La mañana en que cumplí 28 años me levanté con una triste noticia: el día anterior había muerto Carmen Santonja. También ese día murió Carmen Martín Gaite -ambas eran amigas y, por ejemplo, la adaptación de la serie Celia, de José Luis Borau, las unió en televisión-, pero a ella, aunque tengo la idea de que también era alguien entrañable y en algún momento me adentraré en su obra, no la sentía cercana. En cambio, Carmen Santonja, aún sin conocernos en persona, era como alguien de la familia, alguien de quien me fiaba, una persona íntegra, con una mirada y una sensibilidad especiales que me acompañan desde hace casi 10 años. Una parte de su rica creatividad está recogida en más de cien canciones a las que recurro con frecuencia. Ella fue la mitad de mi grupo favorito, Vainica Doble. Se ocupaba de las letras y hacía los coros. La música la componía Gloria van Aerssen, que también ponía la voz. También es probable que trabajaran de otra forma.
Existe un viejo libro dedicado a ellas escrito por Fernando Márquez. Está editado en la colección Los Juglares por Ediciones Júcar. Es de 1983. El texto carece por completo de estilo, pero ofrece datos interesantes que no habríamos conocido de otro modo. Y es que Vainica Doble decidió llevar una carrera musical errática porque detestaban hacer promoción. Y dar conciertos: Gloria se ponía casi enferma. Según me contó ella, cuando Miguel Bosé inauguró en TVE su interesante programa musical Séptimo de caballería, las llamó para dedicarles el primer programa. Habría sido un bombazo. O por lo menos un bombazo para mí, que es lo que cuenta. Ellas, en su línea, volvieron a decir que no. Odiaban aparecer en televisión, y para los otros medios concedían las entrevistas mínimas. Claro, las casas de discos se ponían de los nervios, y casi han tenido una diferente para cada disco. Y el gran público no las conoce. Pero una vez que las has descubierto, una vez que te han contado su primera historia, ya no quieres dormirte sin escuchar la siguiente. Y otra más. Y otra. Se convierten en una compañía para siempre.
Había oído hablar de Vainica Doble, pero nunca las había escuchado. Permanecían –como sigue ocurriendo ahora- como patrimonio de un reducido grupo de seguidores incondicionales, muchos de los cuales son más que conocidos; Fernando Márquez, el Zurdo, incluyó un comentario de algunos de ellos en su libro. Me refiero a Jaime Chávarri, José Manuel Caballero Bonald, Luis Eduardo Aute, Jaime de Armiñán o Luis de Pablos. Curiosamente, tuvieron una cierta popularidad por delegación: Sergio y Estíbaliz hicieron versiones de dos de sus canciones, Déjame vivir con alegría y Un siseñor con las patas verdes.
Cuando yo descubrí sus canciones, sus discos no existían en las tiendas. Tenía un par de casetes que me había grabado el amigo de una amiga. Un día encontré por azar en el Rastro un casete original de El eslabón perdido. Pero a los pocos meses –oh, maravilla- se reeditaron en CD varios de sus discos, y el primero que me compré fue Heliotropo. De este disco, las canciones que más me gustaron enseguida fueron El pabú –que no tenía ni idea de lo que era; luego me enteré de que así llamaban en Madrid a los primeros coches de motor, y había otros más grandes a los que llamaban haiga- y la Habanera del primer amor. ¡Qué milagro descubrir algo que llega a emocionarte, algo que te lleva por un camino mágico poco a poco, algo que vas comprendiendo enseguida, algo que capta tu atención! Es un claro reflejo del genio del artista, y un ejemplo de la comunicación.
Luego fueron apareciendo otros discos y los fui comprando. Intentaba darlas a conocer en mi círculo, con escasa fortuna, debo confesar. Intentaba hacerles aprender a los pequeños de la casa algunas canciones como Guru Zakun Kin Kon, que me parece una canción hermosísima que refleja muy bien el espíritu colonizador y agresivo de gran parte del género humano, y que renueva las ganas de emigrar a Venus, o La ballena azul. Tengo que admitir que no lo he logrado, y a estas alturas he tirado la toalla.
Y me he pasado muchos años preparando el arroz de los domingos mientras cantaba del derecho y al bies:
“- Siempre que vuelves a casa me pillas en la cocina embadurnada de harina, con las manos en la masa.
- Niña, no quiero platos finos, vengo del trabajo y no me apetece pato chino. A ver si me aliñas un gazpacho con su ajo y su pepino.
- Papas con arroz, bonito con tomate, cochifrito… ” Es la banda sonora del programa de los 80, pionero en su género, presentado por Elena Santonja: Con las manos en la masa. Junto a Gloria canta Joaquín Sabina.
