sábado, enero 13, 2007

Mariluz

Hace mucho tiempo estuve trabajando en un café del centro de la ciudad. Pasé casi un año. Me gustaba mucho y me entendí muy bien casi desde el principio con mis dos compañeros, con una chica que venía de vez en cuando e, incluso, con mi jefa, un torrente de voz que salía de debajo de una cabellera de color naranja-berlín-cabaret.

Empecé yendo solo los viernes y los sábados, como refuerzo, pero al cabo de un tiempo empezaron a contar conmigo más días a la semana. A mí me venía muy bien porque durante todo ese tiempo no tenía ningún otro ingreso y sí los mismos gastos de siempre, aunque estuvieran reducidos a su expresión más abstracta. Mi manera de ahorrar era reducir las necesidades a su mínima expresión, pero no me lucía mucho el pelo. Además, el café estaba muy animado, y para mí era casi como salir de marcha: no tenía la sensación de hacer un trabajo pesado, y a veces incluso tenía tiempo de sentarme un rato en la mesa de algunos clientes a charlar un rato con ellos. Así que mataba dos pájaros de un tiro: no me quedaba el fin de semana encerrado en casa, muriéndome del asco teniendo que decirles que no a quienes llamaban para proponerme alguna salida, y además ganaba dinero en lugar de gastarlo. El que no se conforma es porque no quiere.

Me encantaba la música que seleccionaba mi jefa. Sonaba constantemente y eso va muy bien conmigo porque no sé hacer prácticamente nada sin música. Me descubrió a mucha gente, como por ejemplo, Dianne Schuur. Aprendí a hacer un buen mojito y algunos cócteles. Y también a hacer cafés variados: irlandés, vienés, capuchino… Me sentí allí muy bien. A veces he pensado en montar un café como aquel.

Tuve ocasión de ver a señoras borrachas a las cuatro de la mañana, que cogen el coche para volver a su casa y las para la policía para hacerles la prueba de alcoholemia. Seguramente no son más patéticas que un señor borracho a las cuatro de la mañana intentando soplar por un alcoholímetro, pero lo parecen. Ellas alegaban no saber soplar, sentir náuseas al meterse un plástico en la boca, todo esto dicho mientras se tambaleaban y exhalaban un aliento a ginebra que tiraba de espaldas.

Había otros elementos de este tipo, esos que seguían aferrados a su copa cuando ya habíamos cerrado, pero en general la gente era agradable, educada e incluso divertida. Entre esta gente, de vez en cuando se colaba algún famosillo, desde un actor en ciernes hasta un presentador de televisión, pasando por directores generales mediatizados por una razón u otra.

Pero el personaje que me viene ahora a la mente no pertenecía ni al grupo de celebridades ni al de borrachuzos de última hora. Era una chica cualquiera, profesora, creo recordar. Al parecer había venido otro día en un grupo, pero en esta ocasión llegó ella sola. Le puse la cerveza que me pidió y unas patatas. No había apenas gente, era a primera hora de la tarde. Me llamó y me explicó que quería decirme algo. Y poco a poco, en los momentos en que podía escucharla mientras nadie me reclamaba, me explicó:

“Es que vine el otro día con unos amigos y nos atendiste tú. Y me gustó tu manera de moverte. A mí siempre me han elegido y esta vez soy yo quien quiere dar el paso. Por eso he venido esta tarde. Perdona que me entrometa así, pero tenía que lanzarme. Es que me pareces buen chico, tierno, atento, educado, y yo quiero probar. Me llamo Mariluz. No sé qué te parece mi atrevimiento… “

“Bueno, no sé, nunca me había ocurrido así. En realidad, es un halago y te lo agradezco. No sé qué decirte. Quizá podemos quedar y charlar en otro sitio porque ahora estoy trabajando…”

“Sí, bueno, no quería molestar. Es que estoy harta de que los demás elijan por mí…”

“Ya entiendo, lo que pasa es que no sé si has ido a elegir adecuadamente… Pero podemos quedar”.

Y quedamos una vez. Y salieron una serie de detalles colaterales que cambiaban substancialmente la imagen que me había hecho de ella. Tenía un hijo de 18 años, 10 años más joven que yo. También tenía un hermano esquizofrénico con un papel protagónico en su vida. Y bueno, yo me disponía a emprender un viaje que me tendría durante unos meses en un paraíso tropical.

Creo que cruzamos alguna otra llamada de cortesía, pero la cosa quedó cerrada aquel día. No salió: no podía salir. Pero recuerdo con cariño su atrevimiento de aquella tarde en el café.

A ver si puedo escribir un capítulo 2.

Mariluz también es el título de una tierna canción de mi grupo favorito, Vainica Doble. Ya sabéis que aprovecho la menor oportunidad para nombrarlas. ¿Para cuándo un homenaje nacional?

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