Sí, al parecer, de esta canción escrita en mala hora por Consuelo Velásquez, fallecida el pasado mes de enero, hay todas las versiones imaginables (e inimaginables). En todos las lenguas del mundo. Puede que incluso en algunas de esas lenguas muertas. Hombres, mujeres y travestis, con o sin voz, todos se han atrevido. Desde Dalida a Mina, pasando Nana Mouskouri, Cesaria Evora, Luis Miguel o Marc Lavoine. Por no hablar de todos los artistas -ja, ja- populares que perpetran (todavía) una versión más en el metro, en el parque o en las terrazas del centro. Las versiones parecen multiplicarse en progresión geométrica. ¿Qué tiene la canción? ¡Por favor! ¡Todo tiene un límite! Y yo voy a estallar si vuelvo a escuchar a estos zarrapastrosos alternativos resolviendo sus partes más oscuras con un lalalalalalala realmente irritante. Parece que me persiguen. Ayer, al caer la tarde, estuve a punto de subirme a una mesa de la terraza en la que me tomaba un mojito para ser resolutivo y acabar de una vez por todas con el aporreo de un teclado ratonero que producía el efecto de un serrucho en el tímpano: “Este señor se empeña en acabar esta delirante versión del Bésame mucho con arreglos de isas canarios. ¿Verdad que es para no dar crédito? Si todos le damos algo YA, quizá apague, por el amor de Dios, esa caja de ritmos acoplada y se vaya con la música a otra parte. Esto no es vivir”.
Pero entonces tuve una bajada de tensión y me he despertado esta mañana en la maison de repos, donde, claro, ya me conocen por reincidente. Pero ya estoy de vuelta en casa, al parecer con las constantes vitales bajo control.
lunes, mayo 30, 2005
domingo, mayo 29, 2005
A de Atómico
Así es como me pongo cuando cada fin de semana veo a mi rostro televisivo favorito: David Cantero. El más guapo, el más atractivo, el que mejor vocaliza, el más seductor, con sus canas, que le sientan como un traje de Armani, y una mirada que me hace sentir desnudo en el salón de casa. Es el George Clooney patrio. Claro, y así, divagando sobre formas (infructuosas) de seducirlo, no me entero de lo que me cuenta. Así que, si quiero estar mínimamente informado, tengo que diversificar mis fuentes –lo que ya hago- porque durante su telediario en TVE estoy a la cuarta pregunta. Es mi debilidad desde el verano pasado, cuando sustituyó durante las vacaciones a Ana Blanco. Al segundo titular que leyó, caí irreductiblemente rendido a sus pies. Soy así de básico.
Y el chico, que no debe de tener ni un pelo de tonto, conocedor de su tirón –particularmente entre el público alegre-, acaba de publicar una novela, Amantea, ambientada en Italia, donde fue corresponsal. Tengo que confesar que siento interés por leerla, pero por el momento he resistido la tentación de leer algo solo porque su autor me parezca guapo. Lo hice una vez que me dejé llevar por este delirante criterio y fue, lógicamente, un fiasco: el libro era un tomadura de pelo y el chico, cuando tuve ocasión de verlo mejor, simplemente alguien que tuvo la suerte de que le hicieran una buena foto, ¿verdad, Antonio Álamo?
Pero David Cantero es otra cosa, claro. Hoy ha sido el enviado especial de TVE en el Día de las Fuerzas Armadas celebrado en A Coruña, así que hemos tenido ocasión de verlo de cuerpo entero. Todo un regalo. Cuando lo he visto a bordo del portaaviones estrella del ejército, contando todas sus excelencias a las que yo oponía las suyas, casi me caigo del sillón. Il est craquant.
viernes, mayo 27, 2005
Tuna
Pues yo creía que la Tuna era una especie totalmente extinguida. Pero no: estaba inmerso en un error. Hay que extinguirla, que es bien distinto. Otra institución más para la lista.
Volvía el otro día de uno de mis paseos por la parte más bonita de la ciudad y de pronto, sin tiempo para cruzar a la otra acera, me encontré con un viejo y lejano conocido travestido de tuno y pegado a una ¡bandurria!, claro. Yo creo que ha engordado como mínimo un kilo por cada mes que hace que no lo veo. Además tenía la nariz tan roja, a causa probablemente de una feroz alergia primaveral, que parecía pedir a gritos: "Córtese por la línea de puntos". En resumen, el efecto daba miedo: parecía un ecce homo. Pero no me quedó más remedio que pararme un instante a platicar:
- No tenía ni idea...
- Pero ¿no os apedrean?
- ¿En todas las Primeras Comuniones también? Creía que era una práctica en desuso exclusiva de los bodorrios.
- ¿Y no tenéis un modelo alternativo para los rigores del calor con la espalda al descubierto, manga rangla o ese bonito pantalón abombado de algún color que refleje la luz? Bueno, si criáis chinches, podéis confraternizar con los entomólogos...
- Bueno, pues me voy. Que os divirtáis ... si es que eso os divierte.
Está visto que hay gente para todo.
jueves, mayo 26, 2005
Felación II
Sí, nunca lamentaré lo bastante haber pasado las paperas justo aquel cuatrimestre. Y ahora me voy como me veo. No me parece justo: los seguros estudiantiles tienen lagunas negrísimas por las que se cuelan los derechos elementales de los que todo seguro debe ser garante. A mí nadie me advirtió de que el módulo de 5º de carrera, Felación y McLuhan, II, más conocido como Fela Dos, fuera tan esencial. Pues vaya si lo es: ahora me doy cuenta. Yo no pude asistir porque estaba impedido: tenía el tiroides del tamaño de un pomelo.
Como había obtenido una nota bastante presentable en el primer módulo, creí que había aprehendido las nociones teóricas básicas sobre cómo la felación había revolucionado la célebre teoría de Marshall McLuhan y particularmente su aforismo El medio es el mensaje, transformado a partir de ese momento en un incontestable: El medio es la felación. Así de sencillo. O eso fue lo que yo creí. Pero en realidad tenía una venda en los ojos: no calibré que si el medio había sido el mensaje hasta entonces, a partir de ahora la práctica oral lo era todo. Y, claro, eso no se improvisa de la noche a la mañana ni se aprende de oídas. No. Se requiere dedicación y como mínimo un cuatrimestre para resultar competitivo. A las pruebas me remito, porque ya se sabe que el que no corre, vuela, que en mi caso es como decir: “la que no lleva camino de convertirse en reina es porque YA es drag queen”.
Y todo exige su entrenamiento. Hay que aprender texturas, la presión correcta, moderada o extra; gimnasia lingual, compás de las amígdalas palatinas; con dientes o sin; la excelencia intrínseca de la piorrea, la oportunidad o no de conjugar los granos de cardamomo con un guisante de olor o con hojas de hierbabuena para neutralizar aromas indeseados; ¿qué aporta el colágono y qué renuncias conlleva?, ¿ayuda para mejorar la pronunciación francesa, particularmente las nasales y las ápico-velares?, bigote: ¿sí o no?, etceteraetceteraetcetera. Además de la preparación minuciosa del miembro objeto de toda nuestra atención y desvelo.
Como se puede ver, son muchas las preguntas que me quedaron en el tintero. Yo sé que hay gente que goza de una inteligencia emocional que viene muy bien para subsanar estas carencias, pero yo, particularmente, no he sido dotado de ella. Así que creo que voy a hacer un curso acelerado con el tarotista de cabecera del tío Benjamín y me voy a dedicar a leer la mano por la calle con un ramillete de tomillo del Alto Albayzín.
miércoles, mayo 25, 2005
Freno de lengua
Es el que va a haber que echar en Icononzo (Colombia) si tu deporte favorito es la maledicencia. Desde ahora los cotilleos constituyen un delito que puede costar hasta 4 años de cárcel. El alcalde se ha liado la manta zamorana a la cabeza y ha publicado un bando municipal con su inventario de nuevos delitos, y el chisme ocupa el primer lugar entre ellos. Al parecer, un vecino de este pueblo de 12.000 habitantes cercano a Santa Fe de Bogotá estuvo a punto de perder la vida a manos de las FARC a causa de las habladurías de alguien que no lo quería bien. El pobre hombre tuvo que presentar pruebas documentales de que todo era un grave infundio.
Y hay unos icononzanos que están super A FAVOR de esta medida, y otros que están EN CONTRA, porque opinan que el alcalde quiere acabar con los chismes, pero también quiere que entren en la misma categorías las denuncias de corrupción y de flirteos con la guerrilla.
Me pregunto qué pasaría si se aplicara aquí una medida parecida. Saldrían de inmediato voces al borde de la epilepsia para las que informar sobre la nueva prótesis de Ana G. Obregón es "ejercer mi libertad de expresión" y otras para las que investigar la alta política de Eduardo Zaplana es "ganas de mover la hez". Ea, eso es lo que tenemos: cero concordia (que viene del latín cors, cordis: corazón. Así que concordia significa "latido al unísono de dos corazones. O más").
martes, mayo 24, 2005
Escuchador
Me gustaría entrar un momento en la mente de algunas personas que me cuentan su vida, milagros y, sobre todo, miserias apenas cinco minutos después de haberme conocido. No lo entiendo, francamente. ¿Por qué inspiro esa irrefrenable confianza para hacerme partícipe de sus intimidades? ¿Qué se reservan entonces para su entorno más íntimo? ¿Se debe a mi irresistible charme? ¿Por qué me cuentan esas historias para dormirse de pie? ¿Quieren ayudarme porque piensan que así puedo encontrar inspiración?
Forman un grupo muy heterogéneo: todos los sexos, varias nacionalidades, diferente formación (o deformación), todas las edades, distintas profesiones y, sobre todo, pertenecientes a escuelas capilares que van desde lo más moderno hasta lo más… moderno (léase guillotinable).
