lunes, marzo 05, 2007

Noche andaluza de luna llena con eclipse y una chumbera

Ya hace casi tres años que llegué a Granada, y me encanta; me encanta vivir aquí. He tenido mucha suerte porque cuando nada más llegar apareció mi Ángela, me tendió la mano y me presentó a la mayor parte de la gente que conozco ahora. Todavía me queden algunos pasos que dar para sentirme realmente cómodo: ese es el reto y en ello estoy.
Este fin de semana ha sido la primavera. ¡Qué alegría, qué gusto que hubiera sol, luz, gente en la calle! La noche del sábado fuimos a ver actuar a Chúa Alba y su cuadro flamenco; Chúa ha incorporado un contrabajo, y ese instrumento enorme le da una sobriedad y una elegancia nueva a su actuación. Me gustaron mucho los fandangos de Huelva con que abrieron el espectáculo; me pierden los fandangos. Y se me pasó sin sentir la actuación, en ese teatro tan especial que es La Chumbera.
El edificio justifica la condena a trabajos forzados perpetuos del arquitecto -si es que lo hubo-, del empresario y de todo el equipo municipal que extendió las autorizaciones oportunas para que levantaran semejante aberración en un entorno tan hermoso como la colina del Sacromonte. Es como un polideportivo o un gallinero, construido con materiales de derribo y terminado a toda velocidad, sin tiempo para verificar si todas las localidades tenían o no visibilidad. Pero a pesar de la labor nefasta de la mano del hombre, el entorno se impone. En lo único que han acertado es en ajardinar los accesos y en poner una gran luna de cristal como fondo del escenario. Lo que se ve detrás de ella es La Alhambra iluminada, y eso te reconcilia una y mil veces contigo mismo y con la vida.
Al salir del espectáculo, la hora de los saludos, los comentarios, los piropos a los artistas... Era como una fiesta, como una gran cita con mucha gente a la que conoces, pero a quien no llamas. A todos nos unían las mismas ganas de disfrutar de una gran noche. Y además aún nos quedaba por ver a la luna atravesar por todas sus fases, ir ocultándose con la proyección de la sombra de la tierra hasta convertirse en una especie de gran moneda de cobre. En fin, todo un regalo.
Luego, unos vinos en una terraza del Albayzín. Gente nueva, charla, tensión sexual, privamera, risas, miradas que se cruzan, un poco de humor, poesía, ganas de soltar lastre, de dejar atrás pesos que nos estancan, gente que no pierde el tiempo... Ya está bien: un poco de hedonismo nunca viene mal.

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