sábado, marzo 26, 2005

Optimismo y marcos incomparables

Lo decía Antonio Lamela: "Soy optimista por naturaleza, lo que quiere decir que me gusta lo óptimo", y yo no puedo estar más de acuerdo con semejante declaración de intenciones. Mi oficio actual en la vida consiste en ser optimista, a pesar de que la realidad cotidiana se empeña casi a cada paso en lanzarte a los brazos del pesimismo e incluso del homicidio. Cuando visitas La Alhambra, que es al mismo tiempo ese milagro y esa maravilla que deberían prescribir los psiquiatras como el mejor tranquimazín, a uno se le limpia el karma en un decir Jesús y no le queda más remedio que reconciliarse con el mundo, incluido ese vecino cuyos ronquidos se oyen a través del tabique de papel que separa mi piso del suyo. Allí se olvida todo lo que nos estropea el día y uno piensa que ya nada malo puede ocurrir nunca más, que si esa gente logró crear el marco incomparable que nos han legado con tan pocos medios, nosotros lo tenemos todo a favor para quedarnos con lo mejor y seguir avanzando. Pero incluso allí, mi inquisitivo intelecto me enfrenta a pruebas de fuego de las que es muy difícil salir indemne: gente esclava de una cámara digital, turistas incluso locales que deben de haber sido condenados por un tribunal especialmente sádico a vestir de una forma aberrante que solo se paga en el cadalso, etc. Pero el momento impagable de la visita consiste en captar al azar varias frases del público-que-tanto-me-quiere. Comparto con Vds. solo una de ellas. Marco: Mirador de Lindaraja. Protagonistas: Tres amigotes que tomaron mal la indicación "Club de karting" Amigote 1: Buf, esto es siempre lo mismo, macho. Amigote 2: A ver qué te esperabas de un castillo. ¿Qué se ve por ahí? Amigote 1: Nada, qué vas a ver: otro palacio. Para el amigote 3, este discurso resulta demasiado complejo. O bien es mudo. O bien le hacen luz de gas. En otras circunstancias semejante exabrupto me habría dejado hecho unos zorros - si es que una víbora se puede permitir sucumbir ante una especie como el zorro- o le habría escupido un poco de veneno, pero hoy por hoy no estoy por la labor. Me cotizo demasiado para compartir mi veneno. Simplemente, me escabulloso con mi piel resbaladiza y me voy al otro extremo de los palacios nazaríes. Y sigo mi visita encantadora por una ciudad que cada día me gusta más. Vengan a ver Granada y vengan a verme a mí. Hasta mañana, queridos.

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