¿Acaso creen que de verdad me interesa todo eso? ¿Alguno de ellos se lo ha planteado? Obviamente se trata de una pregunta improcedente porque la respuesta ya la conozco: NO. Un no como una catedral. Son personas con las que coincido por distintos azares –y la consaguinidad también es un azar- en bares, reuniones sociales, establecimientos públicos o incluso el ascensor –y este es el momento en que echo de menos no llevar siempre encima, como si fueran los movimientos de sístole y diástole, cualquier libro de Jardiel Poncela-. La gente te lo cuenta todo, y a mí francamente no me interesa todo. Especialmente si acabo de conocer a la persona que tengo enfrente (y a veces incluso aunque la conozca de toda la vida). Porque:
1. No soy psicoanalista, y desconozco hasta los más elementales rudimentos de psicología de salón;
2. No me llamo Louise L. Hay, sino Vipère de Gabón e Icaza;
3. Mi influencia en las altas instancias políticas es igual a cero;
4. Mi piel no es tan porosa como para absorber un interminable rosario de dramas que van desde el libertinaje de las peluqueras de hoy en día hasta el tamaño de una próstata; y sobre todo
5. Quiero reírme. Quiero tener agujetas de reírme. Así que si quieres contarme todo eso, primero te pasas por una oficina de guionistas solventes (lo que excluye de manera radical entre otros muchos a todos los de El club de la comedia) y que te lo conviertan en un monólogo decente. ¡Ya está bien!
Así que no estoy dispuesto a escuchar ni una palabra más sobre:
1. Tu dinero;
2. Tu dinero negro;
3. Tu menopausia y los terribles sofocos;
4. Las disfunciones de tu tracto intestinal y los remedios de la abuela;
5. Las prestaciones de Otro Modelo de coche;
6. El pedo que te pillaste en tu último botellón –yo me pregunto por qué las palabras han perdido su sentido trascendente-;
7. El mobbing al que te ves sometida en tu trabajo;
8. Lo mal que funciona todo, incluido este bar;
9. Telefonía y aledaños;
10. La boda de tu primo en el pueblo; y
11. Las rencillas familiares, a menos que sean realmente interesantes.
Soy de instintos pacíficos por naturaleza, pero al final a la fuerza…
De todas formas, como sé que tengo la batalla perdida de antemano y no quisiera convertirme en fugitivo de la justicia, creo que lo mejor es ser práctico y sacar provecho de este sino mío. Hacer de la necesidad virtud. Por eso recupero para la ocasión un anuncio que redactamos la Ilustre y Querida María de Rumanía y yo en una estancia en París hace algún tiempo y que luego no publicamos. Probablemente lo vean a partir de ahora en diferentes foros como la sección de carnicería del mercado, el centro de estética (canina) más próximo, las puertas del WC de la universidad, la ludoteca y la parada de taxi de debajo de casa. Seguiré haciendo lo mismo, pero al menos cobraré por ello. No es una mala idea, ¿no? El anuncio dice así:
“Escuchador joven profesional.
Escucho todos tus problemas.
No juzgo, no aconsejo,
Solo oigo atentamente lo que quieras contarme:
Separaciones, enfermedades, recetas,
Conflictos laborales y familiares,
Tratamientos médicos,
Meteorología,
Disfunciones sexuales…
Tu vida en general.
50 euros/sesión (45 minutos)
Interesados contacten con el
06 08 76 …”
domingo, mayo 22, 2005
Terrazas
Pasé la tarde de ayer en la terraza de la buhardilla de un amigo, en pleno centro de la ciudad. Se trata de un apartamento pequeñito situado en una preciosa casa totalmente renovada que, anteriormente, entre otras funciones, había tenido la de colegio mayor. Además de la terraza, que da al patio y mira hacia poniente, y del balcón, que da a la calle, me encantó el patio con su pequeño surtidor, sus columnas de piedra, su piso empedrado formando motivos vegetales, la azulejería y el fresco.
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Pero mi debilidad son las terrazas. Durante 10 años viví en un ático, así que tenía una superterraza y me acostumbré a ello: creía que todas las casas en las que viviera en adelante tendrían como mínimo una terraza igual. Pero no es así, como he tenido ocasión de comprobar posteriormente.
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Seguramente los momentos más bonitos que viví en aquella ciudad ocurrieron en mi terraza, que también miraba a poniente. También protagonicé allí algunos bastante ridículos, y no me refiero solo a la coreografía de La Chinita de Shanghai valiéndome de un abanico: "La chinita de Shanghai era una loca, mucha gracia, vergüenza poca. Por toda ropa un pai-pai, siempre armaba el guirigay (...) Compañías portuguesas, piratas chinos y un reyezuelo filipino, la armada inglesa y un samurai, todos se rifaban a Soo Pin Chai (...) Y cuando descubrían el misterio de Soo Pin Chai, algunos decían ¡Huy! y otros decían ¡Caray". Y también me recuerdo al borde de saltar a la calle desde allí, mientras hacía tests del código de circulación (escrito por analfabetos, claro), en unas calurosas noches del mes de julio.
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Noviembre era el mes en el que podía observar las más hermosas puestas de sol de todo el año y con más frecuencia. Casi a diario. El momento mágico apenas duraba algo más de un minuto. Podía estar escribiendo en el estudio, que tenía la misma orientación y de pronto me daba cuenta de que ese día iba a haber una preciosa puesta de sol. El sol se convertía en una gran naranja más allá de la Casa de Campo y coloreaba el horizonte con toda la gama de colores que iba desde el rosa en las nubes al rojo y los naranjas escondiendo por un rato los grises de la polución.
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El ático tenía el inconveniente de carecer de un aislante que lo protegiera de las temperaturas extremas. Así que hacía bastante frío en invierno y bastante calor en verano. Por la orientación, el sol daba desde el mediodía hasta la puesta. Eso, en invierno, era una ventaja. Algunas noches de verano me salía a dormir a la terraza. Sacaba la cama, el colchón, las sábanas. Y me encantaba arroparme cuando empezaba a refrescar hacia las cuatro o las cinco de la mañana.
De pequeño me horripilaban las salamanquesas (o gecos), pero en esa terraza aprendí a tolerarlas. Nunca me comí a ninguna: diversifiqué mi dieta. Y tampoco las espanté porque no me molestaban en absoluto. Ellas estaban en su pared y yo en mi sillón, y coexistíamos civilizadamente. Más tarde, conocí a otros miembros de esa familia, los margouillats, que eran como un clan, una familia numerosa que se instalaba en mi habitación de la Casa de madera. Al principio no me hacía gracia, pero acabé por tolerarlos también. A ver, qué remedio.
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Lo que a mí me apetecía poner en la terraza era una parra que la cubriera entera y que me diera sombra, pero al parecer no era viable porque, según mi padre, se necesitaba demasiada tierra. Así que en lugar de una parra había un toldo y un solo rosal.
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Cenas, fiestas, desayunos, soledad deseada (y no deseada también), música, lecturas, conversaciones de tarde y de madrugada, mojitos, caipirinhas, copas, vinos, cervezas, patés, tortillas de patatas; imaginar, en plan La ventana indiscreta, qué pasaba en las casas de enfrente, que tenían menor altura, por lo que yo sí podía verlos, si quería, pero ellos a mí no; hacer méritos para que los chicos tan monos que vivían al otro lado de la calle me invitaran a cenar con ellos un día... Y si quería darle un toque artístico a las vistas, bastaba con sacar un poco la cabeza para ver el magnífico Palacio Real a mi izquierda.
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Mirar la ciudad desde arriba, desde mi terraza, me producía la sensación de estar en otra distinta, de haberme mudado solo con llegar a casa.
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También ayer por la tarde tuve la sensación de trasladarme a otra ciudad. Delante de mí tenía un decorado de tejados, de torres de iglesias, de campanas, de gatos que tomaban el sol y de pueblos que escalan la sierra, que no es, malgré moi, mi decorado habitual.
viernes, mayo 20, 2005
p.a.
Pedro Almodóvar ha conseguido que la expresión hacer correr ríos de tinta no le sea ajena. La documentación que existe sobre él en casi todas las lenguas del mundo, excepto en las que no tienen tradición escrita, es prácticamente inacabable. Y desde luego inabarcable. Siempre está en el ojo del huracán, para ser admirado por unos y denostado por otros prácticamente con igual fuerza. O furia. Pero él está dispuesto a defender cada película suya a capa y espada.
Han pasado 25 años desde la primera. Desde entonces ha dirigido 15 y ahora está a punto de empezar la décimosexta. Algunas de ellas encabezan categorías que comienzan por Las Más: Taquilleras, Sinceras, Divertidas, Populares, Polémicas, Absurdas… Además, a través de su empresa, El Deseo, también empieza a tener un currículum como productor de proyectos ajenos, los últimos por ahora La niña santa y La vida secreta de las palabras, a punto de estrenarse.
