miércoles, enero 31, 2007

La familia: Canto de Odio, de Dorothy Parker

Odio a la familia: Me produce calambres Primero están las Tías: ¡Incluso los mejores de entre nosotros tienen! Siempre te visitan cuando están de paso Y si les pides que se queden, Se apresuran a tomarte la palabra. Y no fallan nunca en decirte la mala cara que tienes. Te agobian con los chismes De sus amigos que están Chochos, No dejan de hablar de sus Órganos Que siguen en un Estado Crítico Y dedican el tiempo a hacer pasar por la pantalla de rayos X Ciertas partes de su cuerpo todas con nombres que hay que pronunciar borracho. Todo eso para acabar por confiarte lo que acaba de declarar el doctor: Que no tienen más que una posibilidad entre cien… ¡Todavía una posibilidad más! Y luego también las Cuñadas, Esos Males Necesarios del Matrimonio… Lo único que no dicen de ti Es lo que no saben decir por falta de vocabulario. Poco importa lo que hagas, Ellas saben hacerlo mucho mejor que tú. Espulgan la casa en busca de la menor mota de polvo. Y si no lo encuentran, Es para ellas un día negro… Si les ves esa cara ofendida, Si se arrogan el derecho de darse esos aires de mártir, Es porque no soportan que no se les aprecie más que cuando se van… ¡Claro! Y aún están los Sobrinos… Esta baja especie de la vida animal… Profieren cosas geniales Y nada en el mundo podría impedirles Recitar sus poemitas en honor de las Barras y Estrellas. Tienen sentido del humor: del humor Negro… Te pegan chillidos en la oreja, Retiran la silla en la que te vas a sentar… Cada vez que intentas causar buena impresión a alguien, Son ellos los que aparecen, Impacientes por probar las palabras que han aprendido en el kiosco de helados… ¡Lo que deseo es que el Gobierno llame a filas a todos los varones menores de diez años! Y por fin los Maridos… Esa Cruz que arrastra la Mujer Blanca. Nunca se dan cuenta de nuestro vestido nuevo, Tienes que ponérselo en las narices. Te hablan sin cesar del negocio que acaban de cerrar, De sus talentos de estratega, Y tú tienes que poner cara de estar transida de admiración. Están siempre plantados en la puerta de tu habitación Sacando el reloj cada cinco minutos: “¿Cómo no estás todavía lista?” Imposible que ellos se equivoquen: Todo es siempre por tu culpa… Y cada vez que sales a darte un respiro, Te topas con ellos… Si por lo menos alguien pudiera desatornillarlos…! Odio a la familia: Me produce calambres

