martes, mayo 22, 2007

me gusta / no me gusta

me gusta Los campos verdes de abril Los campos amarillos de girasoles Los campos rojos de amapolas Las viejas fábricas con chimeneas para reconvertirlas en centros culturales en los que NO se vende nada Las construcciones, en general (secaderos de tabaco, cortijos, iglesias…) rehabilitadas y reutilizadas La gente que saluda, que dice buenos días y adiós. La gente educada. Los niños educados Las medianas de las autovías en las que hay vegetación: flores, retamas en flor… Las canciones bonitas Las terrazas y las azoteas de las casas. Las terrazas de los bares y los cafés Los cafés Las fuentes que no son cursis Los árboles grandes Las bolsas de papel Las bolsas de tela para hacer la compra La gente con buena pata, con sentido del humor Los libros de Jardiel Poncela y de Fran Lebowitz Las historias cotidianas no me gusta Los pueblos sin sabor Las construcciones con bloques de cemento y ondulina Los centros comerciales El Corte Inglés Los aparcamientos Las filas de coches Las estaciones de autobuses Las urbanizaciones en medio de la nada con nombres como “Paraíso” o “Mirasierra” Los rótulos publicitarios demasiado diseñados Los bloques de pisos al borde de la carretera Los bloques de piso que no están al borde de la carretera Los hoteles en serie Las campañas electorales La publicidad que me tutea La publicidad descuidada Los barrios de la periferia La gente que está permanentemente de mal humor La gente inepta total para la menor felicidad La perversión y la obscenidad televisivas Los chándales

lunes, mayo 14, 2007

¿Qué hice en los 90?

Fui al cine y vi cientos de películas. Películas españolas, francesas e inglesas. Pero también italianas, alemanas o portuguesas. Películas chinas, taiwanesas o neozelandesas. Películas suecas, rusas e incluso finlandesas. Películas argentinas, cubanas o mexicanas, pero también norteamericanas y canadienses. Películas en el cine de estreno, en los restos que quedaban en Madrid de sesión continua y en la filmoteca. En ciclos que se programaban en Madrid o en festivales como el de Valladolid o el de San Sebastián. Sin duda, todo ese cine me ha hecho como soy ahora, aunque yo no sepa detectarlo. Vi casi todas las películas de asunto gay, casi todas en las que intervenían mis mitos de entonces: Robert de Niro, Harvey Keitel, Sean Penn, Sharon Stone, Ángela Molina, Javier Bardem o Jessica Lange. De todas esas películas, solo se han quedado realmente entre mis referencias cotidianas un par de docenas, quizá alguna más. Por supuesto, “Thelma y Louise”, “Casino” o “Pena de muerte”. El "Hamlet" de Kenneth Branagh: me encantó. La vi, como la mayoría de estas películas, yo solo. Creo que fue en el cine Luchana, en verano, con un aire acondicionado tan a tope que yo quise tener un abrigo como el que lucía Hamlet. Sin duda, un excelente diseño de vestuario. Y mucho más. “Tomates verdes fritos”, “Paseando a Miss Daisy” y “Freda y Camila”, todas protagonizadas por Jessica Tandy. Pobrecita. Cine iraní, “A través de los olivos”, del que me retiré a tiempo. Demasiada poesía. “Swoon”, “Living to the end” –heavy-, “Jeffrey”, “Nosotros dos” –cine australiano con un jovencito Russell Crowe pre-gladiator y al parecer lampando por un papel que llevarse a la boca, incluido el de un gay con un padre supercomprensivo; un espanto llamado “Bésame, Guido”, “Amor de hombre” –en cuya fiesta en Pachá estaba el principito-, “Perdona, bonita, pero Lucas me quería a mí” o “Las noches salvajes”, una película que sí me trastornó. Y muchas más: “Zero Patience”, un musical gay; “Love, valour and compassion”, un película de gran ternura llamada “Beautiful things” –con una frase genial: “Si decido reconvertirlo en burdel, te llamaré”- o “Los juncos salvajes”, otra película preciosa. Vi películas que sé que me gustaron pero me cuesta mucho decir de qué iban: vi casi todas las de Eric Rohmer, vi una india, “La reina de los bandidos”, vi “Pequeños arreglos con los muertos” y “Mi amiga Max”. Vi todas las de Hal Hartley, como si Hal Hartley fuera… imprescindible. De sus películas apenas recuerdo los títulos: “La increíble verdad”, “Trust”, la más bonita; “Simple men”, “Amateur” y “Flirt”. Creo que ahí me paré. Y poco después se paró él. Vi clásicos por un tubo en la filmoteca, desde “Bienvenido, Mr. Marshall” hasta “Encadenados” pasando por “El gran carnaval” o “Fedora”, que son desde entonces algunas de mis pelis favoritas.

