Todo lo que sé sobre pasión, glamour, ambición sin límites, encarnizadas luchas de poder, avistamientos de ovnis, cirugías plásticas, trajes con hombreras, la importancia del petróleo, solo comparable al acto de respirar, mansiones y una pionerísima salida del armario lo aprendí a lo largo de mis años de adolescencia en Dinastía, mi primera gran escuela de la vida. Así que esta serie bien se merece una entrada. (También podría valer Dallas, aunque en realidad me enseñó bien poco porque era demasiado pequeño y nunca he sido lo que se dice precisamente precoz).
Dinastía se convirtió en el acontecimiento de los martes por la noche, creo recordar, en todos aquellos años, y por ello ha logrado esquivar el cerco de la amnesia general que marca mi vida más o menos hasta los 16. Por supuesto, mi personaje favorito era Steven, el hijo alegre. Era más bien lánguido, la verdad, pero ello solo prueba el gran influjo de la serie en mi cosmovisión: con frecuencia, posteriormente, he sido millonario en languidez.
Me llevé un disgusto cuando de pronto dejó de aparecer el actor que lo interpretaba (Al Corley) y lo sustituyó otro más gordito y menos atractivo. Claro, no había color. Lo mismo pasó a las dos hijas. ¿Qué habrían hecho los guionistas sin poder recurrir al truco de la cirugía estética? ¿Que un actor que se cansa de la serie? No hay problema; no nos va a arruinar el negocio: un buen accidente de avión, quemaduras que traspasan hasta las hemorroides, unos golpes maestros de bisturí aquí y allá, unos cuantos injertos de piel y, ¡zas!, otra vez tenemos aquí nuevo y flamante al personaje.
Con Dinastía aprendí que existía un país llamado Moldavia. Pero ¿dónde? Tardé unos cuantos años (hasta 1990) en poder aplicar esta lección de geografía. Y bueno, al final Moldavia no era como lo pintaba Alexis Carrington Colby. ¡Qué vamos a hacer!
El único reproche que le hago a este pilar básico de mi back-ground es el hecho de chuparle la sangre al maestro Hitchcock sin citarlo siquiera. Para explicar los problemas de Fallon con los hombres, los creadores de la serie no dudan en calcar las secuencias de Marnie la ladrona que explican la frigidez de la protagonista. Lo que es bueno para Hitch, es bueno para nosotros.
Un flash-back nos llevaba a la infancia de Marnie. Una noche de tormenta, Marnie se cansa de jugar con sus muñecas y va a la habitación de al lado en busca de su madre. Pero su madre, una obrera profesional del amor, está muy ocupada con un cliente, que además de borracho, es súper irascible. Y claro este coitus interruptus lo saca de quicio. Así que la emprende a golpes con su benefactora y la madre de Marnie tiene que ser drástica. Y, claro, todo este estrés le provoca a Marnie un trauma con T de Telva que no se tiene.
Pues bien: los de Dinastía dijeron que como explicación psicoanalítica era más que válida, así que para qué reinventar lo que ya estaba inventado. Y se quedaron tan panchos. Pero eso no impidió, claro está, que siguiera enganchado a todas las maquinaciones de Alexis, que humedecía ante la simple visión de una perforadora. Sobre todo, si cerca rondaba Dexter.
viernes, junio 03, 2005
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4 comentarios:
Alexis Carrington fue la primer draga que vi en mi vida...y me fascinó!
Y tanto que sí, en dura competición con Fallon, la pobre.
Vipère, un beso enorme desde Stuttgart (de mi parte y de la senora Hälker, y también del senor Hälker, claro). Qué maravilla. A ver si podemos viajar juntos a ca Halker alguna vez. Muac.
Muchas gracias por este cariñoso mensaje desde Stuttgart. Yo creo que tras mi próximo "peeling", a finales de verano, estaré en condiciones de dejar de reptar por la ribera y coger un avión rumbo a la mansión de los divinos señores Hälker. Mille tendresses!
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