jueves, enero 05, 2006

¿Qué haría yo sin Stanley Donen?

Cuando el mundo se empeña en hacerse más y más feo –lo que ocurre casi a diario, con solo poner un pie en la calle y pasar, por ejemplo, delante del centro comercial que tengo enfrente de casa: quienes vienen a comprar desaforadamente ahí parecen personajes caracterizados que acaban de escapar del pasaje del terror; ¡Dios mío! ¿Quién los ha diseñado?-, me paro un momento y pienso en todo lo que merece la pena. Y entre todo ello –mi familia y otras muchas personas a las que quiero y que, afortunadamente, están aquí, cerca, a pesar del Gran Susto que nos llevamos la semana pasada; el valor de una carta que llega desde la otra orilla o esa llamada inesperada de alguien de quien guardas un hermoso recuerdo, pero al que probablemente ya no reconocerías- aparece también Stanley Donen. Stanley Donen es alguien a quien me gustaría conocer. O al menos estar cerca de él por unas horas. Y tengo que darme prisa porque en abril cumplirá 81 años. El año pasado vino a celebrar su cumpleaños en Barcelona. Al día siguiente se fue a Bilbao para ver el Guggenheim. Solo la revista Fotogramas dio cuenta de esta visita. Y en octubre pasado volvió como presidente del jurado de la sección oficial de la Mostra de Valencia Cinema del Mediterrani. Nuevamente nadie se tomó la molestia de aprovechar su presencia entre nosotros. Si en lugar de Stanley Donen se hubiera tratado de Malena Gracia, nos habrían metido sus tetas hasta en la sopa. Las televisiones bien podrían haber programado un miniciclo con sus películas más representativas, no digo ya una retrospectiva completa. Bueno, al menos yo sí he podido ver una retrospectiva suya. Fue en la Filmoteca de París, en el verano de 2003. Precisamente en París transcurren varias de sus películas. De alguna manera contribuí a que se programara este ciclo. (Bueno, eso quiero creer, porque me resulta mucho más divertido). Un día de verano, cuando salía con un amigo de ver una reposición de El beso de la mujer araña en un cine de St-Michel, se nos acercó un señor que parecía recién escapado de un incendio, y nos hizo una encuesta sobre nuestra cinefilia. Luego nos pidió el nombre de un director del que estaríamos interesados en seguir un ciclo. Mi amigo dijo Carlos Saura y yo, Stanley Donen. Y meses después leí en alguna revista que la filmoteca le dedicaba un ciclo bajo el título de Stanley Donen. Le prince de la comédie musicale. Todos sabemos que codirigió junto a Gene Kelly dos de los musicales más populares e innovadores, Un día en Nueva York (1949) y Cantando bajo la lluvia (1952), musicales que se caracterizan por una superación de las convenciones del género que lo hace evolucionar considerablemente: la coreografía se adapta al espacio real –Un día en Nueva York fue el primer musical rodado en decorados reales, en las calles de esa ciudad-, rechazo de trucos como el ballet soñado, que según Donen, ralentizaba la acción; integración de todos los elementos –música, canciones y baile- en la narración, sentido del detalle y aprovechamiento de los recursos cinematográficos –Fred Astaire bailando por las paredes y el techo en Bodas reales (1951)-. Donen aprovechó el sistema hollywoodiense de los estudios, que estaba en aquel momento en su apogeo. Trabajó bajo contrato para la MGM y estuvo respaldado por dos de los productores más brillantes de la edad de oro hollywoodiense: Arthur Freed y Roger Edens, y colaboró con los mejores guionistas, particularmente Betty Comden y Adolph Green. Hoy, Donen explica: “Los musicales han dejado de hacerse porque es imposible que se doblen las canciones y que suenen bien, y los estudios quieren ganar dinero de una forma radical. Quieren productos que se vendan en España y en cualquier parte del mundo. Te voy a matar, hijo de puta, es muy fácil de doblar. Lo que importa en la violencia física, no tanto la voz que lo dice o lo dobla. Hacer