lunes, abril 09, 2007

Té paquistaní

Ya no es ningún misterio que El Equilibrio y yo no somos ni de lejos dos extremos de una misma relación; vamos por caminos diferentes. Divergentes, incluso. Uno de mis amigos, al que yo estimo bastante equilibrado, acaba de contarme –no diré confesarme, claro- que se ha buscado un psicólogo de cabecera. La verdad es que me parece un lujo envidiable. He vencido la sorpresa, pero no el pudor para preguntarle: “¿Y eso?” Por otro lado, el de los psicólogos es el gremio que tengo más a mano. Ya le plantearé algunas cuestiones a mi ángela en la ciudad. Lo cierto es que me siento como en volandas; yo no conduzco mi vida. Voy de un lado para otro como un títere –sin cabeza-, sin objetivos claros, sin saber los pasos que debo dar y dando con frecuencia pasos en falso. En resumen, me visto de un barniz de diletante sin poder permitírmelo. Aunque debería estar leyendo a Montaigne, en realidad me apetece más hincarle el diente por fin al primer volumen de las memorias de Terenci Moix (de hecho, ya lo estoy haciendo). Sigo paseando por la ciudad, pero ahora con la fantástica novedad de un iPod, gentileza de los amigos de allende el océano y el lago. Los paseos por la ciudad, ambientados con la música que por primera vez sale de mi casa –Vincent Delerm, Seu Jorge, Dino Saluzzi, Jane Birkin…-, adquieren de pronto otra dimensión. Tienen un punto de desrealiadad. Es como si me volviera invisible de pronto, o como si las escenas que observo –la mayor parte de las veces de un feísmo supino- fueran puro teatro: un niño gordo comiendo churros a media tarde, un conjunto de nylon de color marrón y grandes letras doradas: DIOR; narices necrosadas; gente que parece pavonearse con el carro de la compra a rebosar de artículos que van desde la bollería industrial a las ruedas de recambio; voces que estarían muy bien si acaban de anunciar el Armagedón –pero no antes-;… De todo ello me distancian estas músicas que llevo encima en un espacio inferior a una breve caja de cerillas. De costumbre, no pasa nada. Unos días se parecen bastante a otros. Uno sale, toma café con los amigos y sigue con los quehaceres. Pero de pronto alguien nuevo se suma al café o al té paquistaní. Tanto da. Y la mayor parte de las veces no pasa nada. Pero de pronto un día se produce una especie de flechazo. Te presentan a alguien y, acto seguido, por un maravilloso azar, una mirada negra se ha clavado en tu mirada, y un intercambio de frases banales en realidad se está convirtiendo en pura pasión, el “trabajo en el conservatorio” significa “mi cama es enooorme”… Y cinco minutos más tarde hay una invitación para acogerte en una casa a 300 kilómetros. ¿Qué ha pasado? ¿Quién está tan desequilibrado con tú? Quizá nunca se va a materializar esa invitación, y da igual. La cosa es que mientras dura el té, mientras las miradas atraviesan a los otros tertulianos para llegar a esos ojos negros, miradas ambientadas por la música de Carlos Berlanga, se está produciendo una historia, incluso una gran historia aunque solo dure una hora. La hora del té. Té paquistaní.