Almodóvar es un chico listo e inteligente de La Mancha que se mira en el espejo y cada vez ve más canas y los mismos kilos de siempre. Eso no lo convierte en nadie especial. Pero sí la generosidad de habernos regalado una colección de películas que nos han hecho reír y llorar. Aunque ha llovido mucho desde que Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón se coló casi de rondón en la programación del Festival de Cine de San Sebastián de 1980, en realidad parece que todavía faltan muchos años para que nos pongamos a la altura de su irreverencia y libertad: la película sigue siendo una celebración de la vida en la que no tiene cabida el concepto de culpa. La vida es simplemente divertida. Después hemos recorrido junto a Almodóvar un largo camino por el que se han cruzado monjas señaladas como divinos señores por las zarpas de un tigre, amas de casa que conocían todos los secretos de los huesos de jamón, madres castradoras y portadoras de cilicio que bendecían la sopa de fideos y el flan del menú, transexuales que nos presentaban Madrid a través de la ventana de un hospital, mujeres al borde de un ataque de nervios y hombres sin oficio ni beneficio que secuestraban a la actriz de sus sueños para darle la oportunidad de que se enamoraran de ellos…
Con todas estas historias, que han acuñado en la fraseología popular la expresión Es de película de Almodóvar para resumir lo incatalogable, Almodóvar ha trazado una sólida carrera internacional y ha ganado casi todos los premios imaginables, incluidos dos Oscar, varios Goyas, Globos de Oro, Césares, etc. Y ya hace tiempo que es tan conocido fuera como dentro de España, dándose un curioso fenómeno por el que sus películas reciben críticas rendidas al otro lado de nuestras fronteras, mientras aquí siempre se les regatea algo.
Su obra se puede dividir claramente en dos etapas. La primera incluye Átame y es la que más gusta en España. O por lo menos la que más me gusta a mí. Es una etapa colorista y optimista en la que retrata a personajes cuyo oficio consistía en tener ganas de alejarse de la grisalla precedente, en empeñarse en sacar leche de una alcuza, algo con lo que era fácil identificarse. Con Tacones lejanos arranca la etapa de la sofisticación y al mismo tiempo una nueva negrura, y el público cambia y se hace más numeroso e internacional. Por ejemplo, Almodóvar es una estrella total en Francia, donde sus últimas películas han recaudado el doble que en España, que debería ser su mercado natural. Curioso.
Al margen de alabanzas y regateos, en todas partes sus películas se esperan como uno de los acontecimientos del año, lo que genera en el director una presión reconocida que seguramente es creativamente contraproducente.
En estos momentos, Almodóvar afronta junto a sus chicas las lecturas y ensayos del guión de su nueva película, Volver, que empezará a rodar en julio. Para calentar motores y abrir boca, ha iniciado un diario de rodaje que pueden consultar en www.pedroalmodovar.es. Quizá esta película represente el inicio de una nueva etapa. Falta nos hace.
jueves, mayo 19, 2005
Como la vida misma
- ¿Sí?
-¡Hooooola! ¿Sabes quién soy? ¡Estoy aquí!
- Pero, bueno, ¿dónde te has metido todos estos meses? ¿Es que tú no respondes al teléfono o qué? ¿Desde cuándo estás aquí?
-Pues hace casi dos meses. Bueno, ya te contaré, me ha pasado de todo.
- ¿Sí? Bueno, dime cuándo te va bien que quedemos. ¿Hoy mismo?
- Pues hoy no porque tengo dentista. Tú ya sabes los dientes tan bonitos que yo tengo, de porcelana. Porque no hace falta que te recuerde que Ramón me hizo un trabajo digno del Museo de Artes Decorativas.
- ¡!
- Pues el otro día se me rompió un incisivo. Se me desportilló, vamos. Se me descantilló, como si fuera una fuente de porcelana de Sèvres. Estaba dándole un bocado a algo y lo noté perfectamente. Y bueno, Ramón me había dado unas células de no-sé-qué para que me las pusiera en caso de accidente, pero quiero tener su opinión. Porque me cohibe mucho para sonreír. Total, que voy esta tarde. Lo que no sé es cómo explicárselo.
- ¿El qué? ¿Cómo se te rompió?
- Pues sí, porque lo que me estaba comiendo es la polla de mi novio. Sencillamente.
- ¡!
- Sí. Llámalo polla, glande, prepucio, pene, o como te dé la gana. ¿Es que no lo has oído nunca?
- Pues claro, hija. Pero ¿cómo se te va a romper así un diente?
- Porque yo, cuando me entrego, me entrego.
- ¿Y se le pone así de dura?
- Como el granito.
- Tú eres una virtuosa.
miércoles, mayo 18, 2005
Juego pirotécnico
Al parecer, la culpa la tuvo el linóleo. La señora Luz O. N. y su hijo Antón I. O. mantenían una convivencia civilizada –es decir, con los gritos e insultos mínimos- hasta que el linóleo marrón con lunares grises y rosas de la cocina se adueñaba, como un terrateniente, de la conversación. Entonces, se perdían el respeto:
- ¡Borracho!
- ¡Y tú más! No me extraña que papá te dejara: yo también lo habría hecho. Y mucho antes.
- Ya, lo que pasa es que Elena no te ha dado la opción: te ha dejado ella primero… Bueno él, si me permites. Normal: eres un inútil.
Eran líneas de un diálogo que tenían perfectamente aprendido en modulaciones que lo mismo podían acompañarse con una bata de Pirineos que con un chándal de mercadillo, dos de sus prendas favoritas. Pero el día de autos, la cosa fue un poco más lejos, y Antón, sin recurrir al acostumbrado diálogo de besugos, puso a su madre sobre el tapete de croché una delicada dicotomía que puede resumirse más o menos así: “O el linóleo o yo. Tú verás.” Y la señora Luz eligió, por supuesto. Así que Antón esperó el descanso de Reina por un día, momento en que su madre se quedaba un poco traspuesta, y le roció un bote entero de colonia de baño tamaño familiar antes de prenderle fuego como a una tea, con el tiempo justo de bajarse al bar de la esquina para ver el partido. Al partido del sábado y al vermú de grifo les era totalmente fiel.
Mientras tanto, la escena en la casa presentaba a una señora que se acababa de despertar precipitadamente y envuelta en llamas y corría hacia la puerta de entrada sin poder gritar porque el fuego la inhibía. ¡Qué fatalidad!, ¿verdad?
Una vez en el pasillo, la típica vecina de enfrente estaba preparada con los brazos y la manta zamorana abiertos porque, en cuanto escuchaba la palabra linóleo a través del tabique, ella cogía su kit de supervivencia y se preparaba para cualquier contingencia. Unas veces llamaba a los de la bodega y otras a la ambulancia, que en esta ocasión ya esperaba abajo detrás de un taxi averiado. Así que esta vez no hubo riesgos de que los primeros auxilios se convirtieran también en los últimos. Tras los análisis preliminares, descubrieron que las quemaduras de la señora Luz apenas habían servido para hacer desaparecer, de una vez por todas, el molesto y vigoroso vello de sus brazos y otras partes de su cuerpo, ya que su piel contenía una sustancia ignífuga desconocida que podría hacerla de oro si la patentaba y la comercializaba para, por ejemplo, los tejidos que tapizan las butacas de los teatros de medio mundo.
Pero antes debía librarse a la ciencia y someterse a los estudios dirigidos por un pariente del doctor Voronof para aislar dicha sustancia, así que no podía volver inmediatamente a su casa, que, desprovista de esa milagrosa sustancia, SÍ había ardido. Después de esto y del viaje que pensaba hacer con el médico que la había atendido, reflexionaría sobre si en realidad no se había excedido en la importancia concedida a unos cuantos metros de linóleo marrón con lunares pegado en el suelo de la cocina.
En cuanto al hijo, al salir del portal, se dirigió al bar y encendió un cigarrillo. El taxista que intentaba arreglar su coche, justo delante de la ambulancia de servicio, le preguntó cortésmente: “¿Qué, haciendo fuego?”, que es la típica pregunta que solemos hacer cuando alguien enciende un cigarrillo a nuestro lado. Y Antón respondió sin el menor temblor: “No lo sabe Vd. bien”, una respuesta igualmente típica. Aunque era muy aficionado a atar cabos, no asoció la ambulancia con la señora que ardía como una bengala en el rellano del cuarto piso, a la sazón, su madre.
Una vez en el bar, antes de que hubiera podido probar su vermú, llegó la policía. Él mismo les explicó que en el minuto dos del partido los nuestros, esos inútiles, habían marcado el primer tanto en portería propia. La policía también quería saber si habían anunciado ya quién sería el concursante de la siguiente edición de Reina por un día. Antón seguía demasiado abstraído como para atar cabos. En el descanso cambiaron a Tele-tú, donde una señora de aspecto dulce, pero muy mal maquillada, con el pelo levemente chamuscado aparecía buscando cualquier cosa en la entrepierna de un señor de bata blanca. Al fondo se veían unos pósteres de playas paradisíacas que representaban el premio del programa de aquella semana: un viaje para dos personas a Nueva Caledonia. La proeza personal y científica que había vivido aquella señora en carne propia la había hecho merecedora de ser elegida protagonista de Reina por un día, casualmente patrocinado por una conocida marca de linóleo.
Antón no pudo reprimir un sincero y espontáneo: “¡Anda, pero si es mi madre! ¿Dónde piensa ir con ese espantapájaros?” Y claro, la policía, que está al quite, no se lo pensó dos veces.
Una vez en el cuartelillo, y con el equipo local en bancarrota porque habían marcado en portería propia otros 4 goles, la vecina de la manta zamorana aparecía también por la televisión reivindicando su parte de protagonismo en la historia, a la vez que ofrecía una reveladora apostilla final: “Antón vivía con su madre desde que su mujer decidió cambiar de sexo. Y, claro, él no vio otra salida que volver con su madre, que no es ninguna solución, sino una huida hacia delante, ¿verdad? Yo al menos lo veo así. Tenía una intensa halitosis que resultaba casi anestesiante y decía, aunque yo tengo mis reservas, que había intentado varias veces suicidarse. Eso era lo que él decía, pero ¿quién lo ha visto cortándose las venas o atiborrándose de pastillas? Yo no desde luego. Y vivo enfrente. ¿Cuándo emiten esto?”.
El aprendizaje de la decepción
Robo el título de esta delirante entrada al siempre interesante Félix de Azúa: es el título de uno de sus libros de artículos. No lo he leído aún, pero hace tiempo que quiero echarle el guante. Desde el momento en que lo descubrí, me di cuenta de que en este sencillo sintagma nominal se encierra prácticamente la historia de mi vida.
