Recurrir al título de un libro, de una película o incluso de una marquesa viuda con fama de felatriz, podría parecer un tópico –de hecho, lo es-, pero la vida tiene a veces momentos tan cutres que recurrir a los tópicos es solo guardar un poco de coherencia para impedir que todo a tu alrededor salte por los aires.
¿Qué he hecho yo para merecerme tener que pasar 15 minutos viéndole la cara al artista que aporrea el cajón flamenco justo debajo de casa entre las 21h y las 23h? Pues no lo sé; tal vez, simplemente desear cobijarme debajo de un techo con unas bonitas vigas de madera, un gran recibidor, dos salones y seis balcones, tres que dan a un patio andaluz con su fuente (seca) y plantas que han conocido mejores tiempos, y tres que dan a la calle, con su bonita Funerarias S.A. enfrente, su iglesia de la Encarnación un poco más abajo, una casa en su justo punto de decadencia en la otra esquina de la plaza y que tiene un pequeño torreón en el que yo instalaría un agradable estudio. En la calle, además, un día a la semana instalan el mercado, con sus puestos de salazones, de quesos, de especias, de dulces, de ropa (a la que tendré que enfrentarme posteriormente sin poder plantear preguntas tan básicas como “¿Por qué?” o “¿Cómo te has atrevido a cruzar la puerta de tu casa así?”), de frutas y de los más variados e imaginativos artilugios.
Además, al final de la calle hay un parque, una heladería –aunque los mejores helados para mí seguirán siendo siempre los de Iglú, a unas cuantas horas de avión de donde me encuentro-, una divertida tienda de comidas y un palacio en ruinas.
En estos días, me gusta levantarme temprano porque cuando lo hago ahora ya no es de noche; está amaneciendo. Dentro de poco, todavía será de noche y lo llevaré bastante peor. Agradezco cada día cruzar esta plaza a pleno sol para dirigirme a la oficina, que está en un ático desde el que hay una vista bonita (sin ser excepcional), y en ese camino hago la previsión meteorológica del día. Estoy llamado a convertirme en el Paco Montesdeoca –citado con todo el cariño, claro- de esta miniciudad. Yo que odiaba hablar del tiempo, ahora me veo obligado a dedicarle unos cuantos minutos diarios e incluso ir más lejos: “Una mañana más el sol es el protagonista absoluto del cielo sobre Berlín. Se esperan vientos flojos de componente Norte hacia el interior. Temperaturas en ligero ascenso. La máxima prevista para hoy es de 35 grados, de los que ya hemos alcanzado 18”.
En este trabajo puedo tratar las cuestiones que estime oportunas, puedo aprovechar para plantear las preguntas que siempre quise hacer –excepto las citadas más arriba- y nunca me atreví; puedo incluso permitirme una cuota de ironía suficiente porque no tengo ningún compromiso adquirido (por ahora), etc, y estoy explorando un lado (nada salvaje) de mi vida. Y a ello le dedico casi toda mi energía últimamente. (Sobra decir que perdería el tiempo si me reservara un poco para la noche).
Pero al llegar a casa por la noche no quiero sentir que cruje el suelo que piso porque abajo están haciendo ruido ensordecedor que me impide tener una conversación por teléfono, escuchar lo que cuentan los informativos o leer a Cervantes. Ellos lo llaman arte, pero yo soy más prosaico y lo identifico como tronidos, zumbidos, jaleo, escandalera, contaminación acústica e incluso tapage, chahut o brouhaha. No voy a reproducir el tête-à-tête que tuve anoche con el sujeto citado, pero supongo que si no se aviene a razones –es decir, que concluya de ser tan creativo y tan artista debajo de mi casa a las 22h en punto, y todavía tiene que agradecerme el detalle de no ser mucho más resolutivo y exigir que mientras yo esté allí tendrá que respetar los límites permitidos de decibelios- pues tendré que ampliar mi círculo social con el personal policial de la ciudad.
“¡Ah, un uniforme! ¡Qué gran idea!” (F.L.)
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