domingo, marzo 11, 2007

Por qué sonrío al escuchar a Vincent Delerm

Me pone contento escuchar a Vincent Delerm porque: 1. Me gusta la idea de traducir sus canciones, sus ocurrencias, y de buscar sus equivalencias en español. 2. Me parece elegante su voz grave, ideal para intentar aprender un poco de francés, para intentar captar las letras y luego ir a verificarlas en www.paroles.net. 3. Me parece divertido, alguien con quien yo me entendería, con una mirada distinta y especial sobre los detalles de la vida cotidiana, y más particularmente sobre las relaciones chico-chica. Nada tiene por qué ser tan terriblemente complicado, no hay por qué hacerse daño gratuitamente solo porque el deseo se ha esfumado, ni hacer un drama si te dejan. ¿A quién no han abandonado alguna vez? Pero lo importante es seguir deseando, y desear también encontrar otros amores en los que derrochar nuestro cariño. 4. Me río con sus divertidos vídeos, como el de "Sous les avalanches", con Jean Rochefort. 5. Sus homenajes al cine -"Deauville sans Trintignant", "Fanny Ardant et moi", dúos con Irène Jacob o la cita de la biografía de Simone Signoret- y a la literatura, atreviéndose a reírse de una adaptación de Shakespeare o rescatando el momento en que te cruzas en la calle una celebridad discreta como Patrick Modiano, son a la vez un autorretrato. 6. Sus canciones se compone de una mezcla de ternura, humor, ironía y ninguna pretensión. Por todo ello me gusta escucharlo, cantar sus canciones, hablar de él. Y sonrío.

lunes, marzo 05, 2007

Noche andaluza de luna llena con eclipse y una chumbera

Ya hace casi tres años que llegué a Granada, y me encanta; me encanta vivir aquí. He tenido mucha suerte porque cuando nada más llegar apareció mi Ángela, me tendió la mano y me presentó a la mayor parte de la gente que conozco ahora. Todavía me queden algunos pasos que dar para sentirme realmente cómodo: ese es el reto y en ello estoy.
Este fin de semana ha sido la primavera. ¡Qué alegría, qué gusto que hubiera sol, luz, gente en la calle! La noche del sábado fuimos a ver actuar a Chúa Alba y su cuadro flamenco; Chúa ha incorporado un contrabajo, y ese instrumento enorme le da una sobriedad y una elegancia nueva a su actuación. Me gustaron mucho los fandangos de Huelva con que abrieron el espectáculo; me pierden los fandangos. Y se me pasó sin sentir la actuación, en ese teatro tan especial que es La Chumbera.
El edificio justifica la condena a trabajos forzados perpetuos del arquitecto -si es que lo hubo-, del empresario y de todo el equipo municipal que extendió las autorizaciones oportunas para que levantaran semejante aberración en un entorno tan hermoso como la colina del Sacromonte. Es como un polideportivo o un gallinero, construido con materiales de derribo y terminado a toda velocidad, sin tiempo para verificar si todas las localidades tenían o no visibilidad. Pero a pesar de la labor nefasta de la mano del hombre, el entorno se impone. En lo único que han acertado es en ajardinar los accesos y en poner una gran luna de cristal como fondo del escenario. Lo que se ve detrás de ella es La Alhambra iluminada, y eso te reconcilia una y mil veces contigo mismo y con la vida.
Al salir del espectáculo, la hora de los saludos, los comentarios, los piropos a los artistas... Era como una fiesta, como una gran cita con mucha gente a la que conoces, pero a quien no llamas. A todos nos unían las mismas ganas de disfrutar de una gran noche. Y además aún nos quedaba por ver a la luna atravesar por todas sus fases, ir ocultándose con la proyección de la sombra de la tierra hasta convertirse en una especie de gran moneda de cobre. En fin, todo un regalo.
Luego, unos vinos en una terraza del Albayzín. Gente nueva, charla, tensión sexual, privamera, risas, miradas que se cruzan, un poco de humor, poesía, ganas de soltar lastre, de dejar atrás pesos que nos estancan, gente que no pierde el tiempo... Ya está bien: un poco de hedonismo nunca viene mal.