Sobre mí diría que, además de conducirme por la vida reptando y adorar el sol y las zonas pantanosas, ahora me veo subido -sin que me jacte de ello, por supuesto- en un peligroso pedestal de escepticismo. Se me ha enfriado bastante la sangre, me da pereza conocer a gente nueva y dar una vez más otra versión de mí mismo (que por otro lado es lo que estoy haciendo aquí). También es el momento en que te das cuenta de que 10.000 kms. de distancia no son más que un tiro de piedra, o que apenas 30 suponen poco menos que un viaje astral.
Supongo que una chica no puede pasarse la vida riendo, como escribió Anita Loos. Salen demasiadas arrugas. Y sobre todo: no hay tantas cosas de qué reírse. Excepto de uno mismo.
Los días siguen a sus noches, los meses pasan y agotan los años. He pasado demasiado tiempo esperando una carta, una llamada, un gesto, una mirada. Otra mirada más. Porque cuando tú me miras, tus miradas dejan de pertenecerte y ya son mías. Son mis miradas. Pero ahora esperar me cansa y ya no espero casi nada. Casi nada que no pueda proporcionarme yo mismo, casi nada en lo que intervenga otro. Es una mecanismo de autodefensa. Y un día, al final llega esa carta, esa mirada o esa palabra, y te das cuenta de que ya no significa nada. Casi preferirías que no hubiera llegado. Lo que hay escrito, aunque contenga las palabras que tú esperabas, no significa lo que tú deseabas. O tal vez ahora deseas otra cosa. En fin, un psicocaos.
Aún así no puedo evitar ser un romántico, y sigue habiendo gestos o palabras que un domingo por la noche, casi de madrugada, me hacen levitar e irme a la cama más contento que unas castañuelas. Sí, soy el espíritu de la contradicción y quizá eso me salva, me redime del delito de vivir y me convierte en una anodina serpiente gris. En una rata contenta con su vida de rata. En un nuevo animal mitológico, mitad rata, mitad serpiente. Y ciclotímico.
Y entonces te da una vergüenza espantosa haber cantado más de una vez a pleno pulmón: "Yo soy aquel que cada noche te persigue, yo soy aquel que por quererte ya no vive, el que te espera, el que te sueña... Yo soy aquel que por tenerte da la vida, yo soy aquel que estando lejos no te olvida, el que te espera, el que te sueña, aquel reza cada noche por tu amoooooooooooor..." Sí, Raphael también ocupa un lugar privilegiado en la banda sonora de mi vida.
Y te entra una duda: ¿Se trata del aprendizaje de la decepción o de la decepción del aprendizaje?
lunes, mayo 16, 2005
Delitos y penas
Como observador de mi entorno y en claro compromiso con él, tras una sesión de 75 minutos de televisiones generalistas este fin de semana, me siento en la obligación de expresar que no apruebo todo cuanto veo. Por ello he glosado en una lista incompleta una serie de conclusiones que con gusto comparto con todos Vds., mi público.
- En tiempos de decadencia, hay que tomar medidas, y estas medidas tienen que ser drásticas. Aunque resulte impopular. Por una vez voy a discrepar con mi admirado Julio Anguita: "Al pueblo hay que hacerle caso, aunque se equivoque". Bien, yo opino todo lo contrario: al pueblo no hay que hacerle caso, ni siquiera aunque acierte. Las audiencias televisivas son un invento diabólico. No significan nada. Si la gente quiere escuchar gritos e insultos, que insonorice sus casas y grite un poco más que de costumbre a sus parejas, a sus hijos maleducados o a los abuelos parkinsónicos que no han sido admitidos en las residencias de ancianos o que han sabido volver a casa tras haber sido reincidentemente abandonados en la gasolinera el verano anterior. No necesitan verlo por televisión.
- En cuanto a los autómatas televisivos con engrudo para fabricar churros en el sitio donde los libros de anatomía colocan el cerebro, hago un repaso general -tampoco le puedo pedir peras al olmo, y 75 minutos de teúve dan de sí lo que dan de sí- y presento la siguiente tabla.
A. Rouco Varela. Delito principal: incitar a la homofobia en nombre de la Iglesia Católica. Delito secundario: No aceptar la invitación de Paco Clavel para integrar un espectáculo de cabaret o de circo como el de las hermanas siamesas de Sabotage (1942), la peli de Hitchcock escrita por la señora Parker, o más recientemente Big fish, de Tim Burton.
Se le condena a la pena de ser entregado sin miramientos en manos de un cirujano plástico en prácticas, que podrá explotar el método de ensayo-error hasta el agotamiento.
B. Lidia Lozano. Delito: La punta del iceberg es su imagen en sí misma: mechas, un maquillaje en el que podría albergar parásitos suficientes para nutrir un ecosistema completo de aves rapaces y un uso deliberadamente aberrante de los tonos pastel de su ropa. Si luego abre la boca, en claro desafío a unos pólipos del tamaño de una calabaza y a los extraterrestres que la han abducido, y solo vierte sonidos de soez nasalidad que harían parecer fina y elegante a una verdulera estereotipada, pues convendrán conmigo en que no tiene que molestarse en replicar si es condenada a la guillotina, el mejor remedio contra los pólipos: sin cuello no hay pólipos.
C. En el mismo paquete meto a todos sus compañeros de programas-basuras cuyos nombres afortudamente desconozco.
D. Los concursantes de los programas de telerrealidad: analfabetos funcionales, perversamente soeces, realmente atrevidos en su imagen, exhibicionistas, teñidos por sus peores enemigos, ordinarios sin sentido de la contrición... ¡Con la cantidad de accidentes de tráfico que hay cada año! Todos, sin excepción, a una patera y al mar rumbo a la Antártida. ¿No quieren reality? Pues eso es reality. Y si alguno sobrevive, que venga y nos lo cuente.
E. La programación de Canal Sur en bloque, excepto el programa Solidarios. Ya está bien de presentar a los andaluces como una caterva de analfabetos, de septuagenarios con ganas de frotar la cebolleta, de vagos y de gente que confunde el arte con cualquier cosa, una sonajero, por ejemplo. Mención especial merece un programa de entrevistas presentado por las integrantes del grupo Las Niñas. Es abominable. Por favor: dedicaros al macramé o al petit-point, pero no me hagáis sonrojar ni una vez más, que ya tengo yo bastante con lo mío. Todos condenados al fuego purificador, que es el mejor peeling. Ah, se me olvidaba: también habría que mencionar un programa de debate y opinión de la calle presentado por un tal Rafael. Abyecto.
F. Pérez Rubalcaba y Eduardo Zaplana.Delito: ladrar en exceso y sin pudor para generar crispación social y enfrentamientos. Para eso nadie os ha elegido: si queréis ladrar, os lo pagáis vosotros. Pena: ambos a una cancha y a matarse a bocados, si es lo que les gusta, como en Amores Perros. Se admiten apuestas.
G. Y los de siempre: los (tram)Pantojos, Marujita Díaz, Sara Montiel, Xavier Sardà, Anne Bouteille, David Bustamente y sus compis, Mari Tere Campos, Alicia Senovilla, Juan Imedio, Patricia Gaztañaga, Ana García-Siñeriz, Carmen Sevilla -por su empalago rayano en la tortura- y todos los colaboradores de los programas que presentan, sin excepción. Pero sin excepción alguna.
Pero para que vean que no soy tan intransigente como podría parecer, todos ellos podrían redimir su pena y salvar el pellejo si se comprometen a alejarse un mínimo de 500 metros de cualquier cámara de TV, acompañado o no de un exilio interior, y se dedican a cualquier otra cosa: la agricultura ecológica, la restauración de muebles, la reconstrucción de pueblos abandonados, la limpieza de las marismas del Guadalquivir o del Coto de Doñana... En fin, no sé, hay un montón de salidas. Yo desde luego me encargaría de verificar su alejamiento de todo lo que huela a TV con un medidor láser de distancias.
Quizá pueda parecer un poco radical, pero las revoluciones son así: no admiten medias tintas. Por supuesto que me he dejado a delincuentes en el tintero, pero, aunque me gusta ser exhaustivo, ahora me tengo que ir a observar la realidad. Vds. pueden completar este modesto muestrario. Gracias.
domingo, mayo 15, 2005
Tensión sexual
Desgraciadamente no en mi cama, sino en la de Elvira Mínguez en Tapas, la película de José Corbacho (el pobre codirector y coguionista Juan Díaz tendrá que esperar a otra mejor ocasión para que se le tenga en cuenta). Se trata de una película sencilla de personajes de barrio que puede dar la sorpresa y funcionar bien en la taquilla, gracias también al tirón televisivo de Corbacho. De hecho, lleva el mejor camino para ello con los premios que ha logrado en el Festival de Cine de Málaga, y los productores han puesto toda la carne en el asador con un estreno reforzado con un número de copias bastante considerable.
Yo pasé un rato bastante agradable. Creo que los personajes están bastante bien definidos y bien interpretados por sus actores. Tiene humor, ternura, situaciones muy reconocibles por su cotidianeidad, también estereotipos, algunos no por ello menos reales, provocación, una mirada amable hacia la inmigración, hacia las putas de buen corazón, personajes increíbles (para otros, pero yo me lo creo todo, todo), y plantea también temas de calado. Tengo que decir, aunque parezca una herejía, que yo no soy fan de María Galiana: desprende algo que no me creo. Pero bueno, tiene su público y responde a sus expectativas.
