Se ha estrenado Torrente III. ¿Alguien no se ha enterado? No lo creo; yo también me he enterado, pero desde aquí declaro que NO viviré la experiencia de ver esa película ni aunque me amenazaran con un hierro candente. Ya estoy suficientemente marcado por haber caído en la trampa de ir a ver la primera parte, cuando era Torrente a secas, y por nada del mundo desearía tener que invertir unos cuantos meses en recuperar la estima por la vida que nos ha tocado vivir.
Torrente, el brazo tonto de la ley se estrenó en 1999 y fui a verla el día del estreno: Santiago Segura había logrado durante las semanas precedentes que me interesara por una película que recuperaba a Tony Leblanc, y en la que también intervenía la hoy casi retirada Chus Lampreave. Fui solo y a los 10 minutos de película tuve la primera arcada, y no es una forma de hablar. Podría haber vomitado perfectamente encima de mi vecino de asiento y haber logrado allí mismo una agresión moral, cuando no directamente física. Francamente, una película que me provoca arcadas no entra dentro de mis preferencias, sino que encabeza la lista de Películas que Desaconsejo Vivamente. En la siguiente escena en la que realmente podría haber arrojado hasta la primera papilla, decidí no poner mi vida en riesgo y aproveché para consultar el reloj: todavía quedaban 45 minutos de bodrio insufrible, que, por otro lado, al parecer hacía las delicias de una sala llena.
Lo único que salvo de la película fue la sorpresa de descubrir que uno de los camilleros era Carlos Berlanga: total, 30 segundos escasos de metraje. Como cualquiera puede comprender no es un argumento suficiente.
Así que perínclito Santiago Segura, puedes vivir tranquilo de que NO veré tu película ni aunque me pagaras por ello. Es la misma política que ya he practicado con Torrente II y con montones de películas que me parecen basura reciclada sobre celuloide.
En esta ocasión, Santiago Segura decidió convocar a la prensa antes del estreno sin mostrarles la película, una medida que justificó como una forma de evitar la piratería, su gran obsesión, pero que irritó a los periodistas. Las críticas más suaves que he leído después califican el film como subproducto, algo que todos sabemos.
Dicho esto, la película ha roto la taquilla, y desde luego va a contribuir a alterar considerablemente la raquítica cuota de pantalla del cine español. A ver, cada uno puede ver la película que le apetezca, faltaría más, pero se me abren las carnes –y me deja la preciada piel de serpiente hecha unos zorros- solo con pensar que productos infames como este –según los críticos que la han visto, que afortunadamente, repito, no es ni será mi caso- son los que triunfan.
Esta película es española, sí, pero, como la mayoría de norteamericanas, fagocita a otras 30 películas de nacionalidades diferentes que son realmente interesantes y pasan por la cartelera sin pena ni gloria. Ayer vi Otros días vendrán, de Eduard Cortés, y me daría pena que no tuviera una cierta repercusión. Me pareció interesante, aunque no sea redonda. Y tengo pendiente El método, de Marcelo Piñeyro, un director que nunca me defrauda. Y Holy Lola…
En realidad, debería haber hablado de estas películas, en lugar de hacerle (más) publicidad a Santi, que es lo que estoy haciendo. Pero es que me venía bien para escribir una entrada con la T. En realidad, estoy glosando una experiencia personal directamente ligada al clásico de la Sabia y Querida María de Rumania Tiene un trauma con T de Telva.
O podría haberme quedado simplemente con la definición de la RAE, a saber,
TORRENTE (Del lat. torrens, -entis):
1. m. Corriente o avenida impetuosa de aguas que sobreviene en tiempos de muchas lluvias o de rápidos deshielos.
2. m. Curso de la sangre en el aparato circulatorio.
3. m. Abundancia o muchedumbre de personas que afluyen a un lugar o coinciden en una misma apreciación, o de cosas que concurren a un mismo tiempo.
~ de voz.
1. m. Gran cantidad de voz fuerte y sonora,
algo que me vendría muy bien para Triunfar Al Fin.
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