sábado, febrero 24, 2007

El final de Piedras (2002), de Ramón Salazar

CARTA DE LEIRE DESDE LISBOA A SU AMIGO JAVIER “… Enhorabuena por ese novio médico estupendo que te has echado, no muy guapo, pero con una interesante nariz grande, aficionado a Mafalda como tú y melómano (…) Pues a ver cuándo me hacéis una visita tú y tu novio para que os dé el visto bueno. Lisboa es rara, Javier. Es una ciudad en la que tengo recuerdos de cosas que no he vivido. Pero eso me hace ir despacito, más tranquila, con dos dedos, torpe, pero acertando en las letras que quiero dar. Estoy tranquila. Por fin. Al menos ya no siento que me muero por dentro. Eso es bueno, ¿no? Y tengo ganas, pequeñas, pero ganas de empezar otra vez y olvidarme de que esta y cualquier otra ciudad a veces está tan triste como yo. Y notar que estoy cambiando, aunque solo sea un poco. Bueno, si es mucho, mejor. ¿Has visto qué egoístas nos volvemos cuando estamos solos? Espero que tu novio el médico tenga cura para el egoísmo. ¿Tú crees que nos enamoramos solo para no estar solos? Yo creo que me he enamorado de un chico. Bueno, de su cogote. Me encanta el cogote de un conductor de tranvía al que no conozco. Espero que lo que tienes ahora sea lo que siempre soñaste tener. ¿Dónde irán los sueños cuando no los conseguimos? Porque a algún sitio tienen que ir. Aunque creo que al final los sueños no son más que una excusa, pero una excusa muy gorda: son la excusa para vivir. Por eso a veces también se convierten en la mirada nostálgica de lo que nunca fuimos. ¡Qué putada, Javier! Asumir que nunca serás lo que siempre deseaste. Ni esperarlo siquiera. ¡Joder! Deseo, deseo, deseo, deseo. Quiero con todas mis fuerzas ser feliz, y con eso hacer un poquito felices también a los que me rodean. Eso es lo que siempre quise. ¡Ay, qué bien! ¡Qué bien Lisboa, Javier! Besos, ”

domingo, febrero 11, 2007

Renée Le Calm

Este fin de semana he programado en casa una sesión doble de cine francés: “Cada uno busca su gato” (1996) y “Cuatro estrellas” (2006). De la primera, que ya la había visto en su estreno, tenía un grato pero desdibujado recuerdo. Me ha gustado mucho recuperarla: es una película fresca, sin grandes pretensiones, amable, divertida, en la que se idealizan las relaciones humanas de un barrio de gran ciudad. Aquí está representado por sus entrañables viudas jubiladas, un perfecto ejército organizado para ayudarse y ayudar a quien estimen que lo necesita. En este caso, todas se vuelcan para encontrar el gato perdido de una joven maquilladora en los alrededores de La Bastilla. Esta hermandad, esta colaboración, esta solidaridad, ya no existe. A menos que hagamos lo que esté de nuestra mano por recuperarla… Me quedo con muchos elementos de la película: el piso de la protagonista, la parodia de las sesiones de fotos de modelos de maquillaje, el compañero de piso, la red perfectamente coordinada de las ancianas del barrio, las vistas de París desde lo alto de la columna de La Bastilla… Pero lo que ya no olvidaré es la señora mayor que se encarga del gato protagonista, Gris-Gris. Ella es madame Renée y está interpretada por una actriz –quizá no profesional, no lo sé; esta fue la primera película en la que aparecía acreditada- llamada Renée Le Calm. La primera vez que vi está película hace 10 años sí la olvidé, pero esta vez ya no será así. Tiene la voz cascada, es bajita, graciosa sin pretenderlo, anda cojeando, tiene un gran amor a los gatos –sin que por ello pierda los papeles- y la conoce y la quiere todo el barrio. Pues bien, Renée Le Calm sigue viva, afortunadamente, y ligada al cine. Lo descubrí en la segunda película de la sesión. Los dos minutos en que aparece antes de los títulos de crédito en “Cuatro estrellas” le bastan para convertirse en lo mejor de la película. Apenas cuatro frases, cuatro breves réplicas y crea un personaje maravilloso, divertido, ácido, madame Poilloux, del que ya no te olvidas en todo el film, por lo demás, una comedieta ligera, bien interpretada, pero sin más. Sin embargo, solo por esta secuencia inicial hilarante, merece la pena verlo. Sirvan, pues, estas líneas como sencillo homenaje a esta actriz entrañable que me ha hecho pasar tan buenos ratos. Sirvan también para llamar la atención sobre ella y sobre tantos actores de reparto sin los cuales las películas no alcanzarían su grandeza en unos casos o no tendrían interés alguno en otros. Le seguiré la estela, señora Le Calm. Gracias.