Quien sí ha respondido -¡y cómo!- a las mías es Rubén Ochandiano. A pesar de su look grassy de jovenzuelo reponedor en un supermercado, de su horrenda vestimenta y de sus pendientes, está muy bien. No me extraña que Elvira Mínguez, que también me ha gustado mucho, haya declarado que nadie la ha besado nunca, ni en el cine ni en la vida, como Rubén Ochandiano. Ambos han entregado toda su pasión a la película y francamente es muy de agradecer. Desde luego yo no tenía ojos más que para ellos: estaba deseando que aparecieran en la pantalla.
A Ángel de Andrés López, instalado sin pudor desde hace años en la obesidad mórbida -hay que recordar que por ello no pudo participar en Las cosas del querer II-, habría que recordarle que cuando se pesan 130 kilos ni por exigencias del guión se puede salir desnudo fuera de la ducha de casa.
Felicidades a los guionistas y a la pareja citada. Sienta bien un poco de pasión y de tensión sexual, aunque solo sea en el cine.
Casalingas de premio Nobel
En medio de noticias descorazonadoras como la carnicería, de la que aún no conocemos el alcance de su gravedad, que se ha producido este fin de semana en Uzbekistán, ese país desconocido por el que transcurría la Ruta de la Seda abierta por Marco Polo; la carnicería sin fin en Irak; en clave local, la detención por malos tratos del hijo de Ana Orantes, aquella señora que en 1997, tras acudir a un programa-basura de TV presentado por la -Deo Gratias- sin par Irma Soriano para denunciar los malos tratos que sufría, fue quemada viva por su marido en el patio de la casa común; o los destrozos producidos esta noche en Barcelona por esos grupos de descerebrados que se mezclan en cualquier reunión multitudinaria, en este caso la fiesta de los seguidores del equipo local de fútbol, para intentar convertirla en una manifestación vandálica; bien, en medio de todo este caos cotidiano, uno agradece leer algo divertido. Y lo que me ha hecho gracia es una sentencia dictada en Brasil que obliga a una viuda a indemnizar a la amante de su marido. ¡Chúpate esa, Teresa!
Resulta que el finado tenía una amante con la que acudía regularmente a un piso convertido en nido de amor. Cuando terminaban la faena, al parecer ella dejaba la casa como los chorros del oro. Vamos, que pertenecía a la secta que levitaba ante la simple contemplación de un producto de limpieza, biodegradable o no. Y, claro, al morir el amante, ha demandado a la viuda porque considera que, como este piso en el que ambos retozaban formaba parte de los bienes gananciales de la pareja legítima, se le debe el salario del tiempo en que ella ha actuado no solo en calidad de amante, sino también en calidad de casalinga, que más o menos viene a coincidir.
Y el juez no ve en ello más que raciocinio.
viernes, mayo 13, 2005
Concha Velasco
Adoro a Concha Velasco, quizá la actriz más trabajadora de España desde hace más de 40 años. En ese tiempo ha hecho de todo, desde disparates como Julia y el celacanto hasta películas maravillosas como Pim, pam, pum ... fuego!, La Colmena o París-Tombuctú, por citar solo algunas que me gustan especialmente. Pero no solo eso. Ha sido arriesgada empresaria teatral junto a su marido infinidad de veces. En ocasiones ha barrido en la taquilla con musicales como Mamá, quiero ser artista o Carmen, Carmen. Otras veces ella ha salido literalmente barrida, como con La Truhana, y entonces ha tenido que presentar programas de televisión que no le correspondían y protagonizar series bastante flojas. Pero eso no la invalida. En absoluto. Y ha vuelto al teatro: La rosa tatuada, Hello, Dolly y todo el repertorio de Antonio Gala. Y además está su carrera interrumpida de bailarina y su primera etapa como cantante pop con la célebre La chica ye-ye. O sus exitazos de los 60, como Las chicas de la Cruz Roja e Historias de la televisión.
Fue ella quien junto a Ana Belén, Rocío Dúrcal, Juan Diego y otros protagonizó la huelga de actores de principios de los 70 para reclamar al menos un día de descanso en el teatro, y creo que pasaron alguna noche en la cárcel. También abrió la veda del destape en una España mojigata y borracha de represión y deseo, en películas como Yo soy fulana de tal (1975). (Luego el destape se convirtió en fenómeno social y salió una cantera de actrices como Bárbara Rey, Ágata Lys o Silvia Tortosa que, como decía Almodóvar, lo único que necesitaban para desnudarse era estar vestidas).
Para los periodistas -si no eres un analfabeto- es un diamante porque sus entrevistas siempre son jugosas, llenas de reflexiones, frases de calado, confidencias. Es maravillosa. Recuerdo el interesante capítulo que le dedicó Diego Galán en su programa Queridos cómicos de TVE y que vimos en casa María de Rumanía y yo un día a las dos de la mañana, después de haber agotado las existencias de alcohol que María subió de la chinoiserie. Allí se declaraba una mujer rencorosa, pero se mostró muy cauta a la vez. Algún día leeremos sus memorias y nos enteraremos de los detalles. Desde aquí me ofrezco para escribirlas.
Tuvo varios amantes del gremio como el director José Luis Sáenz de Heredia o el actor Juan Diego, y hace 28 años se unió a un actor de cuarta fila, Paco Marsó, una buena decena de años más joven y al parecer "el mejor empresario de este país", en boca de Concha Velasco, además de un fan de la falda ajena y del casino. Pero la cosa, tras numerosas separaciones y reconciliaciones de las que han dado buena cuenta a la prensa, acaba de terminar definitivamente hace 4 meses. En vista de los precedentes, es lo mejor que podía ocurrir. Bueno, según Concha, todo acabó en realidad hace 8 años. Al parecer, Concha se ha enterado de que su marido le ponía los cuernos con demasiada frecuencia, y a estas alturas sí le ha importado.
Concha, a sus 65 años, está estupenda. Es una señora estupenda. Sigue con su gira de Inés desabrochada y cuenta lo duro que le resulta pensar en singular o recorrer sola los mismos hoteles y restaurantes de toda España que antes visitaba con su marido. Pero no le queda más remedio. Su marido le decía que era una persona que imponía, que daba miedo, pero ella lo desmiente y se declara una mujer frágil con la obligación de no romperse en su fragilidad ante toda la tragedia que define el mundo actual y mucho menos ante su propia circunstancia, que en comparación tampoco es tan grave.
Se le ve bien, a pesar de todo. No quiere aparecer ni como víctima ni como verdugo. Solo quiere seguir trabajando, ser abuela y modestamente feliz.
(Con todo mi cariño.
Para ti, Concha).
jueves, mayo 12, 2005
Cotolengos abiertos de par en par
Bueno, pues al parecer este Blog tiene ideas propias y ahora le apetece jugar conmigo al escondite. Así que no sé si esta entrada tendrá alguna difusión. Yo al menos no puedo verificarlo en mi ordeñador.
Podría ponerme a escribir unos ripios para zaherir a los electrodomésticos, que parecen haberse rebelado en masa, pero Carlos Berlanga ya escribió una canción, antes y mucho mejor. No puedo escuchar música en el despacho, a menos que ambiente toda la casa y sospecho que a todo el vecindario. Pero es que yo sin música no sé hacer casi nada. Al parecer se ha perdido el dispositivo de sonido que tenía instalado este aparato diabólico mientras Marta Sánchez cantaba a pleno pulmón Desesperada. Yo también estoy desesperado.
Y unas páginas de la red, sin ningún criterio, aparecen en la pantalla y otras no, ésta entre ellas.
En el teléfono suenan demasiadas interferencias. En mi opinión, los cafres de esta comunidad, cansados de los abominables talk-show televisivos, se han bajado al garaje para escuchar las conversaciones de todo el edificio. O por lo menos las mías. Lo sé porque cuando me instalaron la línea y tuve que acompañar al operario hasta la caja central de telefonía, sita en el garaje, tuve que escuchar algunas conversaciones -ridículas, dicho sea de paso. Me dan ganas de dirigirles unas palabras a mis posibles escuchantes del garaje.
Además, el antivirus de esta máquina infernal parece entregado al opio, como muchos afganos, y ha dejado que se cuelen una decena de virus. Lo único que me faltaría es tener que formatear el disco duro.
Pero todo esto me ha servido para detectar, por fin, una medida política que ha pasado desapercibida por su simpleza y que sirve para generar esa crispación social y política que tanto favorece a los partidos que están en la oposición, sean del signo que sean. Verán, consiste en abrir de par en par los cotolengos y algunos zoológicos para cubrir con todos los que salen de allí los despachos y salas de teleoperadores de las compañías de telefonía de España, especialmente los de una empresa que de presente de indicativo espero que pase a pretérito perfecto simple, AUNÓ, antes de que amanezca. Desde luego, si lo que pretenden es subirse al podium de la ineptitud, no creo que nadie pueda hacerles sombra. Pero en realidad lo que pretenden es reducir el paro por la vía más expeditiva de los homicidios en masa. Y en este momento a ese podium me subiría yo mismo sin dudarlo. ¡Ay, si tuviera un tanque para arrasar una sala llena de teleoperadores ineptos! Teleoperadores que podrían librarse si confesaran quiénes son sus líderes y quiénes los aleccionan... Satanás, probablemente. O el maquillador de María del Monte en los carteles promocionales de su gira (o giro, sobre sí misma).