Me emocionó escuchar una canción dedicada a un niño mariquita: El rey de la casa, basado en un referente con nombre y apellidos, un vecinito de un veraneo en Galicia. En Navidad, junto a un villancico de La Macanita, que aparece en Flamenco de Carlos Saura, en casa cantamos el ¡Oh, Jesús! Y muchos días de soledad la banda sonora de mi vida la marca una canción que se llama Un metro cuadrado. No se necesita mucho más de lo que dice esta canción para ser (modestamente) feliz: una guitarra, los cuentos de Calleja, una parra que te dé sombra:
“… que la gente sepa que todo eso es mío y nadie se atreva a entrar sin permiso… Un metro cuadrado sembrado de hierba… un libro en las manos, con estampas viejas, sus cantos dorados, cuentos de Calleja… Sobre mi cabeza se ve el cielo mío, todo el cielo propio, y podré mirarlo sin pedir permiso con un telescopio…”
Cuando ya creía que había escuchado todo lo que tenían publicado hasta entonces, encontré un disco que me faltaba: Contracorriente (1976). Lo escuché en la terraza, al sol, una mañana mientras desayunaba, y se me hizo un nudo en la garganta que luego se transformó en un llanto de alegría cuando descubrí una canción desconocida preciosa: Eso no lo manda nadie, una adaptación de una canción popular instrumentada con un sitar. Todo lo que dice la canción es:
“Y a mí me podrán mandar a servir a Dios y al rey, pero quitarme a tu persona eso no lo manda nadie”
Y están las Cartas de amor, y Taquicardia:
“Doctor, hágame un electrocardiograma porque tengo delicado el corazón. Ay, qué palpitación, cómo late mi corazón. Sístole, diástole. ¿Dónde está ese médico de guardia para que me cure esta taquicardia?”
Y está, por supuesto, Pasos en falso, que refleja perfectamente lo que yo hago a cada momento. "Por intentar detenerte, voy dando pasos en falso. No me acostumbro a perderte, pero todo lo que hago tratando de evitar tu alejamiento es un desesperado y triste intento".
O la historia de Mi alumno, el flirt entre una profesora de piano que se pone atómica con su joven alumno, que tampoco le va a la zaga. La funcionaria ilustra el estado en que se encuentra medio país, aquellos que desearon ser funcionarios y luego se vieron sepultados entre legajos. (Otros tiraron por la calle de en medio y se han pasado la vida sin dar un palo al agua; en todas partes los hay demasiado listos). Carlos Berlanga hizo una versión de esta canción que aparece en su disco Indicios. Ellas le hicieron los coros, y quedaron muy contentas con el resultado. No es nada sencillo hacer una versión decente de una canción de Vainica Doble. (Sin embargo, me parece bastante digna la versión de Marcela Morelo de la Habanera del primer amor).
Después de 13 años sin grabar, en los que siguieron componiendo bandas sonoras para Jaime de Armiñán, entre otros, y canciones para Luz Casal –Rufino es una canción de Carmen Santonja; y con Lo eres todo ganaron el premio Ondas a la Mejor Composición; Gloria me dijo que para entregarles el premio se acordaron de avisarlas la noche anterior, y que tenían que coger un avión hasta Barcelona, así que pasaron del premio- , en 1997 se produjo todo un acontecimiento: Vainica Doble sacaba nuevo disco. Lo titularon Carbono 14 –por entonces rondaban los 65 años: estaban perfectas para someterse a esta sencilla prueba-, y la casa de discos lo presentó por todo lo alto en el Palacio de Gaviria de Madrid, con el Gran Wyoming como maestro de ceremonias. A ellas no les quedó más remedio que asistir. Pero se arrepintieron de volver en aquellas condiciones: Gloria contaba que los de la discográfica le exigieron que gritara, en lugar de cantar, y “está todo muy ordinario. Además, se tenía que oír a los colaboradores, a Fulanito, al novio de Fulanito, etc”. Incluye una versión del ¡Oh, Jesús!, con bastante presencia de Miguel Bosé, algo que se podría haber ahorrado: un hermoso villancico descuartizado. En cambio, la versión de Lo eres todo, con Alejandro Sanz, más aflamencada –antes de que llegara a Luz, esta canción estaba escrita para Manzanita- me gusta mucho.
Hay que citar a Paco Clavel, quien en 1988 tuvo el lujo de grabar una divertida canción firmada por Vainica Doble, La chinita de Shanghai, canción para la que además Gloria y Carmen tuvieron la generosidad de hacerle también los coros -una versión por las propias autoras está incluida en En familia-. Paco Clavel, presente en los coros de Juncal, organizó en el Círculo de Bellas Artes una exposición de homenaje a Vainica Doble con obra pictórica de amigos artistas de ellas. Con la exposición se editó un disquito, Miss-Labores, con 5 canciones, una nueva -sonrojante-, y cuatro procedentes de series de TV de los 70.
Vainica Doble ejerce un claro influjo sobre muchos grupos posteriores, algunos muy conocidos como Mecano, quienes cambiaron “la sonrisa Profidén” de Vainica por “la cara vista es un anuncio de Signal", y el Ay, quién fuera a Hawaii se convirtió con Mecano en Hawaii-Bombay.
Y a finales de 2000, seis meses después del fallecimiento de Carmen, salió En familia. El pintor y Dices que soy son dos canciones preciosas. Es un buen cierre a una carrera de calidad que podría haberse desarrollado de otro modo. Gloria quedó muy satisfecha con las condiciones de trabajo con Elefant Records.
Y paso por alto la obra pictórica que han dejado y los cuentos que Carmen publicó.
Vainica Doble es sin duda una gloria nacional y merece un gran homenaje.