sábado, diciembre 17, 2005

Alicientes y pequeños placeres

Lo normal es que mis semanas transcurran exactamente igual unas a otras. A pesar mío, tengo que confesar que no soy un experto en convertir mi existencia diaria en una performance. En los últimos meses, rara vez se ha producido algún acontecimiento que merezca formar parte de los anales de mi vida. Sin embargo, en los últimos siete días, en esta larga víspera para una luna llena, numerosos alicientes han llamado a mi puerta para ofrecerme variadas dosis de un entusiasmo. 1. Arriba del todo, una lección de amistad en forma de declaración escrita. Parece mentira que una palabra tenga tanto poder, que exprese lo que dice y lo que queda oculto; que conforme un paisaje casi universal y un paisaje entre dos personas, quien la escribe y quien la recibe. Sabes que daría la vuelta al mundo para estar cerca de ti, cuando lo desees, y que también, como soy sierpe y burro al mismo tiempo, hace falta que me silbes cuando lo necesites. Gracias. 2. La ciudad en la que vivo me sigue ofreciendo rincones hermosos, rincones que solo esperan que los descubra. No tengo ninguna prisa. Después de ver la puesta de sol desde la terraza de mi hotel favorito, después de hacer un repaso con una amiga del último álbum que he confeccionado en el que EL TEMA SOY YO y en el que no he censurado –mal hecho- esas fotos para las que el asesor de imagen con el que todos deberíamos nacer debajo del brazo (y no con un pan) nunca tendría que habernos permitido posar, mi amiga y yo improvisamos el descenso por la judería. Paseamos por callejuelas sinuosas que utilizaban los judíos de la época para sus variadas transacciones; también vimos casas ajardinadas y con torres por las que no tendría escrúpulos para dar a su propietario ese ligero empujón hacia el precipicio -¡Oh, qué pena! Ha tenido un vahído que le ha costado la vida. No somos nada- y llegamos a una placita empedrada con varias alturas por la que no puede transitar ningún tipo de vehículo de ruedas. En medio hay un lavadero de piedra: cuatro columnas, un tejado a dos aguas y cuatro puestos para lavar enfrente de otros cuatro. Mi primera reacción fue elegir cuál sería mi casa en aquella plaza. Había unos chicos que viven en un piso a ras de calle y que estaban haciendo directamente un empalme para llevar la electricidad gratuita a su casa desde la red general. ¡Qué espabilados! Más arriba, tras una persiana verde, una señora recogía ropa tendida en el balcón. Yo esperaba que subiera la persiana para ver un poco el interior. No lo hizo. Así que elegía la casa de más arriba, que es la mejor, claro. Tras un ventanal, vi unas gafas y detrás un señor mayor. Imaginé que sería un pobre impedido que pasa sus días pegado a los cristales de la ventana enfrente de las hermosas vistas que yo imaginaba desde allí. Él, por su parte, imaginó que éramos turistas. Yo lo saludé con un gesto de la mano enguantada en plan Fabiola de Bélgica y el señor se levantó de su (inexistente) silla (de ruedas), abrió la ventana y nos invitó a subir para contemplar las vistas desde su casa. Y subimos, pero esto ya lo contaré otro día. Nos dijo, eso sí, que el sol se pone justo encima del cuarto ciprés. Desde allí ve la sierra nevada. Por su parte, mi amiga me había contado, mientras tomábamos un amaretto en la terraza del hotel, una de esas historias que tanto me gusta escuchar: la de un bohemio-zarrapastroso-niño-bien-de-58-años-fan-de-Johnny-Hallyday al que había conocido en un parque y quien les había acabado ofreciendo, a ella y a su hermana, un concierto loco unplugged en una casa llena de libros hasta arriba. Estoy deseando conocer a este personaje. 3. Descubrir el monasterio de Lupiana (Guadalajara), gracias a un amigo que lo pone todo en obra para que experimentar ese placer sea posible. Este monasterio pertenece a una familia, pero tiene la obligación patrimonial de abrirlo al público una vez por semana. Y han elegido los lunes de 9 a 13h, un horario que deja fuera de juego incluso a los espíritus más combativos. De hecho, casi nadie sabe que este marco incomparable existe. Pero mi amigo sí. Y allí me llevó. Quedé ojoplático. El claustro renacentista, que es lo único que está en todo su esplendor en el monasterio, me encantó. Pero lo que más me impactó son los restos de la iglesia, que es anterior. En un momento dado, el