No sé si podrán ver esta entrada, no sé si recuperaré los demoníacos dispositivos de sonido, no sé si al final conoceré a alguien interesante en mi garaje, no sé si me comeré este ordenador, no sé si lo tiraré por la ventana o si me tiraré yo, no sé si me haré telonero de María del Monte -en la Cité Funéraire aprendí todo lo que se necesita en materia de escenarios, guión y vocabulario ad hoc-, no sé si llamaré a un técnico de la compañía y fingiré un accidente... Y que luego me metan en el cotolengo. Total, están todos abiertos de par en par.
miércoles, mayo 11, 2005
Escalofrío
Leí a primeros de año Si esto es un hombre, de Primo Levi. En esos días, concretamente el 27 de enero, se conmemoraba el 60 aniversario de la liberación del campo de exterminio de Auschwitz-Birkenau, en el que él estuvo deportado. El libro cuenta al detalle la crueldad extrema que padeció allí dentro, el proceso de embrutecimiento de un hombre, su cosificación (propósito nazi para quitarle hierro al genocidio: si un hombre se convierte en un animal o una cosa no es tan grave quitarlo de en medio) y, finalmente, su milagrosa salvación, por casualidad, frente a la aniquilación de miles de personas. Claro, el asunto no se presta a florituras literarias.
Cuando Primo Levi volvió a Italia, retomó su carrera como químico industrial y se jubiló en 1974. Entonces se dedicó con más intensidad a la literatura y también a recorrer colegios e instituciones para contar el horror que le tocó vivir. Hasta que en 1987 se suicidó tirándose por el hueco de las escaleras de su casa.
Leer este dato, tras acabar el libro, me dejó cara de idiota. Pertenezco a una cultura (o he crecido en un entorno) en la que el suicidio es -y sigue siendo- un tema tabú. Lo que no quiere decir que no comprenda que también se trata de una opción (e incluso, como sostienen algunas personas de mi círculo, una opción que cualquier persona inteligente, con solo mirar a su alrededor, debe plantearse con una frecuencia superior al prescriptivo peregrinaje a La Meca. Pero ese es otro jardín). Pero si alguien sobrevive al horror nazi, lo cuenta en varios libros e infinidad de conferencias y 40 años después decide suicidarse, perdónenme que sienta un escalofrío.
Esta mañana también he sentido otro escalofrío. He leído que Enric Marco ha tenido que reconocer que lleva 30 años mintiendo porque él nunca estuvo deportado en el campo de exterminio de Flossenburg, en contra de lo que había sostenido hasta ahora por activa y por pasiva refleja. En su libro autobiográfico Memoria del infierno (1978), en cientos de entrevistas y en multitud charlas en colegios.
Por supuesto que no pienso hacer leña del árbol caído (en ningún caso, y menos si se trata de un octogenario; me lo enseñó muy bien mi madre), pero es que no puedo evitar pensar en los verdaderos deportados y en este inmenso dolor gratuito que se les acaba de ocasionar. No hay derecho.
Tampoco entiendo las motivaciones que pueden llevar a alguien a elegir impostar algo así. Vale que algunos personajes del colorín compraran sus carnés de conducir en un puesto ambulante de Tánger. Vale que el truhán Luis Roldán no fuera ni bachiller, a pesar de tener unos cuantos títulos universitarios de pega, o que a los Milli Vanilly -o como se escriba; no pienso comprobarlo- solo les cantara la halitosis. Pero hacerse pasar por un superviviente de los campos de exterminio nazi sin serlo, me deja totalmente sin recursos. "Llámenme tonta, llámenme caprichosa, pero así es como soy" (F.L.)
En fin, pospongo para otro momento mis propuestas legislativas, que incluirán bien entendu todo el inventario de La Retorno, la amiga del Señor Baby(lone) Killer.
martes, mayo 10, 2005
Moda legisladora
Bueno, pues como por aquí todo el mundo anda entregado a redactar propuestas que esperan ver convertidas en leyes, yo he decidido subirme a este carro de la moda legisladora para no ser menos. A ver, qué remedio. Maragall desea que por ley se olvide la España plural para hablar de la España federal. Y los obispos andan a la greña para que se recoja en la ley de matrimonios gays la objeción de conciencia de los casamenteros. Bien, pues yo también tengo algunas propuestas que hacer, y todas me parecen lo suficientemente importantes como para que pasen a engrosar el código penal. De momento, voy a madurar un poco más la idea. Pero mañana tendrán ya un avance.
Va a temblar el Aneto.
lunes, mayo 09, 2005
V-M
Hoy he ido a una comisaría, que estaba llena de gente que no protagoniza los anuncios de Lancôme, para recoger mi carné de identidad renovado para los próximos 10 años. Al verificar los datos consignados para ver si respondían a la realidad, me he dado cuenta de que se trata de un documento totalmente unisex. No sé qué tendrán que decir los militantes fundamentalistas de estas cuestiones que hacen de esta militancia bandera, credo y razón de vivir. Por lo que a mí respecta, opino que este detalle representa un paso adelante.
Verán, en el dorso del DNI antes había que incluir, entre otros datos, uno irrelevante, a mi modo de ver: el sexo. Y se establecía la diferencia entre V de varón y M de mujer. Tampoco es que esto creara grandes quebraderos de cabeza a nadie, excepto a quienes decidían pasar por el quirófano y adecuar su género y su sexo. El quirófano no llegaba hasta el DNI. Supongo que pensando en ellos y también para hacer valer la frase constitucional de que ningún español será discriminado por razones de sexo (ni otras), los nuevos documentos resuelven ese dato de la siguiente manera:
V-M
Y me parece muy bien. ¿Qué importancia tiene el sexo que cada uno tenga en la entrepierna cuando vas a pasar la aduana, vas a pedir un crédito o vas a pasar un examen?
Este cambio no representa un salto cualitativo respecto a nada. Se seguirán cometiendo las mismas tropelías en muchas escuelas, centros de trabajo, por la calle, etc. Pero por algún sitio hay que empezar. El siguiente paso que habrá que dar consiste en hacer efectivo el empeño antidiscriminatorio.
He dicho.
domingo, mayo 08, 2005
La cefalea del verano
Pues todavía no sabemos cuál será la (espantosa) canción del próximo verano -hay quien apunta (por desgracia, no con un lanzallamas precisamente) a IP, la innombrable, porque está gafada, pero también podría atacar again Georgi Dann-, ni el insecto del verano -el mosquito Anopheles podría ser una opción definitiva, si dejara a todos esos españoles que se aburren, justo los españoles que A MÍ también me producen bostezos, dormidos frente a la teúve, su medio natural- ni la enfermedad del verano -la salmonelosis no suele fallar, pero podríamos vernos sorprendidos con un circo ambulante constituido por los desechos del freakerío televisivo, empezando por Lidia Lozano, la mujer mechada que vende los restos del compacto maquillaje con que se andamia la cara al Museo de Cera para que saquen todos los moldes que quieran-, ni la reposición televisiva del verano, ni la moda del verano, ni ... Pero son incógnitas que no tardarán en despejarse. Para mi desgracia.
A mí lo único que me gustaría es que me pillara a 10000 kms. de aquí, en el Índico, en el Trópico de Capricornio. No yo quiero alterar nada; al contrario: que todo siga su curso. Lo único que pido es que conmigo no cuenten para dar pábulo a todas estas cretineces.
Porque lo que SÍ tenemos YA aquí y ahora, un mes largo antes de que empiece oficialmente el verano en Europa, es la Noticia del Ídem, la bomba del verano, el dolor de cabeza del verano y la náusea del verano: España está embarazada. La pobre pareja REALmente embarazada, al margen de mi simpatía o antipatía personal, no tiene toda la culpa del terremoto informativo -ja, ja: si fuera informativo, entonces yo sería María de Rumanía, si no lo fuera ya mi mejor amiga- que se avecina. La culpa la tienen los masa-media (en la voz de Chus Lampreave en Hable con ella), que los perseguirán por tierra, mar y aire para saber:
1. ¿Cuántos?, una pregunta totalmente malintencionada.
2. ¿Para cuándo? Noviembre.
3. ¿Cómo se llamarán?
4. ¿Cómo reorganizarán la línea sucesoria?
5. ¿Qué ha dicho su tía, la cooperante?
6. ¿Qué modelón llevaba su tío Fulanito cuando se enteró de la noticia?
7. ¿Coincide el alumbramiento con algún examen de reválida de Historia Antigua de su abuela materna? ¿Prevé copiarse también esta vez?
8. ¿Quién los casará, cómo, cuándo, con quién y por qué?
9. ¿Qué les va a regalar la marquesa viuda de Iria Flavia, otra mujer mechada? ¿Y el grupo de sevillanas Siempre Así?
10. ...
Y así todo el verano.
Y el otoño. Y el invierno... ¡Ay, Dios mío! Yo me vuelvo a mi guarida junto al río, de donde nunca debí haber salido. O esta vez no cambiaré la piel: se fosilizará como si fuera una camisa de fuerza.
sábado, mayo 07, 2005
Los nuestros
Hoy he visto en DVD El Verdugo (1963) de Luis García Berlanga. No descubro nada nuevo, pero es ¡genial! Un divertimento basado en el drama de un hombre que tiene que ser verdugo -en sentido real- para no perder el piso que acaban de adjudicarle a su suegro, maestro del garrote con 40 años de experiencia; una comedia negrísima, un retrato de la España de hace apenas 40 años y una crítica social de primer orden a pesar de los 14 cortes de censura que sufrió la película. Berlanga contaba en el pasado Festival de Cine de Málaga que incluso le censuraron un simple plano de la Gran Vía de Madrid. Años después supo que el razonamiento de los censores había sido el siguiente:
-Conociendo a Berlanga, éste es capaz de incluir este plano solo para poner a cinco curas saliendo del cabaret Pasapoga.
-Si lo llego a saber, los pongo, claro.
Los actores están en estado de gracia, y encontramos a todos los nuestros: desde José Isbert hasta, en papeles de pequeñísimos, Antonio Ferrandis, Chus Lampreave, Lola Gaos, Agustín González, María Luisa Ponte y muchos más. Incluso aparece paseando por la Fería del Libro de Madrid Elena Santonja. Todos los premios y reconocimientos son pocos para ellos. Son nuestros actores, y no han tenido que irse a Hollywood. Bueno, a Hollywood es que no se van para hacer mejores trabajos, sino para poder retirarse. Y estos actores todavía están al pie del cañón.