lunes, enero 15, 2007

Delon

Me gusta mucho Alain Delon: me gusta verlo en fotos antiguas. Y en El silencio de un hombre, una película que me encanta. Me gusta escuchar Paroles, paroles, el dúo de 1973 que hicieron Dalida y él: me pone contento y me la sé de memoria. Me trae buenos recuerdos. Ahora estoy escuchando el nuevo disco de Françoise Hardy, en el que canta con gente muy conocida alguna de sus canciones preferidas. La que más me gusta a mí es la que canta con Delon, Modern Style, aunque hay que decir que la voz de Delon suena ... de otra manera. Así que me he dado un paseo por internet para contarles lo que sigue sobre él:
A principios de los 70, Alain Delon pasó TVE para ser entrevistado en Directísimo por José María Íñigo. En 2004, Íñigo publicó un recopilatorio de anécdotas titulado Ahora hablo yo, y ahí cuenta que, de todos los entrevistados que han pasado por sus programas, de quien guarda el recuerdo más desagradable es de Alain Delon, alguien frío, distante, técnicamente correcto con él –solo respondió a las preguntas de Íñigo; se negó a que el resto de periodistas que acudieron al programa le interrogaran-; altivo. O por decirlo sin eufemismos: un chulo. Pero al menos, en aquella época estaba todavía en la cresta de la ola, de su belleza y de su carrera como actor. Posteriormente, ha mantenido su reputación de alguien desagradable con un discurso ideológico que lo convertiría en un peligro –nada que ver con su papel en El eclipse, de Antonioni-, si alguna vez lograra una mínima cuota de poder, y que tuvo sus escarceos en negocios no muy nobles y nunca del todo aclarados allá por 1968.
Hoy, con 70 años, el declive se ha cebado con su carrera; y de su antigua belleza, queda una pálida sombra –pálida sombra, no obstante, por la que me imagino que firmaría ahora mismo Burt Reynolds, tras su tête-à-tête con la ciru.
Pero además de esta Cara B, la Cara A presenta a un mito erótico de los 60 y 70 con el que podemos repasar algunos importantes títulos del cine francés. Porque Delon se ha rodeado de gente realmente importante en sus películas.
Su paso por el Festival de Cannes de 1957 fue decisivo porque de ahí le salieron dos contratos. Y en 1958, ya es protagonista junto a Romy Schneider de Amoríos (“Christine”). Con ella repetiría en A pleno sol (1959), un clásico del cine negro, adaptación de la novela de P. Highsmith, y en La piscina (1968), que supuso el debut de Jane Birkin.
En 1960, Visconti, que tan ligado estaría luego a Romy Schneider, contrata a Delon para protagonizar Rocco y sus hermanos, film adscrito al neorrealismo y punto de inflexión en la carrera de Visconti. Tres años más tarde repiten en la adaptación de la crónica de la historia italiana escrita por el barón de Lampedusa y que ganó la Palma de Oro en Cannes. En El gatopardo aparece Serge Reggiani, igualmente conocido por su faceta como cantante. (Su película más conocida, coprotagonizada por Simone Signoret, fue París, bajos fondos. Murió en 2004). Delon también será el espadachín de El tulipán negro, rodada en España, y participa el drama bélico sobre la invasión de París por los nazis ¿Arde París?, junto a un reparto estelar: Belmondo –a quien encontrará de nuevo en Borsalino (1969) y en Uno de dos (1998)-, Kirk Douglas, Leslie Caron, Michel Piccoli o Charles Boyer.
Y con algunos otros títulos en medio, llegamos a 1967 y a Le samuraï, de Jean-Pierre Melville. El título en español, El silencio de un hombre, está sacado de una cita que leemos al principio de la película y recoge perfectamente su espíritu. Jeff Costello, vestido con gabardina y sombrero, es un asesino profesional. Y además es un hombre silencioso y solo, desprovisto de cualquier emoción, excepto de una profunda mirada. Engañado por sus socios, este héroe tendrá que defenderse de dos fuegos, la policía y sus cómplices. Y en esta doble persecución por las calles y el metro de París, con un tratamiento que nada tiene que ver con el de Hollywood, Melville presenta a un hombre profundamente solo y acorralado, que es mucho más que un simple matón.
Delon se rodeó de otros dos grandes de cine francés en El clan de los irlandeses: Lino Ventura y Jean Gabin, con quien repitió en 1973 en Dos hombres en la ciudad.
Secundó a la gran Simone Signoret, con la que alcanzó una relación casi filial, en La viuda Coudert”; a Trintignant en Flic Story; a Brigitte Bardot en una adaptación de cuentos de Poe dirigida por Louis Malle, a Catherine Deneuve en Un flic...
Como se ve, Alain Delon ha trabajado con los mejores actores franceses y algunos internacionales: Paco Rabal, Ingrid Bergman, Shirley McLaine, etc, y, sin duda, es una pieza clave para repasar toda la historia del cine francés jugando a "Los seis grados de separación”. En su haber tiene el César al mejor actor que ganó en 1985 por Notre histoire, de Bertrand Blier, quien contó de nuevo con él en Los actores (2000), una reflexión sobre el mundo de la interpretación y última prestación reseñable del actor hasta la fecha.

sábado, enero 13, 2007

Mariluz

Hace mucho tiempo estuve trabajando en un café del centro de la ciudad. Pasé casi un año. Me gustaba mucho y me entendí muy bien casi desde el principio con mis dos compañeros, con una chica que venía de vez en cuando e, incluso, con mi jefa, un torrente de voz que salía de debajo de una cabellera de color naranja-berlín-cabaret.