proyectos de calidad que lleguen a mucha gente es casi imposible”. Otra famosa comedia musical que dirigió en solitario, pero con menos medios –Donen lamentaba haber tenido que utilizar transparencias que remplazaban lo que debía haber sido un fondo nevado natural-, fue Siete novias para siete hermanos. El resto de su filmografía, hasta llegar a las 27 películas, la forman otros 8 musicales más, 13 comedias; Movie, movie, que participa de los dos géneros, más una historia disparatada de ciencia-ficción con una bellísima Farrah-Fawcett y un joven Harvey Keitel (Saturno 3 (1979), cuyo guión es de Martin Amis) y un sombrío drama titulado La escalera (1969), sobre la agitada y amarga decadencia de una vieja pareja homosexual. Uno de ellos es peluquero y se está quedando calvo. El otro es un actor de cuarta fila que teme que lo encarcelen por haber hecho de travesti. En un momento dado, una evangelista sostiene una pancarta en la calle que dice: “Jesús te ama”, y Richard Burton le responde: “Eso será a usted”. La sordidez de su mundo se acentúa con la presencia de la madre del primero. Cuando veo una de sus películas, me reconcilio con el mundo que me rodea. Al menos por un tiempo. Observo cómo se mueven Cary Grant y Audrey Hepburn en París, cómo van vestidos (Givenchy para Hepburn); escucho unos diálogos que quisiera aprenderme y tener ocasión de utilizar; me río con esas frases, y con la escena en la que Cary Grant se ducha vestido o aquella otra en la que baila con una señora gorda intentando atrapar una naranja sin utilizar las manos. Y me quedo boquiabierto con los créditos de Maurice Binder. Todo ello ocurre en Charada (1963), comedia de suspense. “Audrey y Cary son la expresión de la comedia. Nacieron para estar juntos en el cine. Pero me indignó que muchos dijeran que copiábamos a Hitchcock. ¿Es que el género le pertenecía? Fue difícil dejar de hacer musicales. Solo pude conseguirlo produciendo yo la película”. Además de a Hitchcock, la película homenajea a Gene Kelly, cuando Grant y Hepburn pasean por el Sena y ella dice: “Sería maravilloso si pudiéramos ser como Gene Kelly. ¿Recuerdas cuando él bailaba aquí al lado del río sin preocuparle nada el mundo en Un americano en París?” (De Charada existe un remake de 2003: The truth about Charlie, de Jonathan Demme, con MarkWahlberg y Thandie Newton. Y también Al diablo con el diablo (2000) , con Brendan Fraser, es una versión de Bedazzled (1967). No me atrevo a ver ninguna de ellas). Pero mi favorita es Dos en la carretera (1967), que ganó aquel año la Concha de Oro del Festival de San Sebastián, pero Donen solo acudió a recoger el premio hace unos años. Nuevamente encontramos unos créditos espectaculares de Maurice Binder. Y un minucioso montaje al servicio de la evolución emocional de los personajes y no del orden cronológico. “La idea principal era decir que el pasado estaba tan vivo como el presente, y en el film nunca sabías qué era el presente y qué el pasado dentro de un largo período de tiempo. En la primera página del guión escribí: Leer con mucha atención porque hay saltos en el tiempo y acciones que quizá no se entiendan sobre el papel, pero no os preocupéis porque en la pantalla todo tendrá sentido”. Two for the road es la más elegante, afilada y nada complaciente visión de la pareja que el cine norteamericano haya realizado jamás. “Audrey, Albert y yo estábamos divorciándonos mientras rodábamos. Así que fue un trabajo que nos caló hasta el alma. Todos sufríamos lo mismo que los personajes de la película. Me asombra que digan que es una película romántica, porque yo pienso que tiene una mirada dura, penosa. No debería de ser deprimente, sino crear la conciencia de que cuando uno se enamora de alguien no viven felices y comen perdices. Habla del matrimonio, que para mí es un negocio que siempre acaba en la ruina, en el desastre”. (Donen se ha divorciado cuatro veces). Los diálogos de Dos en la carretera ofrecen mil citas, sin que por ello nos suene a literario. “- ¿Qué clase de gente es la que se sienta a la mesa y no se habla? - La gente casada”. El coche de los protagonistas se detiene junto al de unos recién casados con cara de aburridos: - No parecen muy felices. - ¿Por qué deberían estarlo? Se acaban de casar” En la carretera, por el sur de Francia, se cuenta la historia de 10 años en la vida de una pareja, diez años de estar cerca sin estar juntos, diez años de una atadura que repele. En vez de utilizar el orden cronológico, Donen cuenta la historia oponiendo fragmentos de vivencias, haciendo un juego de cajas chinas, donde cada episodio desvela otro que no necesariamente se ha sucedido en el tiempo, pero sí en el sentir de los personajes. Y la banda sonora la escribe el gran Henri Mancini. Una cara con ángel (1957) representa la quintaesencia del cine de Donen, el film que no se puede contar, el film que hay que ver. Para empezar, París vuelve a ser el decorado. Pero además el guión, criticado en ciertos sectores por su sátira del existencialismo y de sus seguidores, es un regalo para los sentidos: por la música, por los colores, por el baile. Y por los actores. Dentro de su melancólico romanticismo, Funny face deja una sensación de placer que es imposible expresar en palabras. En 1999, Donen dirigió un telefilm que no he visto: Love letters. En la revista Fotogramas explicaba sus proyectos en su visita del año pasado: “En este momento estoy colaborando en algunas obras de teatro y acabando de perfilar el guión de un documental sobre un director de musicales, un hombre ya mayor que tiene problemas para poder rodar películas. Quiero dirigirlo, pero es muy complicado ponerlo todo en orden. Llevo años trabajando en él. Creo que es muy bueno. Su título es Bye, bye, Blues. Además, un estudio quiere hacer un largometraje con la recopilación de mis números musicales, y yo les he ofrecido mi ayuda”. Pedro Almodóvar escribió en algún suplemento dominical que, durante la promoción de alguna de sus películas en USA, se había entrevistado con él y que estaba pensando en producirle una nueva película, la primera desde Lío en Río (1984). Nada hemos vuelto a saber al respecto. “Trabajé mano a mano con los mejores. Eran divertidos, inteligentes y estaban llenos de vida y alegría. Es terrible que la gran mayoría haya muerto. Un día fui el más joven; ahora soy el único vivo”. Cary Grant, Fred Astaire, Audrey Hepburn, Liza Minnelli, Kay Thompson, Sophia Loren, Gregory Peck, Liz Taylor, Cyd Charisse, Gene Kelly, Jean Simmons, Deborah Kerr, Doris Day, Ingrid Bergman, Yul Brinner, Noël Coward, Robert Mitchum, Albert Finney, Walter Matthau, James Coburn, Richard Burton, Rex Harrison, Gene Hackman, Kirk Douglas o Michael Caine, estos son algunos de los grandes a los que se refiere. Reproducimos un párrafo del libro Stanley Donen… y no fueron tan felices, que Juan Carlos Frugone le dedicó en 1989, libro del que se ha extraído la mayor parte de la información ofrecida aquí: “Como diría Miguel Rubio en el artículo Donen o la metafísica del champán, « para gozar su obra hay que amar la vida, sentirse a gusto con el mundo », y hasta ese momento (Una cara con ángel), el cine de Donen era una experiencia sensual, burbujeante, un himno de vitalidad que nos habla de lo corpóreo haciéndonos sentir etéreos, que nos permitía disfrutar de la fantasía del cine sin tendernos ninguna trampa más que señalar las vías por las que se llega al disfrute. Incluso años más tarde diría: « Si no se juega en la vida, no se puede disfrutar de ninguna alegría. El mundo es un terreno de juego. Hay que jugar y transformar la vida en un juego. Todo es divertido, o debería serlo»” (pág. 99). Por todo ello, no sé lo que haría sin él.

1 comentario:

Madame X. dijo...

Stanley Donen, querido, es un anacronismo en este mundo (aberrante) de hoy. Como tú. O como yo mismo. Deo Gratias…