Hay muchas secuencias y frases memorables. A mí me ha gustado especialmente todo lo relacionado con la boda de los protagonistas, un enterrador y la hija de un verdugo: la boda (religiosa, claro) se celebra después de otra boda, una boda de verdad, de postín. En cambio, estos pobres, por ser pobres y por estar embarazados, no tienen derecho más que a una vela, a un cura que apenas ve lo que tiene que leer y al suelo liso sin alfombra. De hecho, la novia tiene que sortear a los operarios que están enrollando la alfombra.
José Luis López Vázquez, como sastre militar-religioso y hermano y testigo del novio, está divertidísimo, como siempre, y su mujer, María Luisa Ponte, también está espléndida. También me gustaría citar a José Orjás, un actor de reparto de toda la vida, aquí con un doble (si no me equivoco) minipapel: como militar y como funcionario de prisiones.
En fin, imprescindible. Un gustazo.
viernes, mayo 06, 2005
Estadísticas septuagenarias
La realidad supera la ficción siempre, siempre. Pili y su hermana, dos señoras bastante decadentes, superan los 75 años y conservan todo el acento de Valencia. La hermana de Pili lleva una falda verde plisada, bastón y un incipiente Parkinson. Tiene prisa por irse —están en una tienda casi vacía de un pequeño museo de Madrid —. Se pasa los dedos de la mano que le deja libre el bastón por la nariz y la boca, y luego los chasquea como si quisiera desprenderse de unas impertinentes células muertas. Son jubiladas del ministerio de Educación. Pili dice que los sevillanos -al parecer, el vendedor es de Dos Hermanas (Sevilla)- son muy tiernos, muy buenos y que ella sólo ha oído cosas favorables de ellos. Le pregunta qué tal le va con las madrileñas y si tiene novia:
- Porque si eres joven, guapo y no eres marica, estarás rifadísimo. Siempre desde luego ha habido más hombres, pero hoy entre los travestis, los transformers y los mariconazos, ¿qué porcentaje de hombres-hombres hay, un 5%? Pues ya te digo, siendo guapo y si no eres marica, puedes ir pisando fuerte.
Tercia la hermana:
- Pero ¿por qué va a ser marica? Vámonos, Pili.
El vendedor se queda de cartón-piedra y se trastabilla cuando en ese instante tiene que responder al teléfono. Ha tenido que sentirse desnudo delante de las dos ancianas, que no van muy descaminadas, dicho sea de paso. Acaban de demostrar una Verdad de la Vida: donde esté el ojo clínico de un jubilado especialmente guerrero que se quite cualquier estudio sociológico.
jueves, mayo 05, 2005
Audífonos con control de conversación
Bueno, pues yo creo que al señor Alva Edison le acaba de salir un alumno aventajado. Sí, porque hoy ha empezado mi carrera como inventor. Soy de la opinión de que antes de atentar contra el prójimo, o lo que es peor, contra uno mismo, hay que intentar buscar otras salidas. Y una de ellas puede ser aplicar una espesa capa de maquillaje allí donde la realidad presenta ojeras, una nariz necrosada, acné, bigote o un mentón de tres pisos. O todo ello junto, que es lo más frecuente.
La conexión entre el problema y la solución la he tenido al mediodía, justo antes de que se produjera lo que apuntaba a un inevitable vahído de consecuencias difícilmente mensurables, mientras comía con un miembro de la clase activa de esta sociedad. Cuando corría el enésimo ritornello de “…y claro, la auxiliar está que echa las muelas porque ella opina que el personal no tiene la culpa, sino el sistema sanitario, que es perverso. Y todos han coincidido en que yo debería haber pedido la baja por haber sido arrastrada detrás de mi bolso por dos zarrapastrosos. Eso es lo que ellos habrían hecho, pero yo ni lo pensé siquiera. Y mi compañera, que está separada, tiene dos niños y el padre de uno de ellos se mató en un accidente, fue a dejar libre la femoral con una gasita insignificante…”, tuve lo que no puedo llamar más que una revelación. De pronto, se me apareció la tía Fran Lebowitz y me dijo:
- ¿No te acuerdas ya de que en 1974 yo propuse los microteléfonos con control de conversación? ¿De qué te sirve tenerme entre tus autores de cabecera, si luego no echas mano para casos urgentes como este?
- ¡Pero claro, tía Fran! ¿En qué estaría pensando? ¿En los hombres? Acabas de salvarme la vida. Una vez más.
Y por eso desde aquí propongo a las casas de patentes lo que sin duda está llamado a ser una revolución: los audífonos con control de conversación. El principio es muy sencillo. Es el clásico audífono inalámbrico con traductor simultáneo y cinco posiciones en su versión popular – la versión de lujo puede alcanzar las 150. Así, cuando preveamos un inevitable tête-à-tête con alguien que nos hace añorar la idea de pasar un fin de semana en un pantano infestado de víboras -incluso a mí, que soy una de ellas, la idea me espanta- antes de seguir un minuto más con él, ¡zas!, te pones tu audífono, eliges la posición que te interese y no tienes que preocuparte de nada más. Si eliges la posición 1, “Chus Lampreave en Matador”, el aparato solo te traducirá el parlamento anterior en algo así:
“¿A mi hija? Para nada. Me lo hubiera comentado. Lo siento, otro día será. (…) Pero ¿cómo quiere que vayamos con Vd. teniendo la casa como la tenemos, manga por hombro? Mire, estoy blanqueando y estoy sola porque no tengo a nadie que me ayude. Además, tenemos un casting… Por si fuera poco que la casa esté empantanada (…) No me chille, porque le puedo meter un paquete (…) Si no les importa esperar… Tardaremos una media hora o así en arreglarnos porque no querrá que vayamos hechos unos mamarrachos a toda una señora comisaría. Lo peor no es que te violen. Lo peor es que tienes que contárselo de pe a pa a todo el mundo”.
O si un miembro de la clase ociosa te cuenta, quieras o no, su maravilloso fin de semana en un camping polvoriento de Albacete en una concentración de músicos cuya mayor mérito hasta la fecha consiste en ser capaces de aporrear las latas industriales de tomate frito, pues tú eliges por ejemplo la posición 3, “Pablo Carbonell” y el audífono mágico te traduce ese discurso errabundo para dormir a las ovejas, más una pregunta de quedarte ojoplático - "Por cierto, ¿qué es la sodomia? (¿Para qué valen los acentos? ¿Para operarte con ellos de sinusitis, como si fueran un piercing?) ¡Tenían que haber puesto a Wilde en el examen, el pobre!" -, en algo divertido como una canción titulada Ese chico no te conviene, una versión cañí de un tema de Luis Ruiz, esto es, Lou Reed.
Así de sencillo. No tienes que aguantar esos discursos torturantes -basta con que cada 10 minutos digas "Sí" o "Llevas razón", que es lo que quiere oír estos seres-que-esperan, y en el futuro probablemente ni eso-, y matas dos pájaros de un tiro: haces una obra de caridad y evitas cualquier pulsión agresiva. Yo, sinceramente, no veo más que ventajas.
Las otras posiciones del equipo básico pueden ser:
1. Dorothy Parker;
2. Evelyn Waugh; y
3. Eugenio D’Ors.
Así que si alguien está interesado en patentarme el invento, estoy dispuesto a negociar. Y no soy muy exigente. A mí el dinero no me interesa. Pero en cambio valoro mucho el hecho de que no me entren ganas de cometer un homicidio cada vez que me cruzo con determinados seres vivos. Y tengo otros inventos en cartera, de los que les hablaré otro día. El primero de ellos es el iris-bisturí. Requiere una pequeña operación de cirugía, pero las ventajas son tantas que compensa.
Hasta mañana, queridos.
miércoles, mayo 04, 2005
Libros (y III)
Pasé el otro día delante de un taller de encuadernación de libros del centro de la ciudad y entré para preguntar si sabían en dónde impartían cursos de encuadernación. El local me pareció un sitio acogedor y fascinante, lleno de libros modernos y antiguos, prensas de distintos tamaños, guillotinas como las que sueño que instalen en cada plaza por donde yo vaya a pasar, cizallas, bobinas de telas de todos los colores, vitrinas con trabajos premiados -o que merecerían estarlo-, pinceles, botes de cola, plegaderas, plieges para las guardas, cartones para las tapas, telares, etc.
Pero además me atendió un chico de unos 40 años que me pareció encantador. Me dijo que estaba de suerte porque en tres días él mismo comenzaría uno de iniciación. Y se sorprendió mucho al verme interesado en algo que puede resultar bastante peregrino para la mayoría. A mí no me lo parece, la verdad: además de leerlos, me gusta tocar los libros, cuidarlos, hacerlos míos. Encuadernarlos a tu gusto es una buena manera, ¿no? Así que me he inscrito en este curso que durará un mes. Tenía además la secreta esperanza de ampliar mi círculo social. Pero no será así: en eso ha fallado. A menos que a partir de ahora me cuente entre los gerontófilos. Sí, porque mis compañeros son esencialmente jubilados del ramo de la medicina. Lo que no obsta para que sean agradables e incluso divertidos. También hay una chica marroquí muy simpática y muy guapa que me pisó mi frase el día de las presentaciones. Dijo su nombre y a mí me tocaba replicar:
-Ah, como la capital de Yemen.
Pero no pasa nada: no se lo tengo en cuenta.
Pero la estrella del curso es el profesor. Estoy encantado con él por el entusiasmo y la alegría que derrocha en las clases, y por supuesto por sus conocimientos sobre la materia y por su manera de transmitirlos. Los trabajos que nos ha mostrado alcanzan sin ninguna duda la categoría de arte. Y las clases se pasan sin darnos cuenta, sobre todo ahora que estamos cosechando nuestros primeros trabajos.
