Me tengo por alguien especialmente abierto a propuestas de variada índole que no interesan a los masa-media (en boca de Chus Lampreave), o que interesan solo a medios minoritarios. Normalmente, participar de ellas me obliga a hacerlo en solitario y a invertir un esfuerzo, por ejemplo, atravesar de parte a parte la ciudad o incluso tener que desplazarme a un pueblucho sin saber bien cómo volveré de allí a altas horas de la madrugada –no estoy motorizado.
Durante años, he visto películas tan minoritarias que en algún caso fueron proyectadas solo para mí. He ido a ver algunas sabiendo por anticipado que no me iban a gustar, pero me daba pena de que no las viera nadie y entonces yo iba en solidaridad con todos los que han participado en ellas, porque sé que cuesta mucho hacer, y sobre todo estrenar, una película. He visto películas horribles (Jara) solo por ver un rato a Ángela Molina, mi actriz favorita, a Sharon Stone, a Jessica Lange o a Carmen Maura. Y he leído cómics presumidamente alternativos (y que no me interesaban en absoluto) o he visitado exposiciones decepcionantes para apoyar a mis amigos o conocidos. Y de todo ello luego me he convertido en combativo portavoz.
Recuerdo que un día leí en la Agenda de un periódico que Leni Riefenstalh iba a participar dentro de un ciclo de un ciclo de conferencias organizado por una Asociación Feminista del barrio de Ventas, en Madrid. Claro, aquello me pareció algo insólito, un viaje en la máquina del tiempo, de la historia y de la momificación. Creo que fue por entonces cuando Leni, la pobre, a sus noventa y tantos años, acababa de salir ilesa de un accidente de avión. Y además, si habíamos llegado ya al estadio en que las marujas de barrio reivindicaban la figura de alguien como Leni, por su hiperactividad, sus innovaciones en el campo de los documentales deportivos, sus contactos con los negrazos de las tribus africanas más espectaculares, su poderío en la natación y su capacidad para salir más o menos indemne tras los coqueteos con Adolfito Hitler (q.e.p.d., nuevamente en boca de Chus L.), pues bien, si estábamos ya en ese punto, eso quería decir que habíamos recorrido un largo (y tortuoso) tramo del camino. Claro, llegué a aquella sede de la asociación, ubicada en una infame peluquería de barrio, muy cerca de la productora de Almodóvar, y allí Leni no había llegado ni tenía ninguna intención de hacerlo. Lo único que me encontré fue a una serie de marujas realmente militantes del look cabaretera, enfundadas en chándales, haciendo círculo en torno a una estufa catalítica. Comprendí de inmediato que la realidad no podía haber dado el vuelco que yo había imaginado de la noche a la mañana.
Otro día me fui a ver una película cubana (Nada +) programada en un ciclo de cine hispano en unos cines que están en un centro comercial en medio de ninguna parte. Los horarios de autobús que te devolvían a la civilización estaban matemáticamente coordinados con los horarios del Carrefour del centro, pero no con los del cine. Así que cuando salí de la película, que me gustó bastante, me tuve que poner en la puerta para pedirle a un desconocido que me devolviera, por caridad, a terreno conocido.
Pero a pesar estas y otras muchas experiencias, no aprendo. Así que el jueves pasado me fui a ver una obra de teatro que una amiga me había presentado como polémica y por supuesto muy minoritaria. Fui con ella, que conocía a alguien dentro del equipo artístico. Luego, una vez allí, encontré a más gente conocida. No voy a decir el título de la obra, y mucho menos voy a delatar al autor. Solo diré que hacía mucho que no había visto algo tan pretencioso como aquello.
El escenario estaba compuesto por un breve andamio, cuatro focos en el suelo y dos pares de zapatos de tacón, uno a cada lado. En el fondo se proyectan una especie de grabados de primeros planos de dos mujeres. Las protagonistas son dos chicas en bragas y sujetador (con muy buena figura; que se atrevieran a salir así fue lo que más me gustó). En dos momentos de los 40 minutos de representación sale una violinista (que se podía haber quedado mucho más rato, la verdad). Las chicas empiezan a decir (o gritar) una serie de frases tan profundas como inconexas y abstractas (eufemismo para decir delirantes y pretenciosas hasta decir basta).
Llegados a un punto, uno de los focos, a 20 cms. de ellas, que están tumbadas en el suelo a punto de enrollarse, empieza a echar humo. Y más humo. Y de pronto se ve una llamita. Claro, el murmullo en la sala es general. “Ese foco echa humo” "¿No ves que hay una llama detrás?". Algunos se angustian y, desde diferentes puntos de la sala, se levantan para pedirle a alguien que tome medidas antes de que todos salgamos ardiendo como teas. Y entonces, cuando un personaje le está metiendo mano al otro, se produce el mejor momento de la obra, que tiene lugar justo a mi lado. Mi vecina de asiento, vecina del barrio y, a lo que se ve, miembro de la asociación de mujeres, le pregunta a su compañera:
- ¿Y eso qué quiere decir?
- ¿A mí me lo vas a preguntar?
¡Vaya, para una cosa que estaba clara…!
Por fin, apagan dos de los cuatro focos, cesa el humo y desaparece la llamita. Y entonces una de las chicas grita (o grazna): “Prefiero morir de SIDA que de ataxia”. Y es ahí cuando yo sufro una embolia y no me caigo al suelo porque estoy sentado. Cuando recupero mi ser, las chicas se callan y el público se mira entre sí sin atreverse a aplaudir, a patear el piso, a salir huyendo, o a lanzarse contra los responsables de semejante bodrio. Todo esto propuesto en un centro cultural de un barrio muy popular. Definitivamente, la realidad supera al porno.
Si esto es teatro experimental, pues, en lo que a mí concierne, francamente estoy dispuesto a defender en televisión a los hermanos Álvarez Quintero.
sábado, noviembre 19, 2005
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4 comentarios:
Totally agree(pina). Si Sófocles hubiese sabido en lo que iba a acabar degenerando el teatro seguro que se hubiese quedado en casa, asando castañas.
Jodie Foster en Fotogramas: "Seguimos trabajando en el guión (de un biopic sobre Leni Riefenstalh), y sigo deseando el papel. Me reuní con ella en dos ocasiones. Tenía 90 años y se pasaba seis meses al año haciendo submarinismo en Nueva Guinea e intentando completar una película sobre peces, cosa que al final consiguió. Escribió una biografía llena de mentiras, pero es interesante. Quería acceder a sus archivos, pero no quería que ella tomara parte en el proyecto, y ella se moría por hacerlo, ya que la habían calumniado en demasiadas ocasiones. No era miembro del Partido Nazi y no fue novia de Hitler, eso es ridículo. Pero no deja de esconder una compleja historia moral. Será una película realmente controvertida, pero si hay alguien dispuesto a aceptar el desafío de hacer una película sobre cuestiones morales enmarañadas, creo que esa soy yo".
Pues yo veo un biopic de la Leni, pero protagonizado por Fernando Fernán-Gómez (de Leni), no la Jodie, a quien veo mucho más de Goebbles. Dónde va a parar…
Bueno, pues está claro que como director de "casting", querido Tacón, no tienes competencia. Tu propuesta raya la revelación mística. Si los gerifaltes hollywoodienses no fueran ciegos, deberían besar por donde pises. Elena Arnao, Luis San Narciso, Sara Bilbatua y Katrina Bayonas, podéis temblar: vuestros días están contados.
Si me permites, para el papel de Hitler no se me ocurre nadie mejor que Santiago Segura, una vez que haya salido de la recreación de Ignatius J. Reilly. Si por alguna razón, él declinara la propuesta, entonces sin duda el actor mejor situado sería Chris Rock: tienen los mismos pómulos.
Un beso enorme.
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