Empecé yendo solo los viernes y los sábados, como refuerzo, pero al cabo de un tiempo empezaron a contar conmigo más días a la semana. A mí me venía muy bien porque durante todo ese tiempo no tenía ningún otro ingreso y sí los mismos gastos de siempre, aunque estuvieran reducidos a su expresión más abstracta. Mi manera de ahorrar era reducir las necesidades a su mínima expresión, pero no me lucía mucho el pelo. Además, el café estaba muy animado, y para mí era casi como salir de marcha: no tenía la sensación de hacer un trabajo pesado, y a veces incluso tenía tiempo de sentarme un rato en la mesa de algunos clientes a charlar un rato con ellos. Así que mataba dos pájaros de un tiro: no me quedaba el fin de semana encerrado en casa, muriéndome del asco teniendo que decirles que no a quienes llamaban para proponerme alguna salida, y además ganaba dinero en lugar de gastarlo. El que no se conforma es porque no quiere.

Me encantaba la música que seleccionaba mi jefa. Sonaba constantemente y eso va muy bien conmigo porque no sé hacer prácticamente nada sin música. Me descubrió a mucha gente, como por ejemplo, Dianne Schuur. Aprendí a hacer un buen mojito y algunos cócteles. Y también a hacer cafés variados: irlandés, vienés, capuchino… Me sentí allí muy bien. A veces he pensado en montar un café como aquel.

Tuve ocasión de ver a señoras borrachas a las cuatro de la mañana, que cogen el coche para volver a su casa y las para la policía para hacerles la prueba de alcoholemia. Seguramente no son más patéticas que un señor borracho a las cuatro de la mañana intentando soplar por un alcoholímetro, pero lo parecen. Ellas alegaban no saber soplar, sentir náuseas al meterse un plástico en la boca, todo esto dicho mientras se tambaleaban y exhalaban un aliento a ginebra que tiraba de espaldas.

Había otros elementos de este tipo, esos que seguían aferrados a su copa cuando ya habíamos cerrado, pero en general la gente era agradable, educada e incluso divertida. Entre esta gente, de vez en cuando se colaba algún famosillo, desde un actor en ciernes hasta un presentador de televisión, pasando por directores generales mediatizados por una razón u otra.

Pero el personaje que me viene ahora a la mente no pertenecía ni al grupo de celebridades ni al de borrachuzos de última hora. Era una chica cualquiera, profesora, creo recordar. Al parecer había venido otro día en un grupo, pero en esta ocasión llegó ella sola. Le puse la cerveza que me pidió y unas patatas. No había apenas gente, era a primera hora de la tarde. Me llamó y me explicó que quería decirme algo. Y poco a poco, en los momentos en que podía escucharla mientras nadie me reclamaba, me explicó:

“Es que vine el otro día con unos amigos y nos atendiste tú. Y me gustó tu manera de moverte. A mí siempre me han elegido y esta vez soy yo quien quiere dar el paso. Por eso he venido esta tarde. Perdona que me entrometa así, pero tenía que lanzarme. Es que me pareces buen chico, tierno, atento, educado, y yo quiero probar. Me llamo Mariluz. No sé qué te parece mi atrevimiento… “

“Bueno, no sé, nunca me había ocurrido así. En realidad, es un halago y te lo agradezco. No sé qué decirte. Quizá podemos quedar y charlar en otro sitio porque ahora estoy trabajando…”

“Sí, bueno, no quería molestar. Es que estoy harta de que los demás elijan por mí…”

“Ya entiendo, lo que pasa es que no sé si has ido a elegir adecuadamente… Pero podemos quedar”.

Y quedamos una vez. Y salieron una serie de detalles colaterales que cambiaban substancialmente la imagen que me había hecho de ella. Tenía un hijo de 18 años, 10 años más joven que yo. También tenía un hermano esquizofrénico con un papel protagónico en su vida. Y bueno, yo me disponía a emprender un viaje que me tendría durante unos meses en un paraíso tropical.

Creo que cruzamos alguna otra llamada de cortesía, pero la cosa quedó cerrada aquel día. No salió: no podía salir. Pero recuerdo con cariño su atrevimiento de aquella tarde en el café.

A ver si puedo escribir un capítulo 2.

Mariluz también es el título de una tierna canción de mi grupo favorito, Vainica Doble. Ya sabéis que aprovecho la menor oportunidad para nombrarlas. ¿Para cuándo un homenaje nacional?