lunes, enero 30, 2006

Goyesco

Si hay un hombre en España que, además de hacerlo todo, cada mes de enero suspira por la entrega de los Premios Goya al mejor cine español del año precedente, ese soy yo. En mi círculo, además de por otras muchas digamos rarezas, este es uno de los motivos para que se me mire en cierto modo de través. Y yo lo comprendo. Entre mis conocidos, la mayoría manifiesta un claro desinterés ante semejante acontecimiento. Otros, los más abiertos ante este tipo de espectáculos, sienten un interés circunstancial, si hay amigos que han trabajado en alguna de las películas candidatas. O a veces porque han tenido una gran idea que podría salvar de la quema, al menos por un año, este escaparate de celebración de lo mejor de nuestra producción cinematográfica. Y entonces me llaman a mí para que les ayude a redondear esta idea, que parece magnífica y que me reservo porque esta mañana, a las 8, el primer sms que he recibido era justamente para proponerme, en vista del ladrillo de gala de ayer, que retomemos nuestro viejo proyecto antes de que nos roben todo su contenido. Y es que nuestro guión obra en poder de la Academia de Cine desde 2001, pero nadie, querida Marisa et al, se dignó nunca a respondernos, aunque solo fuera para rechazarlo. En otras épocas, veía entre 40 y 60 películas españolas al año. Así que pasaba los meses de octubre y noviembre haciendo mis quinielas de posibles candidatas. Y siempre me equivocaba: mis gustos nunca coinciden con los de los verdaderos académicos, entre los que está claro que funcionan mucho las camarillas: los partidarios de Trueba frente a los de Garci; los almodovarianos que se mueren por trabajar con Pedro, pero que luego pasan de votarlo, etc. Así que cada año unas cuantas de mis pelis favoritas, que no aparecían en ninguna candidatura, quedaban olvidadas para los restos. Nunca serán citadas en ningún reportaje, ni en ningún resumen del año o de la historia de la Academia. Insomnio, de Chus Gutiérrez, es por ejemplo una de ellas. Otra es El dedo en la llaga, de Alberto Lecchi. Luego, he tenido épocas en que he visto solo tres o cuatro películas españolas en un año –y recuerdo una vez que entre ellas se coló la inenarrable Noche de reyes, de Miguel Bardem, una de las peores películas que recuerdo-. En estos casos, me limitaba a votar las propuestas de la Academia, siguiendo criterios absolutamente subjetivos como “este ya tiene un par de Goyas”; “a este, o se lo dan este año o que se olvide de él porque le quedan dos telediarios”, o “esta chica es una joya, y ya muy bien vestida siempre”. De todas formas, cuando he visto todos los trabajos nominados, tampoco coincido con los académicos. Y bueno, ayer por fin llegó la gala que llevaba esperando al menos una semana. ¡Qué nervios! Ni que yo estuviera nominado, teniendo en cuenta que no soy ni actor, ni actriz, ni peluquero, ni mamá de la artista, ni productor, ni siquiera un mal pagado guionista. Tampoco soy académico. Pero lo vivo como un protagonista más. Me preparé unos aperitivos, cogí mi cuaderno, mi quiniela, mi radio para los cortes publicitarios y puse una luz suave. No me vestí con mis mejores galas porque era completamente absurdo, dado que me quedaba en casa solito. Pero lo habría hecho si me hubiera ido a