miércoles, septiembre 10, 2008

Rarezas

Lo raro es vivir: así tituló Carmen Maite Gaite uno de sus libros. En mi pueblo, decir de alguien que tiene rarezas significa que no sabes por dónde cogerlo, que tiene manías, tics, hábitos irracionales e indesmontables. Todos tenemos alguna rareza, pero cuando alguien colecciona con verdadero afán, entonces las cosas se complican, sobre todo si tienes que coexistir con la persona en cuestión.
Raro, rareza, bizarro, extraño... suena mal: tiene connotaciones peyorativas. Sin embargo, en francés "rare" no es equivalente de extraño, sino de escaso: "Je ne prends le train qu'en rares occasions". Quienes no quieren utilizar el término raro, se acogen a otro al que le otorgan una carga eufemística, aunque viene a ser lo mismo: "Fulanito es peculiar". Hay otros que directamente hacen de su capa un sayo y utilizan otro adjetivo que hemos escuchado en las películas: "genuino". Y los más descarados dan un paso más y dicen: "Fulanito es realmente auténtico". O "increíble".
En fin, todos estos calificativos en realidad no quieren decir nada, no significan nada. ¿Qué es ser raro? Una chica de unos 27 años con la que me suelo cruzar es rara: se tapa la cara blancuzca con una melenita pobrísima de un color paja y un maquillaje que parece haberle tirado su madre por la ventana antes de coger el autobús; la hechura de sus vestidos está directamente inspirada en los que lucía la actriz que anunciaba el queso suizo Maman Louise: faldones, pecho ceñido y drapeado y todo lo demás, vuelo; gasas, etc. Esta chica es rara. Y se jacta ello.
Yo también soy raro. No me gustan los ruidos y persigo el orden (un orden que en absoluto es obsesivo). Valoro y trato de poner en práctica la buena educación. Cuando me comprometo a hacer algo, trato de cumplirlo: le doy un valor a las palabras, y sobre todo a la palabra pronunciada o escrita. No tengo televisión en casa porque desde hace años me resulta ALTAMENTE contaminante (especialmente, Canal Sur, televisión o radio, tanto da, que creo que analfabetiza, entontece y embrutece). Sigo llevando pañuelos de tela en el bolsillo. Dejo pasar primero a los demás, sean hombres, mujeres o travestis. Antes de tomar la palabra, espero a que el otro termine de hablar. Y no me vale aquello de "Aquí te pillo, aquí te mato". Admiro a las personas trabajadoras, que se esfuerzan por mejorar, que observan y se interesan por lo que pasa a su alrededor, que ayudan a los otros, que no van arrasando con todo lo que hay, que no despilfarran el agua o los recursos de todos. Admiro a las personas que trabajan: estoy hasta la peineta de cuentistas. Admiro a las personas que entregan su tiempo, que son generosas. Y deseo ser eso: trabajador para mejorar mi entorno y generoso. Y admiro la cultura francesa: me gusta Francia, el francés y los franceses. Y una tarde ideal para mí tiene lugar en una terraza con vistas, como la que se ve en la foto de un hotel de Madrid. Por todo ello (y por más cosas), soy raro, bizarro, extraño, peculiar, auténtico, genuino, diferente, original, insólito, chocante. O como quieran llamarlo.