miércoles, enero 31, 2007

La familia: Canto de Odio, de Dorothy Parker

Odio a la familia: Me produce calambres Primero están las Tías: ¡Incluso los mejores de entre nosotros tienen! Siempre te visitan cuando están de paso Y si les pides que se queden, Se apresuran a tomarte la palabra. Y no fallan nunca en decirte la mala cara que tienes. Te agobian con los chismes De sus amigos que están Chochos, No dejan de hablar de sus Órganos Que siguen en un Estado Crítico Y dedican el tiempo a hacer pasar por la pantalla de rayos X Ciertas partes de su cuerpo todas con nombres que hay que pronunciar borracho. Todo eso para acabar por confiarte lo que acaba de declarar el doctor: Que no tienen más que una posibilidad entre cien… ¡Todavía una posibilidad más! Y luego también las Cuñadas, Esos Males Necesarios del Matrimonio… Lo único que no dicen de ti Es lo que no saben decir por falta de vocabulario. Poco importa lo que hagas, Ellas saben hacerlo mucho mejor que tú. Espulgan la casa en busca de la menor mota de polvo. Y si no lo encuentran, Es para ellas un día negro… Si les ves esa cara ofendida, Si se arrogan el derecho de darse esos aires de mártir, Es porque no soportan que no se les aprecie más que cuando se van… ¡Claro! Y aún están los Sobrinos… Esta baja especie de la vida animal… Profieren cosas geniales Y nada en el mundo podría impedirles Recitar sus poemitas en honor de las Barras y Estrellas. Tienen sentido del humor: del humor Negro… Te pegan chillidos en la oreja, Retiran la silla en la que te vas a sentar… Cada vez que intentas causar buena impresión a alguien, Son ellos los que aparecen, Impacientes por probar las palabras que han aprendido en el kiosco de helados… ¡Lo que deseo es que el Gobierno llame a filas a todos los varones menores de diez años! Y por fin los Maridos… Esa Cruz que arrastra la Mujer Blanca. Nunca se dan cuenta de nuestro vestido nuevo, Tienes que ponérselo en las narices. Te hablan sin cesar del negocio que acaban de cerrar, De sus talentos de estratega, Y tú tienes que poner cara de estar transida de admiración. Están siempre plantados en la puerta de tu habitación Sacando el reloj cada cinco minutos: “¿Cómo no estás todavía lista?” Imposible que ellos se equivoquen: Todo es siempre por tu culpa… Y cada vez que sales a darte un respiro, Te topas con ellos… Si por lo menos alguien pudiera desatornillarlos…! Odio a la familia: Me produce calambres