cenar con una amiga que me propuso una soirée goyesca. La gala, salvo contadas ocasiones con nombre propio: Rosa María Sardá, es un auténtico ladrillo. No sabemos hacerla dinámica y entretenida. Son demasiados premios. Es muy difícil de coordinar a todos los presentadores que los entregan porque algunos han llegado al Palacio de Congresos del Ifema solo minutos antes. Pero sobre todo no se puede prever la intervención del ganador, que en algunos casos puede llegar a convertirse en una decena de ganadores sin el menor recato. Y como te toquen dos cuadrillas de esta ralea en una gala, no hay guionista que no salga escaldado. Fue lo que pasó ayer. Suele ocurrir en las categorías que menos interesan a nadie, los efectos especiales, los cortos –de animación, documental o de ficción, es igual: “Haced vuestros cortos y quedaos en vuestra cueva, a juzgar por el aspecto, pero, por el amor de Dios, no nos deis la brasa con una letanía de agradecimientos que aburre a las ovejas, quiero compartirlo con Fran, Panchi, Rebeca y María Aránzazu, de Peliculinis Templis. También se lo dedico a mis padres, a mi abuela Alfonsa, que me estará viendo desde la residencia y a mi novia, ¿Queeeeé? ¿Que tú tienes novia, con esa barriga, esa alopecia, esos dientes y esas gafas de fantasía? Vamos, hombre, y yo me he caído de un guindo. Y ahora llega otro: Pues como ha dicho mi compañero, bla, bla, bla, y además con todo el personal del bar El Cruce, a mis padres y a toda mi familia, que me soporta y que ha permitido que hiciera realidad mi sueño, ¿te refieres a mi sueño, al bostezo que me produces, a las ganas que tengo de darte un puntapié? Y todavía quedan tres asesinables… La ceremonia de ayer fue sobria, nostálgica y de autobombo, que es de lo que se trataba. Y aburrida. A mí me gustó ver los vídeos con todos esos momentos divertidos de Fernando Fernán-Gómez. Y desde luego fue una gran idea –de dudosa autoría, digámoslo de paso- concebir, al final de una escalinata, una pantalla sobre la que se proyectaban todos estos montajes y de la que salía, a través de una apertura vaginal, la actriz encargada de entregar el premio correspondiente. Pero el guión falló tanto como que quizás no existía. Concha Velasco, que siempre resulta un valor seguro y de quien yo soy tan fan, no parecía muy metida en la historia. Y Antonio Resines, que es un tío fantástico, parecía más bien a bordo de su moto. Y supongo que lo hicieron tan bien como pudieron hacerlo. Y detrás de todo esto esta una persona tan solvente como Fernando Méndez-Leite. Pero la ceremonia duró 250 minutos. Fue la más larga que cualquier edición precedente, atrajo a 2.297.000 espectadores, lo que supone solo un 18’7% de share, la cifra más baja en los últimos años (según informa elmundo.es). Fernando Méndez-Leite recomendó o exigió, según los casos, brevedad. Algunos escucharon y otros no solo no lo hicieron, sino que anunciaron que no lo iban a hacer. ¡Qué finos y qué monos ellos! Por su parte, el señor notario debe arreglar el asunto de la guerra de los sobres: el enésimo comentario de “Pues sí que es difícil abrir esto” no tiene gracia. No basta con saber firmar. Para entrar en faena, diré que la ministra del ramo me pareció una vez más una mamarracha en toda regla. Con ese traje de Ágatha para "apoyar la moda española" y que calificó de “romántico”, pues la verdad, sobran las palabras. Y luego cada vez que la encuadraban en la televisión parecía a punto de echarse una cabezada. Mire, yo soy un simple espectador y puedo echarme a dormir cuando me dé la gana. Pero Vd. acude como ministra y ya podría venir dormida de su casa. Y me da igual que la gala sea un pestiño o no. Por mí, como si es un concierto de Luis Cobos. Eso es lo que hay, y si no le gusta, se chuta lo que le dé la gana en el baño y pone cara de estar interesada. Me encantó volver a Carmelo Gómez, que tenía su Goya por Días contados, pero ya han pasado 10 años. Me encantó ver su película, El método, y me encantó escuchar que se lo dedicaba a la gran Pilar Miró. También me alegré especialmente de que Elvira Mínguez ganara por fin este premio: está fantástica en Tapas y ya era hora de que se le reconociera su buen trabajo siempre. Lo dedicó al público que sigue yendo a ver cine español, aunque a veces no sea bueno, y a todos los que cuentan las historias de mujeres de más de 40 que solo esperan que sean contadas. Otro de mis Goyas favoritos fue el de la Mejor Canción Original para Manu Chao por Me llaman Caye, de Princesas. El premio lo recogió la presidenta del Colectivo Hetairas, de apoyo a las prostitutas. Me congratulo del triunfo de Isabel Coixet, a quien le recomendaría un inmediato asesor de imagen: si tu cara no te gusta, ponte un casco, pero renuncia a ese flequillo, a esas greñas en las mejillas y a esas gafazas blancas. Y renuncia también a gestos que yo sea incapaz de identificar como de pánico, como los de hace dos años cuando ganó con Mi vida sin mí. Para mí la más guapa y espectacular fue Maribel Verdú –en vista de que no estaba Elena Anaya-, a quien le sienta muy bien desaparecer de vez en cuando una temporada. Presentó con el actor francés José García, de nuevo de rodaje en España. El más guapo, delgado y atractivo fue una vez más Eduardo Noriega (y su bigote). Carmen Maura acertó plenamente con su pantalón negro y su haut ajustado rojo intenso del letiziano Lorenzo Caprile. Apareció fantástica.. Formó pareja con su compañero de reparto en ¡Ay, Carmela!, un demacrado Andrés Pajares, claramente traicionado por su diseñista capilar. El tinte cobrizo debería de estar internacionalmente prohibido si todavía no lo está. La puertorriqueña Micaela Nevárez es monísima, pero el premio a la Mejor Actriz Revelación debería haber ido a parar a Isabel Ampudia, la única posibilidad de reflotar una interesante película titulada 15 días contigo. Óscar Jaenada al parecer borda a Camarón, pero me dio pena que el elegante y entrañable Manuel Alexandre se fuera a casa sin su Goya. Y me encantó Candela Peña, con su segundo Goya, y su bonita dedicatoria, una condensada declaración de amor a sus padres y un breve anecdotario que incluía la carta que le escribió de pequeña a la reina para que le enviara una foto del príncipe porque ella quería ser princesa. Y anoche lo fue: tenía su Goya por Princesas y tenía a su príncipe, el director Fernando León. Y yo, sin que nadie me dirigiera la palabra, viví algunos premios como si se los dieran a alguien cercano, alguien que fuera a compartirlos conmigo. Bueno, pues solo queda un año para una nueva decepción.