tejado se hundió. Si la familia intentaba reconstruirla, probablemente pasarían varias generaciones antes de que pudieran volver a llevar zapatos. Así que optaron por una solución que no enseñan en las escuelas de diseño de interiores: construyeron en el interior un jardín, con su estanque, sus cipreses, sus calles. Hacia la cúpula del altar mayor trepa –una actividad en la que son especialistas algunos personajes con los que me he cruzado a lo largo de mi carrera- una hiedra que poco a poco va cubriendo los restos de los frescos que aún quedan. Y desde allí mismo, dos pequeñas escaleras descienden hasta el estanque. Los comentarios del guardés que nos lo enseñó todo –bueno, casi todo-, también deberían ser comentados. “Esta era una orden contemplativa. Claro, si les daban a elegir, no iban a ser tan tontos como para partirse el lomo cavando. Eso es matemático”. 4. La semana que viene empezaré a traducir a un poeta haitiano del que no había oído hablar. Trabajaré con una gente a la que todavía no conozco, pero que espero que sea interesante. Y normalmente, no deben superar los 65 años, tal como me ocurrió la temporada pasada en el taller de encuadernación. Además, esta es una propuesta que me ha llegado sin que yo haya movido un dedo. A alguien le habían gustado mis ejercicios de traducción y les habló de mí a los responsables de este trabajo. Y ellos vinieron a buscarme. 5. Esta entrada está quedando demasiado larga. Pero no solo de placeres, pequeño o grandes, vive el hombre. Así que reseñaré aún otra historia de esta semana. El viernes tomé un vino con un señor inenarrable. Quedé con él en un bar que me gusta. ¿Y quién llegó? ¿Un señor normal, convencional, que puedas presentar a las visitas? No; llegó un personaje con la cabeza afeitada y fumando en pipa, creado por un guionista vengativo: “Soy nihilista y hermeneuta-fenomenológico. Me muevo entre Hus-serl&Heid-egger. Pasé cuatro años en el seminario de Tarragona y estudié un año de medicina. Luego di clase varios años, pero los alumnos me deprimían tanto que me fui a Berlín para vivir al límite. Porque lo necesitaba. Me atrae el inframundo, no para participar en él, pero sí como observador. Allí vino a rescatarme una vieja amiga y me llevó a Lisboa, donde aprendí alsaciano. Y, con ese bagage, desde allí me fui a ampliar estudios en Ibiza. (…) Yo es que ya me he acostumbrado a vivir con el dolor de estómago; tengo unas digestiones que pueden durar hasta 12 horas. Soy vegetariano radical porque me gusta ir contracorriente. -¡Qué particularidad tan especial! ¿Te has planteado si no serás también rumiante radical? Igual te duele el estómago porque estás sobreutilizando una de sus cuatro partes, quizá la panza. Pero ya sabes que también tienes a tu disposición el libro, el cuajar y la redecilla. -A mí, cuando alguien me invita a cenar, o bien cocino yo, o bien llevo mi fiambrera de casa. -Tú eres un comensal modelo.
-¿Qué esperabas de nuestro encuentro? -Pues si te soy sincero, que surgiera la chispa. Hablabas de que tenías sentido del humor, pero debe de haberse quedado en tu cocina preparando la fiambrera para tu próxima reunión social. Si no te importa, voy a montar en mi escoba para salir volando rumbo al planeta Tierra. Ha sido, de verdad… increíble. Nos vemos en el infierno.” 6. Para acabar, otro pequeño placer. Siempre disfruto descubriendo nuevas músicas. Hace poco descubrí a Win Mertens. Y esta semana le he prestado atención a una canción de Tribalistas: Velha Infancia. Está dedicada al protagonista del punto número 1: Você é assim Um sonho pra mim E quando eu não te vejo Eu penso em você Desde o amanhecer Até quando eu me deito Eu gosto de você E gosto de ficar com você Meu riso é tão feliz contigo O meu melhor amigo é o meu amor E a gente canta E a gente dança E a gente não se cansa De ser criança Da gente brincar Da nossa velha infância Seus olhos meu clarão Me guiam dentro da escuridão Seus pés me abrem o caminho Eu sigo e nunca me sinto só Você é assim Um sonho pra mim Quero te encher de beijos Eu penso em você Desde o amanhecer Até quando eu me deito Eu gosto de você E gosto de ficar com você Meu riso é tão feliz contigo O meu melhor amigo é o meu amor E a gente canta E a gente dança E a gente não se cansa De ser criança Da gente brincar Da nossa velha infância

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