sábado, noviembre 29, 2008
Una bonita estrategia para separar a las personas
Me gustaría comprender a mis amigas feministas que se han apuntado a la estrategia de convertir el lenguaje en algo tedioso, irritante y desnaturalizado con el fin de sentirse representadas en él. Para ello han recurrido a fórmulas infantiles que, además de producir bostezos, manifiestan el pensamiento que va aparejado con el lenguaje y que consiste en separar. Por eso no las entiendo, y es una pena.
No tengo por qué justificarme; me conocen y saben que critico, rechazo y batallo por una sociedad igualitaria, donde los hombres y las mujeres se entiendan en primer lugar como personas, donde las obligaciones y deberes nos afecten a todos por igual, sin diferenciar el sexo.
Estoy igualmente de acuerdo –es una obviedad- en que el lenguaje es pensamiento. El lenguaje, además, ofrece la cosmovisión que define a cada cual. Pero el lenguaje también es algo hermoso. Es cierto que no todo el mundo está dotado ni para apreciarlo ni para construir con él un discurso que merezca la pena leer o escuchar. Servirse del lenguaje es muy difícil.
El lenguaje, además, es convención social histórica. Arrastra su propia inercia –ahí están los pesados volúmenes de historia de la lengua para demostrarlo, y convendría consultar antes de lanzarse a enunciar medidas artificiales de cambio que no se sostienen ante el menor análisis sociolingüístico. La estrategia de desdoblar los pronombres y los sustantivos es tan artificiosa como falaz. Por fortuna, el castellano posee un genérico, que por ser genérico incluye los dos géneros –que es el concepto aplicable al lenguaje; el sexo no tiene nada que ver con el lenguaje, sino con las especies animales. Que coincida con la forma del masculino no quiere decir que el genérico sea masculino y que por tanto excluya al femenino. Y no puede existir un genérico o universal masculino: eso es una contradicción. Y este es el quid de la cuestión que tantos problemas de identidad plantea a las feministas. No voy a fusilar aquí la Gramática de Emilio Alarcos Llorach –sí, es un hombre; no es una señora ni un travesti; la señora que lo desee puede enmendarle la plana y subsanar los fallos que existan en su obra, o proponer otra forma de abordar una realidad tan apasionante e inherente al hombre –en su sentido genérico, obviamente- como la lengua; solo voy a remitir a quienes deseen ampliar su horizonte de conocimiento y contemplar principios necesarios para emitir un argumento sólido al capítulo V de la obra citada.
El castellano posee mecanismos de construcción suficientes para adecuarse a nuevas realidades. Permite introducir nuevos términos de diferentes orígenes. El lenguaje está vivo. Por eso, se ha integrado en él una rica lista de vocabulario nuevo o de nuevas acepciones de términos que ya existían. Pero hay empeños artificiales que pasarán de moda. Nadie puede aguantar un chirrido como “cuando se lo diga a ellos y ellas, se van a quedar flipados y flipadas”. Es ridículo, produce rechazo y solo mueve a la burla y al alejamiento.
¿Habrá que erradicar el término “padres”:
- Ten el teléfono de casa de mi padre y de mi madre, por si no hay cobertura?
No hay voluntad de eliminar el sexismo en el lenguaje ni de acercar a las personas, sino de radicalizar las posturas machistas y feministas en los extremos -y eso no es bueno-, y de alejar a los seres. Ese es el peligro, aparte del fallido intento de convertir la lengua en algo vulgar y feo.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentario:
No podría estar más de acuerdo contigo.
A veces parece que surge una necesidad imperiosa de dotar de sexo a cosas que no lo tenían (y por tanto, representaban a ambos, aunque se tomara una forma masculina por comodidad). ¿Para qué quieren hacer más farragoso el idioma?
Peor todavía es cuando empiezan a hablar de "madres/padres" o "chicas/o". A veces incluso ponen una arroba (que no sé en qué gramática habrán visto que sirve para expresar los dos géneros).
Publicar un comentario