2 comentarios:

Manuel dijo...

Esa señora del vestido con corazones y moños pensé yo que era un pastel ambulante (hay que tener sentido del humor o estar muy desfasada de la realidad para salir a la calle con eso).

Vipère de Gabon dijo...

Este es un horrible texto de 2002; me da vergüenza enseñarlo, pero dado que a la Academia no le da vergüenza ofrecer una gala como la de la otra noche, con una realización propia del director de cine ciego de "Hollywoood ending", y a la ministra no se le cae la papada al suelo por vestirse como una mamarracha (y luego ofrecer en la inauguración del museo de la industria de Portugalete unas delirantes explicaciones al respecto), pues yo cuelo mi texto aquí por si alguien quiere leerlo. Probablemente me arrepienta inmediatamente después de darle a la tecla de "Acceder y publicar". Pero está claro que muestra mi total adhesión al cine español y su gente, y es una pena que cada año tropecemos con la misma piedra.
El texto también muestra que cuando pasan cuatro años en el cine (al menos en el español), en realidad podría hablarse de cuatro décadas: la mayoría de los protagonistas han cambiado, otros se han muerto, otros ahora se dedican a vender churros y otros ostentan un interesante y crematístico salón de té en algún emirato árabe (unido o no).



EL AFECTO GOYA (Diciembre de 2002)

El Palacio de Congresos de Madrid estaba al límite de su capacidad. O al menos esa impresión daba, a juzgar por la cantidad de fotógrafos, cámaras de televisión, carreras, bolsos, besos, flases y sonrisas que se entrecruzaban y a veces tropezaban entre sí. Los guardias de seguridad intentaron mantener la compostura cuando vieron entrar al Príncipe, de quien muchos de ellos llevaban secretamente una foto en la cartera, de la mano de Leonor Watling. Los flases enloquecieron y probablemente dejaron secuelas oculares a los protagonistas y a los guardaespaldas. Era la foto más esperada de la noche: el Príncipe y su novia, actriz en alza y favorita al Goya por su participación en Deseo.

La entrega de los premios Goya del cine español concitaba cada vez mayor interés del público, de los profesionales, de los medios de comunicación e incluso de los políticos. Las películas candidatas aumentaban su recaudación obtenida hasta esa fecha, y las premiadas en las principales categorías la doblaban. Los productores no desdeñaban ya el llamado Efecto Goya para la taquilla, y los políticos, ávidos de sumar éxitos de aquí y de allá, también querían participar en éste. Por el hall de entrada y por la alfombra de las principales marcas patrocinadoras ya habían pasado y posado juntas las últimas cuatro ministras de cultura, las cuatro vestidas por el mismo modisto y con un modelo que recordaba el traje verde de la actuación de Marisa Paredes en Tacones Lejanos. Sin duda, esa también sería una de las fotos de los periódicos del día siguiente.

Era una noche muy fría del mes de enero. Las pieles se cubrían con otras pieles justo hasta tres metros antes de la trinchera de fotógrafos. Las viejas glorias del cine nacional llegaban acompañadas de jóvenes usurpadores en una camaradería inusual. La noche prometía sorpresas en las que participaban todos.

Nadie parecía odiar a su acompañante, aunque todos querían ofrecer su mejor perfil. Había quien se recreaba en la alfombra patrocinadora como si esperara echar a volar, hasta que los flases dejaban de dispararse. Entonces reanudaba su camino hacia el patio de butacas. Los había también tímidos que atravesaban el hall a toda velocidad, y a estos había que pedirles que hicieran el favor de posar al menos un instante.

Pasaron los guionistas más conocidos y los anónimos o, mejor, los que firmaban con un nombre que no se asociaba a ninguna cara. Así, la noche en que Salvajes ganó el Goya al mejor guión pudimos descubrir que en realidad Salvador Maldonado era Lola Salvador. En esos momentos decaían el número y la intención de los destellos de los flases, pero en seguida se reavivaban.

Al Palacio de Congresos seguían llegando invitados. Peluqueras a las que nadie conocía, pero que habían contribuido al éxito de una película de época. Decoradores, músicos, cortometrajistas vestidos como para ir al fútbol, músicos, actores que cruzaban el decorado para decir una única frase, (y a Dios gracias):

- Él encontró vulgar la manera en la que ella apagó el cigarrillo en el cenicero.

El cine español lo hacían también todos ellos, además de las madres de esos directores treintañeros que han aceptado por fin esa loca pasión de sus hijos y que se emocionarán esta noche cuando alguno de ellos las nombre mientras recoge el Goya al mejor corto de animación o incluso a la mejor Dirección Novel.

El hall se iba quedando vacío a la vez que el murmullo se trasladaba al interior de la sala donde estaba a punto de comenzar la entrega de los premios de cine más esperados.

Pero aún quedaban muchas fotos por hacer. Melanie Griffith y Antonio Banderas fundieron algunos focos: los flases volvieron a relampaguear otra vez. Por primera vez, Melanie Griffith asistía a la ceremonia. También llegaron Alejandro Amenábar y, un metro más arriba, Nicole Kidman. También estas fotos estarían al día siguiente en la prensa. Y Fanny Ardant y Olivier Martínez, que acababan de rodar en España.

Los fotógrafos comenzaban a quedarse sin carretes. Hubo que pedir refuerzos y un repartidor de Kodak llegó con dos cajas grandes de película.

La hora prevista para empezar la fiesta se acercaba y las fotos elegidas al principio cedían su sitio a otras posteriores, o al menos planteaban dudas. La maestra de ceremonias salió al hall para preguntar a la jefa de prensa del Palacio si podría comenzar a la hora fijada.

