¿Por qué siempre me ocurre que me cuentan historias de no dar creditito? Por lo que parece, captar el momento en que uno se queda ojoplático, sin aliento o sin recursos expresivos debe de hacer furor en el mercado negro de los programas de TV que basan su creatividad -ja, ja- en la cámara oculta. ¿Son estas historias las que mejor le van a mi corte de cara, a mi ropa, a mi personalidad arrolladora y a mi charme personal? Yo diría que no, la verdad. Pero el destino se empeña “una y otra vez, como decían los clásicos” en ponerme frente a ellas para atestiguar, aún una vez más, lo que ya está archidemostrado, que la realidad supera al porno.
La última historia que me han contado tiene por protagonistas a dos pollos-pera de segundo año de universidad, y localizaciones múltiples que van desde la azotea de una facultad desde la que se ve toda la ciudad hasta la comisaría del distrito de Cartuja. Del guión, mejor no hablar. Resulta que para celebrar el primer mes de noviazgo se les ocurrió colarse la otra noche en la azotea del edificio en el que estudian. Allí, con unas vistas impagables sobre Granada la nuit, prepararon un picnic bajo el brillo de las estrellas y la luz de algunas velas de la chinoiserie que habían llevado para darle clima (y clímax) a la cosa. Besos, marcas de los chinos del piso en la piel, canutos, ay qué risa, cuánto te quiero, yo a ti más, eso no se puede medir, me estaría toda la vida aquí a tu lado, qué colocón, etcétera.
De pronto la calentura de los dos cuerpos calientes cede paso al relente de la noche granadina en lo alto de un edificio en plena falda de la montaña y ¡ay, qué frío, vámonos, ya hemos sido bastante románticos por hoy! Pero la puerta de entrada a la azotea está cerrada. Cerrada por dentro. Y ellos se han quedado encerrados por fuera. ¿Qué hacemos?
-A lo mejor si nos colamos en alguno de los departamentos podemos salir. Quizá la puerta se pueda abrir desde dentro, como esa.
Dicho y hecho. Se cuelan por una ventana, mochilas en ristre y risas nerviosas, y antes de que pongan un pie en el suelo se ha disparado la alarma del edificio. ¿Y ahora qué hacemos? Pero no necesitan responder a la pregunta. En menos de lo que se persigna un cura ortodoxo llega la respuesta en forma de policía. Los localizan y los llevan a la comisaría, previa micción de ambos. Creo que desde el momento en que empezó a sonar la alarma, entraron en calor de nuevo ipso facto.
Y en la comisaría tuvieron lógicamente que contar toda esta delirante historia con pelos y señales. Y al día siguiente, repetirla de nuevo para la decana de la facultad, que quedó nistagmática de tanto buscar la cámara oculta que tenía que haber forzosamente en algún sitio.
-Es verdad todo lo que contamos. No intentábamos robar los exámenes de Clásicas. No somos de esa carrera. Ni tampoco de esa calaña. Este policía es testigo de lo que decimos: se incautó del salami y de otros restos de comida y bebida que tenía en mi mochila. Y, por supuesto, de toda la maría.
Y al final todo resultaba tan delirante que han terminado por creerles, encomendándose de paso, eso sí, a la Virgen de Lourdes para pedir no solo por la lluvia, sino para que TODA la juventud española no sea así.
jueves, junio 09, 2005
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2 comentarios:
Deberían expulsarles. Es más, deberían decapitarles. La estupidez hay que atajarla de raíz. Y la bisoñez también. Muerto el perro (y la perra), bla-bla-bla.
Sr. Killer:
Lleva más razón que San Pablo antes de la conversión.
Pero luego saldrá un bocazas bajo la influencia de la careta de cerdo a la plancha y te tachará de intransigente, inflexible, intolerante, neona(n)cireegan y todo ese delirante discurso envolvente de la gente que convierte a diario este mundo en algo invivible.
Por suerte, por el momento están respetando la terraza del Alhambra Palace. Tomé ayer allí unos Ruedas y te extrañé. A tu salud.
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