lunes, enero 15, 2007

Delon

Me gusta mucho Alain Delon: me gusta verlo en fotos antiguas. Y en El silencio de un hombre, una película que me encanta. Me gusta escuchar Paroles, paroles, el dúo de 1973 que hicieron Dalida y él: me pone contento y me la sé de memoria. Me trae buenos recuerdos. Ahora estoy escuchando el nuevo disco de Françoise Hardy, en el que canta con gente muy conocida alguna de sus canciones preferidas. La que más me gusta a mí es la que canta con Delon, Modern Style, aunque hay que decir que la voz de Delon suena ... de otra manera. Así que me he dado un paseo por internet para contarles lo que sigue sobre él:
A principios de los 70, Alain Delon pasó TVE para ser entrevistado en Directísimo por José María Íñigo. En 2004, Íñigo publicó un recopilatorio de anécdotas titulado Ahora hablo yo, y ahí cuenta que, de todos los entrevistados que han pasado por sus programas, de quien guarda el recuerdo más desagradable es de Alain Delon, alguien frío, distante, técnicamente correcto con él –solo respondió a las preguntas de Íñigo; se negó a que el resto de periodistas que acudieron al programa le interrogaran-; altivo. O por decirlo sin eufemismos: un chulo. Pero al menos, en aquella época estaba todavía en la cresta de la ola, de su belleza y de su carrera como actor. Posteriormente, ha mantenido su reputación de alguien desagradable con un discurso ideológico que lo convertiría en un peligro –nada que ver con su papel en El eclipse, de Antonioni-, si alguna vez lograra una mínima cuota de poder, y que tuvo sus escarceos en negocios no muy nobles y nunca del todo aclarados allá por 1968.
Hoy, con 70 años, el declive se ha cebado con su carrera; y de su antigua belleza, queda una pálida sombra –pálida sombra, no obstante, por la que me imagino que firmaría ahora mismo Burt Reynolds, tras su tête-à-tête con la ciru.
Pero además de esta Cara B, la Cara A presenta a un mito erótico de los 60 y 70 con el que podemos repasar algunos importantes títulos del cine francés. Porque Delon se ha rodeado de gente realmente importante en sus películas.
Su paso por el Festival de Cannes de 1957 fue decisivo porque de ahí le salieron dos contratos. Y en 1958, ya es protagonista junto a Romy Schneider de Amoríos (“Christine”). Con ella repetiría en A pleno sol (1959), un clásico del cine negro, adaptación de la novela de P. Highsmith, y en La piscina (1968), que supuso el debut de Jane Birkin.
En 1960, Visconti, que tan ligado estaría luego a Romy Schneider, contrata a Delon para protagonizar Rocco y sus hermanos, film adscrito al neorrealismo y punto de inflexión en la carrera de Visconti. Tres años más tarde repiten en la adaptación de la crónica de la historia italiana escrita por el barón de Lampedusa y que ganó la Palma de Oro en Cannes. En El gatopardo aparece Serge Reggiani, igualmente conocido por su faceta como cantante. (Su película más conocida, coprotagonizada por Simone Signoret, fue París, bajos fondos. Murió en 2004). Delon también será el espadachín de El tulipán negro, rodada en España, y participa el drama bélico sobre la invasión de París por los nazis ¿Arde París?, junto a un reparto estelar: Belmondo –a quien encontrará de nuevo en Borsalino (1969) y en Uno de dos (1998)-, Kirk Douglas, Leslie Caron, Michel Piccoli o Charles Boyer.
Y con algunos otros títulos en medio, llegamos a 1967 y a Le samuraï, de Jean-Pierre Melville. El título en español, El silencio de un hombre, está sacado de una cita que leemos al principio de la película y recoge perfectamente su espíritu. Jeff Costello, vestido con gabardina y sombrero, es un asesino profesional. Y además es un hombre silencioso y solo, desprovisto de cualquier emoción, excepto de una profunda mirada. Engañado por sus socios, este héroe tendrá que defenderse de dos fuegos, la policía y sus cómplices. Y en esta doble persecución por las calles y el metro de París, con un tratamiento que nada tiene que ver con el de Hollywood, Melville presenta a un hombre profundamente solo y acorralado, que es mucho más que un simple matón.
Delon se rodeó de otros dos grandes de cine francés en El clan de los irlandeses: Lino Ventura y Jean Gabin, con quien repitió en 1973 en Dos hombres en la ciudad.
Secundó a la gran Simone Signoret, con la que alcanzó una relación casi filial, en La viuda Coudert”; a Trintignant en Flic Story; a Brigitte Bardot en una adaptación de cuentos de Poe dirigida por Louis Malle, a Catherine Deneuve en Un flic...
Como se ve, Alain Delon ha trabajado con los mejores actores franceses y algunos internacionales: Paco Rabal, Ingrid Bergman, Shirley McLaine, etc, y, sin duda, es una pieza clave para repasar toda la historia del cine francés jugando a "Los seis grados de separación”. En su haber tiene el César al mejor actor que ganó en 1985 por Notre histoire, de Bertrand Blier, quien contó de nuevo con él en Los actores (2000), una reflexión sobre el mundo de la interpretación y última prestación reseñable del actor hasta la fecha.

sábado, enero 13, 2007

Mariluz

Hace mucho tiempo estuve trabajando en un café del centro de la ciudad. Pasé casi un año. Me gustaba mucho y me entendí muy bien casi desde el principio con mis dos compañeros, con una chica que venía de vez en cuando e, incluso, con mi jefa, un torrente de voz que salía de debajo de una cabellera de color naranja-berlín-cabaret.