- Por supuesto, a menos que quieras perder la emisión de la última parte de la ceremonia. Los 180 minutos pactados con TVE son innegociables en las coordenadas precisas: ni un segundo más ni antes ni después, sobre todo después.
- Pero ¿han llegado al menos todos los que están convocados para entregar premios?
- Faltan Penélope Cruz y Tom Cruise. Y...

En ese momento los flases empezaron a dispararse furiosamente otra vez. Los fotógrafos, en lugar de estar aburridos, estaban encontrando su trabajo interesante por primera vez en años. ¡Aquella era de verdad la foto de la noche! El reencuentro del director más internacional del cine español y la actriz que protagonizó sus películas más divertidas y emocionantes: Carmen Maura y Pedro Almodóvar, reunidos en público 15 años después de su sonada ruptura. Ya sabíamos cuál sería la foto de las portadas de los periódicos del día siguiente.

Los fotógrafos los recibieron con aplausos, lo que no entra en absoluto dentro de los usos de la profesión. Ella llevaba el pelo muy corto y teñido de negro. Estaba muy delgada y lucía un traje de satén rojo. Por encima de todo, destacaban unos largos pendientes de esmeralda que captaron la atención de todos.

- Me los ha regalado él para la ocasión. Me los ha traído de Kenya.

Él llevaba llevaba un traje negro de Dior y una camisa roja. Por primera vez en mucho tiempo Almodóvar lucía también una corbata estampada con los granjeros de Grant Wood. También acaparó la atención.

- Me la regaló ella en 1987 cuando presentamos La ley del deseo en Nueva York. Decía que la mujer le recordaba a mi madre, con quien se entendía muy bien. Creo que es una buena ocasión para recuperarla, aunque no vaya con el modelo.
- ¿Este reencuentro significa que vais a trabajar juntos otra vez?, preguntaron varios cámaras de televisión e incluso un guardia de seguridad que estudiaba en el taller de Cristina Rota.

Carmen Maura y Pedro Almodóvar, cogidos del brazo, se apretaron aún más. Hicieron un gesto afirmativo y dijeron que no querían ser maleducados y llegar tarde.

- Pero os lo contaremos con gusto luego en la fiesta.

Ambos alcanzaron su asiento, ya con las luces apagadas, un instante antes de que saliera la presidenta de la Academia a leer su discurso. La ceremonia acababa de empezar. Detrás de ella, una gran pantalla reproducía imágenes de los invitados: el Príncipe y la actriz Leonor Watling; Victoria Abril al lado de Miguel Bosé; Tom Cruise y Penélope Cruz; Javier Bardem y Mariola Fuentes, con quien acababa de rodar una comedia... Pero un suspiro (unánime) en toda la sala logró apagar el discurso de la presidenta cuando todos vieron reflejados en la pantalla a Carmen Maura al lado de Pedro Almodóvar.

- ¿Es que van a rodar juntos otra vez? Pregúntaselo a Paz.
- Es una maniobra de publicidad. En realidad, se detestan, pero ella está en plena decadencia y para una película de éxito hace 8 que no ve nadie. Tras La comunidad ¿qué ha hecho decente? Minipapeles absurdos en películas francesas que ni siquiera se distribuyen aquí.
- Y Hable con ella ha sido un fracaso en España.
- Hombre, no creo que se pueda decir que una película española que ha sido vista por un millón de personas es un fracaso. Además en Francia ha funcionado muy bien.

El espectáculo había comenzado. El primer número musical reunía a dos actrices de los 60, Sara Lezana y Concha Velasco, y a dos actores jóvenes, Pedro Alonso y Rubén Ochandiano. Recreaban uno de los bailes de Los Tarantos porque se homenajeaba a Antonio Gades, quien recibiría el Goya de Honor ese año. Pero ni siquiera así se apagaron los murmullos.

- Pero ¿por qué se enfadaron?
- Fue en el rodaje de Mujeres al borde de un ataque de nervios. El encontró muy vulgar el modo en que ella apagó un cigarrillo en el cenicero y tuvieron que repetir la escena 68 veces.
- Pero tuvo que haber algo más.
- Ella atravesaba momentos personales muy difíciles y él se ensañó diciéndole que estaba en la mitad como actriz, solo porque le iba bien al personaje.
- Él también está en la mitad como director desde que no trabaja con ella, incluida Todo sobre mi madre y su óscar, pero nunca lo reconocería.
- ¿Te olvidas de Átame? Tampoco ella reconocería que en los últimos 10 años ha hecho tres películas salvables.

La dinámica de la entrega de premios y de los besos, agradecimientos y aplausos avanzaba a buen ritmo, pero el público aprovechaba cualquier resquicio para seguir comentando el otro acontecimiento de la noche.

- ¿Han dicho ya si van a trabajar juntos?
- Parece que sí. Se trata de un proyecto como el de 8 mujeres en el que ella será la protagonista, pero también estarán casi todas las actrices con las que ha trabajado hasta ahora y otras con las que siempre ha querido hacerlo, como Esperanza Roy y Amparo Muñoz . Por cierto, ¿lo de estos dos va en serio?

Estos eran el Príncipe y la corista.

- No tengo ni idea. Mira, son ellos. Van a entregar el premio a la mejor película. ¡Qué corbata tan imposible lleva él!
- Los pendientes de ella no son precisamente discretos. ¡Qué delgada está!

Carmen y Pedro estaban en el escenario delante del micrófono. La pantalla gigante recogía el detalle de sus rostros y de sus manos, sus gestos y sus miradas. Nadie podía saber si aquella escena era natural o estaba ensayada. Ambos eran muy buenos actores. Los pendientes de Carmen Maura brillaban con intensidad en su cuello y en la pantalla, como si hubiera un foco dentro de ellos.

- Sé que no son unos pendientes sencillos, pero esta noche es muy especial para mí y quería ponerme lo más guapa posible. Me los trajo él de Kenya para esta ocasión.
- Ella me regaló esta corbata en 1987 en Nueva York. Decía que la señora le recordaba a mi madre. Ya lo he dicho a la entrada: no va con este modelazo, pero me da igual. Aprovecho para informar a todos, pero especialmente a los fans y amigos que nos han preguntado durante estos 15 años que cuándo íbamos a trabajar de nuevo juntos, que por fin ha llegado ese momento. Empezamos a rodar el próximo mes de marzo. Una comedia titulada Mujeres y aeropuertos.
- Sé que nos excedemos del tiempo asignado y que los cuatro aspirantes a la mejor película quieren saber quién ha ganado, pero también hay mucho público que esperaba este momento. Quiero añadir que esto no es un montaje publicitario, que no es marketing. Estoy aquí porque estoy feliz de volver a trabajar con Pedro. Y porque lo quiero. El Goya a la Mejor Película de 2002 es para ...
- Un momento, por favor. Yo tengo que responder también. Te quiero, Carmen.

Este fue el único momento en que se hizo casi el silencio. Los productores de las películas candidatas estaban criticando la egolatría del director y de la actriz. La maestra de ceremonias veía cómo los últimos 5 minutos de ceremonia se consumían, y se mordía las uñas pensando que la emisión se cortaría antes de leer el título ganador. Por fin abrieron el sobre lacrado y leyeron el título. La presentadora de la gala respiró y empezó a recibir felicitaciones hasta que se cayó al suelo. Cuando despertó, lo primero que hizo fue prometerse que nunca más volvería a presentar un acto de esa naturaleza. Era mejor que no fueran tantos famosos y que no pasaran tantas cosas, tantas reconciliaciones, tantas especulaciones sobre futuros matrimonios reales (o ficticios). Ella también saldría en una foto de portada, pero en la revista interna de una clínica de reposo.