Si me fallan los otros recursos de mi CV, el visible y el oculto -a saber: mis dones para la barra americana, la cocina popular, el macramé, el turismo rural, las clases de francés y el corte y confección-, siempre puedo recurrir a una actividad como la encuadernación, que me parece muy relajante y que estimula el lado creativo. Y bueno, también sirve para conocer a gente, aunque sea septuagenaria.
martes, mayo 03, 2005
Volver...
... a trabajar JUNTOS : es lo que van a hacer Carmen Maura y Pedro Almodóvar a partir del mes que viene, tras 17 años sin hacerlo, en una película que precisamente se titula así: VOLVER. Lo leí hace unos días en un comunicado de la productora, especialista en dosificar los datos sobre las películas de su jefe. Y para qué negarlo: sentí un brote de alegría seguramente absurda. Soy fan de ambos; pero sobre todo ERA fan de ambos. Ya hace mucho que tiempo que, por separado, no me conmueven. O me conmueven de manera muy tangencial.
Me gusta la música de Alberto Iglesias, o el trabajo de Cecilia Roth, o me divierte algún chiste de Chus Lampreave, o me emociono hasta el llanto con las escenas que comparten en los locutorios de la cárcel Darío Grandinetti y Javier Cámara:
Benigno:
Me gustaría poder darte un abrazo. Pero para abrazarte tendría que pedir un vis-à-vis... Ya lo he tanteado, ¿sabes? Me han preguntado que si eras mi novio... No me he atrevido a decir que sí, por si a ti te molestaba.
Marco:
Puedes decir lo que quieras. ¡No me molesta en absoluto!
Pero creo que no es suficiente, y La mala educación ni me he molestado en ir a verla, demostrándome de paso que puedo llevar una vida perfectamente normal sin necesidad de conocer al dedillo TODAS las pelis de Almodóvar.
En cuanto a Carmen, aunque hace películas casi como churros -a ver, qué va a hacer, con la papeleta que tuvo que resolver-, creo que no me entusiasma desde Lisboa, una estupenda película que nadie vio, y La Comunidad.
Supongo que tienen derecho a no rodar constantemente La ley del deseo y Mujeres al borde de un ataque de nervios. Supongo también que todos cambiamos, que nuestros gustos evolucionan, que el espectador descubre nuevos talentos y no siente la necesidad de ser fiel a los viejos. Y, de igual modo, el autor siente la necesidad de contar otras cosas con otra gente. Por todo ello, he perdido mi adhesión incondicional a ambos. Y ahora vuelven a reunirse. ¡Por fin! Después de que preguntárselo -y casi rogárselo- fuera algo casi obligatorio en todas las entrevistas que han concedido desde entonces.
En Fotogramas ilustran esta noticia con una sencilla foto del set de rodaje de Mujeres al borde de un ataque de nervios. Ambos están estupendos. Pero han pasado 17 años. La foto transmite el espíritu de la película -cuyo rodaje al parecer fue un infierno para Carmen Maura- y yo tengo la sensación de recuperar también mi estado de ánimo de cuando la vi por primera vez. De golpe me ataca la nostalgia. Y no puedo evitar pensar que es bastante difícil que de este reencuentro salga una película que ya no quiera olvidar nunca. Supongo que es el descreimiento que da el paso de los años. ¡Ojalá me equivoque! Lo veremos el próximo otoño. ¡Feliz reencuentro y feliz rodaje!
lunes, mayo 02, 2005
La Gran Meada
Granada está de fiesta. Sí, mañana se festeja el Día de la Cruz, que es como la Gran Fiesta de la ciudad. Y esta es la razón por la que la gente más previsora se ha tirado literalmente a la calle desde el pasado jueves como si les fuera la vida en ello. Es decir, hay un macropuente que empezó de forma oficiosa el jueves por la noche y que dura como mínimo hasta mañana por la noche, y la gente está empeñada en dar cuenta de ello. Madrid, Jaén, Málaga, Almería y toda su provincia -con sus respectivos look- se han dado cita en una ciudad que sin duda no está preparada para doblar en cuatro días su población, especialmente por gente en su mayoría cistítica. Desde que te bajas del tren se apodera de ti un olor nauseabundo a cerveza corrompida y a orín que no te abandona durante el resto de tu estancia en la ciudad. Es como si estuvieran rodando literalmente La Gran Meada, versión hard de La grande bouffe. Pero a pesar de todos estos inconvenientes, Granada me fascina y cada día me gusta más.
Podría describir las últimas (anti)tendencias observadas con mi amiga María de Rumanía: el hombre-caderamen, todo un descubrimiento que casi nos ha provocado una apoplejía; la furia por el cuello levantado -polo con el cuello levantado sobre camisa con el cuello levantado- y las botas blancas, vaquero, cinturón blanco y camisa blanca entallada; la clásica experimentación capilar variada, etc. Pero prefiero disfrutar de lo que ya se ha convertido en el recuerdo del tiempo compartido con mi amiga María.
En las terrazas del Paseo de los Tristes, al pie de La Alhambra, frente a un viejo hotel abandonado -el hotel réuma, en boca de un camarero al que todavía le falta descubrir el embrujo de colocar los acentos en su sitio- por el que mataría ahora mismo, en una tarde con una luz mate y un aire fresco que te aclara las ideas, con un lambrusco en la mano y María al lado, hablando de lo divino y de lo humano. ¿Qué más se puede pedir? Bueno, sí, se podría pedir un millón de cosas: que la gente no se mee por las esquinas, que tengan el decoro de vestirse de una manera menos agresiva, que comprendan que la calle no es una Gran Papelera, que pasearse con un carrito de la compra para transportar las bebidas es demasiado, etc. Pero en realidad me da igual: no estoy para educar a nadie. Así que simplemente miro a María, la escucho y miro a La Alhambra, a mi casa favorita y a mi lambrusco, y sonrío.
Un millón de besos.
domingo, mayo 01, 2005
Paseo por los infiernos
Bueno, pues hemos sobrevivido, y aquí estamos: con ganas de empezar de nuevo y de esconder en lo más recóndito de nuestra memoria todo lo que ocurrió anoche en un antro de feroz atrocidad de la Cité Funéraire. Por el momento hemos empezado por huir y refugiarnos en mi guarida, con la nada secreta esperanza de salvar el pellejo. Si no lo conseguimos, he dejado estipulado en mi testamento que mi piel vaya íntegra para la gran María de Rumanía. Es el menor detalle que puedo tener con ella para que se haga unas botas, un bolso y un cinturón a juego, después de cómo nos acogió en el Grand Palais: de maravilla, como siempre, dejándonos todo un ala para nosotros. A saber: la mamá de Babykiller, el propio Babykiller –más killer y más baby que nunca- y una servidora. Y es que Baby y su madre tenían una importante misión que cumplir: hallar las Claves de las Santas Reliquias, y yo me solidaricé de inmediato con ellos. Total, que los pasos nos condujeron a la citada Cité. Pero al llegar la noche sentimos la picazón del séptimo día y, desoyendo las sabias palabras de la Gran María que tanto nos quiere, nos encaminamos a las catacumbas de la ciudad:
–Aquí no hay catacumbas, queridos míos. Aquí lo que hay son cloacas.
Una frase que encierra toda una cosmovisión y que cayó en oídos sordos. Una y no más, Santo Tomás. A partir de ahora, lo que diga María va a misa.
Llegamos al antro y, sin tiempo para recuperarnos del shock sufrido a la entrada -qué espejos, my god, qué cortina de flecos, qué todo: no se puede decorar un antro bajo los efectos ana(l)bolizantes del chorizo de Carchelejo-, sufrimos las miradas incisivas como bisturís de una caterva de garrulazos que había descubierto los cantos de sirena de la licra sin tiempo para abandonar el poder cautivador de una cosechadora que produce alpacas con formas artísticas. Al menos había varias de ellas aparcadas justo a la puerta.
Una vez que hubimos recorrido la interminable escalinata de cemento, habiendo conseguido, aunque parezca mentira, abstraernos de los espejos y de una luz que solo debe de ser legal en la sala de disecciones de la morgue de una ciudad de provincias, llegamos a la barra y le pedimos a la Cantante Calva dos gin-tonics. Pero no fue suficiente. Y nos pusimos inmediatamente a cortar trajes, más o menos lo que acababan de hacer con nosotros pero con un vocabulario aprendido en la parte analógica del Julio Casares, que es nuestro libro de cabecera, gusto y sentido del humor, algo de lo que carecían ESAS. Y ahí empezó el verdadero descenso a los infiernos. No se salvaba ni uno. Bueno, sí: uno, un tal Eric, de nacionalidad canadiense –a ver: cómo iba de las inmediaciones- y de profesión… Sus Labores, probablemente. Los demás eran la viva imagen del apocalipsis, carne de pogromo, material elemental para avivar el fuego purificador de todo lo que arde –fallas y rascacielos de familias con apellidos de resonancias lácteas-. Total, que ya no me cabe ninguna duda: el armagedón está a la vuelta de la esquina, y por el momento hay un parque temático que lo reproduce à merveille.
Bueno, pero esto no era todo. Ni mucho menos. Todavía quedaba un tableau vivant al que hacer frente. Literalmente. La gente se piensa que una peluca te convierte en artista. Y no es así, en absoluto. La lobotomía tampoco, pero si caes en buenas manos, todavía se puede hacer algo. En el caso de los dos transformer-terroristas del lenguaje que tuvimos la desgracia de padecer no había nada que hacer. Excepto quemarlos vivos. Sin misericordia. Si ellos no la tienen conmigo, no veo por qué tendría yo que mirar para otro lado. