a una de ellas. Si ya completan la orden con otras posibilidades: “… llámalo X, Y o Z", entonces me dan ganas de autoinmolarme en una cruz.
5. Al señor X de los GAL lo dejaremos por el momento en ese limbo en que se encuentra.

martes, noviembre 01, 2005

Without you

de Adrian Henry Without you every morning would be like going back to work after holiday, Without you I couldn’t stand the smell of the East Lancs Road, Without you ghost ferries would cross the Mersey manned by skeleton crews, Without you I’d probably feel happy and have more money And time and nothing to do with it, Without you I’d have to leave my stillborn poems on other People’s doorsteps, wappred in brown paper, Without you thwre’d never be sauce to put on sausage Butties, Without you plastic flowers in shop windows would just be Plastic flowers in shop windows Without you I’d spend my summers picking morosely over The remains of train crashes, Without you white birds would wrench themselves free From my paintings and fly off dripping blood into the Night, Without you Mothers wouldn’t let their children play out After tea, Without you you every musician in the world would forget how To play the blues, Without you you Public Houses would be public again, Without you the Sunday Times colour supplement would Como out in black-and-white, Without you indifferent colonels would shrug their shoulders And press the button, Without you they’d stop changing the flowers in Piccadilly Gardens, Without you Clark Kent would forget how to become Superman, Without you Sunshine Breakfast would only consist of Cornflakes, Without you there’d be no colour in Magic colouring books Without you Mahler’s 8th would only be performed by Street musicians in derelict houses, Without you they’d forget to put the salt in every packet of Crisps, Without you it would be an offence punishable by a fine of Up to 200 or two months imprisonnent to be found in Possession of curry powder, Without you riot police are massing in quiet sidestreets, Without you all streets would be one-way the other way, Without you there’d be no one not to kiss good-night when We quarrel, Without you the first martian to land would turn round and Go away again, Without you they’d forget to change the weather, Without you blind men would sell unlucky heather, Without you there would be No landscapes No station No houses No chishops No quiet villages No seagulls on beaches No hopscotch on pavements No night No morning There’d be no city no country Without you