Empecé yendo solo los viernes y los sábados, como refuerzo, pero al cabo de un tiempo empezaron a contar conmigo más días a la semana. A mí me venía muy bien porque durante todo ese tiempo no tenía ningún otro ingreso y sí los mismos gastos de siempre, aunque estuvieran reducidos a su expresión más abstracta. Mi manera de ahorrar era reducir las necesidades a su mínima expresión, pero no me lucía mucho el pelo. Además, el café estaba muy animado, y para mí era casi como salir de marcha: no tenía la sensación de hacer un trabajo pesado, y a veces incluso tenía tiempo de sentarme un rato en la mesa de algunos clientes a charlar un rato con ellos. Así que mataba dos pájaros de un tiro: no me quedaba el fin de semana encerrado en casa, muriéndome del asco teniendo que decirles que no a quienes llamaban para proponerme alguna salida, y además ganaba dinero en lugar de gastarlo. El que no se conforma es porque no quiere.

Me encantaba la música que seleccionaba mi jefa. Sonaba constantemente y eso va muy bien conmigo porque no sé hacer prácticamente nada sin música. Me descubrió a mucha gente, como por ejemplo, Dianne Schuur. Aprendí a hacer un buen mojito y algunos cócteles. Y también a hacer cafés variados: irlandés, vienés, capuchino… Me sentí allí muy bien. A veces he pensado en montar un café como aquel.

Tuve ocasión de ver a señoras borrachas a las cuatro de la mañana, que cogen el coche para volver a su casa y las para la policía para hacerles la prueba de alcoholemia. Seguramente no son más patéticas que un señor borracho a las cuatro de la mañana intentando soplar por un alcoholímetro, pero lo parecen. Ellas alegaban no saber soplar, sentir náuseas al meterse un plástico en la boca, todo esto dicho mientras se tambaleaban y exhalaban un aliento a ginebra que tiraba de espaldas.

Había otros elementos de este tipo, esos que seguían aferrados a su copa cuando ya habíamos cerrado, pero en general la gente era agradable, educada e incluso divertida. Entre esta gente, de vez en cuando se colaba algún famosillo, desde un actor en ciernes hasta un presentador de televisión, pasando por directores generales mediatizados por una razón u otra.

Pero el personaje que me viene ahora a la mente no pertenecía ni al grupo de celebridades ni al de borrachuzos de última hora. Era una chica cualquiera, profesora, creo recordar. Al parecer había venido otro día en un grupo, pero en esta ocasión llegó ella sola. Le puse la cerveza que me pidió y unas patatas. No había apenas gente, era a primera hora de la tarde. Me llamó y me explicó que quería decirme algo. Y poco a poco, en los momentos en que podía escucharla mientras nadie me reclamaba, me explicó:

“Es que vine el otro día con unos amigos y nos atendiste tú. Y me gustó tu manera de moverte. A mí siempre me han elegido y esta vez soy yo quien quiere dar el paso. Por eso he venido esta tarde. Perdona que me entrometa así, pero tenía que lanzarme. Es que me pareces buen chico, tierno, atento, educado, y yo quiero probar. Me llamo Mariluz. No sé qué te parece mi atrevimiento… “

“Bueno, no sé, nunca me había ocurrido así. En realidad, es un halago y te lo agradezco. No sé qué decirte. Quizá podemos quedar y charlar en otro sitio porque ahora estoy trabajando…”

“Sí, bueno, no quería molestar. Es que estoy harta de que los demás elijan por mí…”

“Ya entiendo, lo que pasa es que no sé si has ido a elegir adecuadamente… Pero podemos quedar”.

Y quedamos una vez. Y salieron una serie de detalles colaterales que cambiaban substancialmente la imagen que me había hecho de ella. Tenía un hijo de 18 años, 10 años más joven que yo. También tenía un hermano esquizofrénico con un papel protagónico en su vida. Y bueno, yo me disponía a emprender un viaje que me tendría durante unos meses en un paraíso tropical.

Creo que cruzamos alguna otra llamada de cortesía, pero la cosa quedó cerrada aquel día. No salió: no podía salir. Pero recuerdo con cariño su atrevimiento de aquella tarde en el café.

A ver si puedo escribir un capítulo 2.

Mariluz también es el título de una tierna canción de mi grupo favorito, Vainica Doble. Ya sabéis que aprovecho la menor oportunidad para nombrarlas. ¿Para cuándo un homenaje nacional?