Hubo un tiempo en que recordaba las fechas de cumpleaños sin esfuerzo. Me lo decían, me enteraba por casualidad en el hilo de una conversación, y se me quedaba grabado para los restos. Todavía recuerdo fechas de cumpleaños de personas cuya cara, Deo Gratias, el tiempo ha difuminado. De otras, en cambio, lo recuerdo todo: el brillo del pelo rubio, los ojos azules, el gesto de su mirada cuando iban a decir algo sarcástico, sus comodines de fin de frase y su cumpleaños: 6 de octubre de 1969.
Hay personas con las que solo hablo una vez al año, el día de su aniversario. Es una más de esas rutinas a las que nos entregamos por una razón o por otra. Y algo se rompe, algo chirría, si por una razón o por otra se me olvida enviarle un señal, un sms, un correo, una tarjeta. Normalmente me ocurre cuando estoy fuera de mi quehaceres diarios: cuando he salido de fin de semana, cuando no he dormido en casa, etc. También ocurre que la vida se va complicando cada vez más y que voy perdiendo cualidades. No me ha servido nunca para ligar recordar la fecha de un cumpleaños; de hecho, no me ha servido para nada, pero al menos era algo que yo controlaba. Ahora se me escapa a veces. Bueno.
Pero cuando eso no ocurre, entonces el día en cuestión se convierte en otra manera de estar con el amigo, con mi madre, con mis hermanos, con la persona que quiero. Desde que me levanto, esa persona me acompaña. En lugar de pensar que se trata del lunes 4 de diciembre, hoy para mí es el cumpleaños de... Me lo imagino en Londres, en Chicago, en Madrid, en París o aquí al lado; me pregunto qué hará durante el día. ¿Le apetecerá festejarlo? Me imagino qué le propondría yo si estuviera en mi ciudad: una excursión a la sierra, una cita en alguno de los últimos bares que he descubierto, una cena-delicatessen en un mesón que ha convertido su nombre en poesía; unos mojitos en algún bar con música en vivo; una cena en casa para mezclar a gente diversa -esta opción es demasiado arriesgada: no me atrevería-...
Y así se suceden las semanas. Poco a poco unos hemos alcanzado los 34 y otros ni se sabe... Y nos empeñamos en seguir cumpliendo y cumpliendo, a veces en unas condiciones deplorables, aunque resulte politicamente incorrecto verbalizarlo. Otros en cambio llevan los 80 mejor que cualquiera lleva los 45. Es cuestión de naturalezas, o probablemente de una disposición u otra frente a la vida. Yo creo que la alegría de vivir, la ternura, el erotismo, la mirada limpia sobre las cosas ayudan bastante para alargar la vida. Voilà!