No voy a hacer aquí tampoco un repaso, punteando cada vez, del diccionario de sentimientos de José Antonio Marina. Aunque exhibicionista -si no, no hablaría tanto de mí en otros foros-, también tengo mi cuota de pudor. Solo quiero referirme al cine, una manifestación artística cada vez más en decadencia, a decir de Eduardo Mendoza, y cuyos inventores, los hermanos Lumière, merecerían un proceso penal póstumo -es lo que siempre dice por activa y por pasiva refleja, mi sabia amiga María de Rumania, hoy convaleciente: María, te necesito en plena forma ya. ¡Mejórate pronto!- por haber propiciado que generaciones enteras creamos que esas historias que vemos en la pantalla podríamos llegar a vivirlas un día. Sí, cuando las ranas críen pelo...
Pues bien, a pesar de todo ello, sigo yendo al cine. Mucho menos que hace años, cuando vivía al lado de las salas que programaban las películas que a mí me interesaban, y después de cenar, dos o tres veces por semana, iba a ver títulos en VO como C'est quoi la vie, Cavale, Requiem for a dream, Solas, Magnolia, Fire, El cielo abierto o La veuve de St Pierre, por citar algunos. Llegó un momento de saturación en el que mezclaba las historias o los actores, y me di cuenta de que tenía que seleccionar más y de que la nacionalidad de una película -moldava, por ejemplo- no bastaba para convertirla en algo que mereciera la pena, por muy remota que fuese.
Bueno, ahora, por variadas razones, voy muchísimo menos al cine. Ahora casi ningún estreno me produce una atracción irreprimible; no es un drama si me pierdo este título o el otro. Pero si por fin voy a ver la película quiero SENTIR. ¿Qué es sentir? Sentir es emocionarme, desear participar de lo que se cuenta, desear haber escrito el guión, creerme a los personajes, desear viajar a los decorados, querer conocer al compositor y a algún actor, tener ocasión de utilizar en mi vida alguna frase de los diálogos:
"Quererte de este modo es un delito y estoy dispuesto a pagar por ello. Lo sabía ya cuando te abordé en la discoteca. Sabía que sería un precio muy alto, pero no me arrepiento" (La ley del deseo)
Quiero que la película se quede en mí, me invada durante un tiempo. Quiero que me muestre otro mundo u otra mirada sobre este mundo. Quiero que me haga pensar en lo que yo no he pensado. Quiero que me haga sonreír, llorar, estremecerme en mi butaca, suspirar. ¿Es pedir mucho? Probablemente sí. Y últimamente me he llevado una calabaza detrás de otra. Iba a ver la película de turno, críticas entusiastas en mi círculo y en la prensa, candidaturas a los premios más importantes, Óscars incluidos, y yo salí indiferente.
Crash me dejó completamente indiferente. Robert Altman lo había hecho antes y mucho mejor. No es una película que sonroje, claro, pero no aporta nada nuevo, nada que no supiéramos ya: la violencia en las grandes ciudades norteamericanas solo está a un tiro de piedra del glamour. ¿Que los actores están bien? Pues sí, es cierto. Pero no es suficiente.
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Brokeback mountain está bien. Su director es alguien muy solvente que me emocionó con El banquete de bodas o La tormenta de hielo, entre otras. Es un hombre contenido, pero aquí me sobra tanta contención: quiero pasión, más riesgo, más entrega, más rage de vivre. No sé si me paso; no sé si para la historia que se cuenta en esa época -1963- y ese ambiente de machos ya supone bastante riesgo lo que Ang Lee presenta. En todo caso, no cubrió mis expectativas: yo quería más. El único momento de emoción que sentí fue en el primer momento de reencuentro de los protagonistas, tras cuatro años sin verse.
Capote es interesante, pero no es excepcional. El trabajo de su actor es impecable, y hay algunas líneas de diálogo fantásticas. También la actriz Catherine Keener me gustó. Como en otros trabajos. Pero no me cuenta nada que no supiera ya por la biografía de Gerald Clarke. Yo quería más.
El caso que más me entristece es Volver. Coincido con María de Rumania en que a este hombre yo ya no le pillo el ritmo ni con un tambor. Es otra película de la que he salido indiferente. Y me habría hecho tanta ilusión conectar de nuevo con Pedro Almodóvar... Las críticas en la prensa española han sido fantásticas. El público ha respondido y el film ha hecho una buena taquilla. En mi círculo hay quien dice que Volver se cuenta entre las mejores películas de su director. Me encantaría poder decir lo mismo, pero la película escapó de mí en cuanto salí de la sala. Se esfumó y ahora soy yo quien tiene que ir en su busca para poder decir algo de ella. He esperado 17 años para que Carmen Maura se reúna de nuevo con Pedro. Volver era mucho más que una película para mí, y supongo que esta historia de amor se ha terminado. Tengo que buscarme nuevos amantes que me hagan sentir, que es lo que quiero.
Así que ayer me fui a la filmoteca en un intento desesperado de buscar emoción. Era un esfuerzo notable. La semana no ha sido fácil. La gente me parece horrenda en general, dentuda, vestida como para pegarles fuego, sin nada interesante que decir, bla, bla, bla. Estaba cansado y aún me quedaba trabajo por hacer. No tenía con quien ir y además tenía que andar a buen paso durante 35 minutos. Pero hacía una hermosa tarde y decidí ir. ¡Y cómo me alegré de volver a sentir en el cine!
Vi Le temps qui reste, de François Ozon. Iba un poco escéptico porque las dos películas que he visto suyas no me han entusiasmado en absoluto. Pero está claro que soy alguien que da oportunidades. Y ayer no me defraudó. Es una película valiente; seguramente no es redonda, sin duda tiene trampas, pero es interesante y hay momentos de emoción, como cuando el protagonista charla en el coche con su padre, o cuando le pide a su ex que hagan el amor una vez más, la última, y el ex no accede. Por ejemplo. No es una película para todos los públicos, pero le agradezco a Ozon que la haya escrito y filmado, y también a Melvil Poupaud que la haya protagonizado y que le haya dado equilibrio, encanto y profundidad a un personaje que podría haber sido muy desagradable.
Llamé a una amiga nada más salir de la sala para decirle cuánto me había gustado, y regresé a casa. No suele llover mucho por aquí, pero ayer de pronto se oscureció el cielo y empezó a llover. Podía haber resguardado en cualquier bar y haber leído un rato -Plegarias atendidas-, pero preferí mojarme: no quería dejar sentir algo más. Pasaba por delante de gente que aguardaba bajo las cornisas y que no se ahorraban comentarios. Llegué chorreando. Tomé una ducha y un chocolate. Y quedé como nuevo.
Después de tantas decepciones con las últimas películas, El tiempo que queda me ha demostrado que no he perdido la pasión por el cine. Lo único que quiero es sentir. Esa es la cuestión.
sábado, abril 29, 2006
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