miércoles, enero 18, 2006

Ojoplático

1. Mi vecina del piso de abajo, una señora de 63 años adicta al ascensor y que siempre tiene algo que limpiar por dentro o por fuera de la mirilla de su puerta, me saluda cada vez que me ve bajar o subir por las escaleras: “¡Qué piernas, hijo mío! Dios te las conserve”. Un saludo que no admite, a todas luces, una variada gama de respuestas. La primera vez, que era de día, me limité a sonreír por un lapso de tiempo equivalente a tres zancadas. Pero cuando la penumbra oscurece la entrada o el rellano, mi mejor sonrisa no basta. Entonces me planteo varias opciones, pero a todo le encuentro inconvenientes: a. "¡Gracias!", queda prepotente. b. “Y que Vd. lo vea”, parece demasiada guasa. c. “Lo mismo le digo”, es claramente una ironía que no estoy dispuesto a emplear con una señora que por el momento solo se ha limitado a suspirar por saber con quién me acuesto y con quién me levanto, pero sin atreverse a plantear preguntas cruciales, tipo “¡Qué frío hace en esta ciudad. Yo es que el cero grados no lo quiero. Por cierto, pocas mujeres se ven salir de tu casa, y si no eres marica, un muchacho con tan buena planta como tú debe de estar rifadísimo. Vamos, digo yo…” -Señora, estamos en lo más crudo del crudo invierno, así que como comprenderá no es hora de que nos alegre a todos la vista exhibiendo esa colección de tops de fantasía que tiene. Por cierto, tampoco yo veo salir muchas mujeres de su casa. ¿Es que no ha descubierto todavía los secretos de una buena sesión de tijera? ¿O más bien es una cuestión de selección de varices? Vd. solo respeta la variz genética, la auténtica, la que viene con denominación de origen, y no la adquirida, que no es lo mismo. ¿Dónde va a parar? -Pero si yo solo estaba diciendo que este invierno hace mucho frío… -Sí, como yo, que solo estaba diciendo que para la hora de los tops todavía faltan algunos meses… 2. La clase es un tostón, un ladrillo insufrible, y está impartida por un personaje mitad Lauren Postigo, mitad rapsoda con sinusitis que dista mucho de entrar en mis preferencias. Cuando entra en éxtasis recitando a su manera, con sus haches aspiradas y todo lo demás, un soneto de Góngora, el silencio se palpa en un auditorio con una acústica endemoniada. Eso ocurre a los 20 minutos de iniciarse la clase, algo que coincide con el momento elegido por un infame personaje con la siguiente traza: 160 cms, una trenza rasta, variado atuendo hippy, colorinches, pantalones diseñados contraviniendo la más elemental norma del patronaje y una mochila de colores de la que cuelga un cascabel. Durante 3 minutos, lo que tarda en atravesar el auditorio, el soneto de Góngora se ve amenizado por el tintineo incesante de un cascabel. El sujeto en cuestión acaba por sentarse, completamente ajeno a los ojos como platos de parte de los que estamos reunidos allí.

No hay comentarios: