miércoles, marzo 30, 2005

Rayuela: Capítulo 7

Toco tu boca, con el dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano en tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano dibuja.
Me miras, de cerca me miras, cada vez más cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más cerca y los ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar junto a mí como una luna en el agua.
rayuela, de julio cortázar
He descubierto este texto mientras desayunaba, y me ha parecido muy hermoso. Podría contarles que hoy he vuelto a actuar de negro para escribir una carta al director de alguien que echa las muelas con el servicio público de sanidad. Creo que he salido airoso del paso. Es desde luego menos arriesgado que aquella vez que, ni corto ni perezoso, me hice pasar por un abogado de la CNT francesa para mediar en las rencillas de herencia entre dos hermanas siamesas que...
- ... con lo que nosotras hemos sido, que nos hemos peinado iguales, nos hemos vestido iguales y nos hemos acostado con los mismos chicos. ¡A ver, qué remedio! Y ahora, fíjate: quiere quedarse con lo que mi padre le dejó a mi hermano, que es un santo. El pobre mío. No es ladrón ni maricón; lo único es que bebe. Pero tiene su casa... que me gustaría que la vieras. ¡Como una jarrita! Pero si no quiere trabajar, ¿yo qué hago? ¿Lo mato?
-No, mujer. ¡Cómo lo va a matar por tan poca cosa! Déjeme, que yo le escribo la carta, si eso le resuelve la papeleta.
-Pero habla bajo, que mi hermana está a punto de despertarse y se va a enterar de todo. Aunque yo creo que ella lo oye incluso a través de los sueños. ¡Es una bruja! Yo creo que me espía. Tienes que firmar tú la carta y poner tu dirección para que ella se lo crea.
-Pero yo no soy abogado...
-¿Y qué importancia tiene eso?
-Vale que le escriba la carta, pero búsquese a otro que se la firme. Yo no puedo suplantar a un abogado.
-Pero si esto se queda en familia. Antes me dejaría arrancar las uñas que decir que una persona buena como tú me ha hecho este gran favor. Pero si no quieres... Ella se quedará con todo, qué vamos a hacer.
Y así como pasé seis meses en esos "apartamentos de extrema frescura en los que nunca te incomoda el sol". Pero yo por una buena causa, estoy dispuesto a llegar adonde haga falta, incluida la cárcel. Y no se les escapará, a los que han tenido la ocasión de compartir semejante experiencia, lo que allí se cotiza un cuerpo sinuoso como el mío y un cascabel en flor.
Hasta mañana.

1 comentario:

Madame X. dijo...

No se queje, viborilla. Que el apartamento de extrema frescura estaba estupendamente.