Por mi formación, por mi profesión y por los medios que tengo a mi alcance, debería estar perfectamente informado de todo lo que ocurre a mi alrededor. Pues no: a pesar mío, tengo que reconocer que no es en absoluto así. Al contrario. Cada vez la vida en general se complica más, y todos sabemos que hay sobreinformación y que este superávit de datos, de titulares, de crónicas, de citas extraídas capciosamente, lejos de informarnos, nos desinforma. Por lo menos a mí. Para superar esta perversa dimensión de la información y de nuestro tiempo, hay que tener una sólida formación intelectual, una mirada muy crítica sobre lo que nos rodea y una energía imbatible. Y yo carezco de las tres cosas: no estoy dotado para el pensamiento abstracto, intento comprender a todo el mundo y me lo creo casi todo, y la mayoría de las cosas que observo me produce muchísima pereza. Frente a todo ello, tendré que tomar alguna determinación. Pero además, y sobre todo, yo no soy NADA competitivo. NADA competitivo. Esta es una palabra que podrían eliminar del diccionario… Si no fuera porque en general el resto del mundo sí lo es. ¡Y cómo!
Yo no quiero salir a la calle a pelearme con nadie. Por nada. No me interesa darme de tortas ni por una entrada para el concierto de Sting –Sting, dondequiera que estés, me encantaría tener tu careto-, ni por una VPO-Maritoñi Trujillo; no me interesa el trapicheo general en las plazas para según qué oposiciones o para otros trabajos que me encantaría asumir –como programar los ciclos que proyecta la nueva filmoteca de mi ciudad-; nunca me pelearía ni por un tío ni por unos Camper de rebajas. No me interesa ganar nada en esas condiciones. Me parece de un gusto execrable. Claro que así me luce el pelo y la piel de serpiente –de botas, cinturón y bolso a juego-. La suerte es que soy alguien que necesita muy pocas cosas.
Por eso prefiero no hablar de la publicidad. La publicidad no pertenece en absoluto mi mundo. No necesito nada de lo que se anuncia. Y mucho menos en el momento en que se anuncia. Cierto es que estoy suspirando por el sobre-anunciado film de Almodóvar, y que el inteligente manejo de la publicidad por parte de su director tiene bastante que ver. Pero en este caso es obvio que no se trata solo de publicidad: hay muchas otras razones. Me pasa igual con Capote, por ejemplo: tengo intereses ajenos a cualquier campaña publicitaria.
Pero lo que quería expresar es la constatación –que me deja, como siempre, en el peor lugar posible- de que en lugar de saber lo esencial sobre la convención del Partido Popular que se celebra estos días y en la que aprovechan para seguir jugando ese mal partido de tenis que ha entablado con el gobierno del Partido Socialista –y estos no juegan tampoco mejor, ni mucho menos-, pues directamente he zapeado y me he quedado con un titular mucho más plástico de un periódico local: “Una mujer arranca la lengua a su ex marido de un mordisco”. ¡Qué finos los dos! Son como para llevártelos a casa. El resto de la noticia, seguramente escrita por un juntaletras semianalfabeto, no me interesa. Porque con ese arranque me basta.
En lugar leerme un par de páginas con detenimiento para enterarme de una vez de lo que significa una OPA hostil y de lo que supone para una economía como la nuestra -y sobre todo para la mía-, paso todo el bloque de Economía de golpe porque no me interesa ni Endesa, ni Gas Natural ni E.ON. Según Séneca, no hay cosas carentes de interés, sino hombres incapaces de interesarse por ellas. Aquí, si me perdonas, querido Lucio, discrepo contigo de parte a parte y creo que tu estoicismo patina. Cada vez estoy más convencido de que no solo hay cosas, sino también personas, carentes por completo de interés. Cero. Así que yo me paso a hojear una columna –por desgracia, sin ninguna ilustración: ¡habría sido demasiado bonita!- que cuenta el caso de un absurdo joven de 21 años que se olvida el CV en la casa que acaba de desvalijar. Y, claro, lo detienen en un decir Jesús. Solo faltaría que se les hubiera escapado.
Por último, el paseo de Bush por Asia y su flirteo con la pareja de vecinos que viven espalda contra espalda formada por indios y pakistaníes, me deja casi indiferente. No me fío un pelo de ese fantoche. Y cada vez que lo veo, me lo imagino empinando el codo, rodando por la escalera y explicando luego que el accidente se ha debido a una galleta mezclada con un ataque de risa. Y eso me lleva directamente a otra historia absurda de la que se han ocupado algunos medios locales de los que no daré el nombre. Resulta que una estudiante de la ciudad quería enviarle a un amigo que está de Erasmus en Suecia una botella de whisky para su cumpleaños. Se dirige a una empresa que se ocupa de hacer este trabajo y sigue las instrucciones que le dan para enviar algo frágil y con líquido. Pues bien, el amigo, al parecer, ha tenido que celebrar el cumpleaños con una botella de agua de Lanjarón, que es lo que ha recibido. El periódico no dice si natural o con gas. Y tampoco si la amistad se ha fortalecido porque este incidente los unirá para siempre, o si por el contrario se ha resquebrajado.
Como siempre sostengo, me he equivocado de época y de lugar para nacer. Y la solución, dado que no puedo hacer chassss y aparecer a tu lado, no pasa por crearme este mundo paralelo y recrearme en él. Toda sugerencia es bienvenida. Gracias.
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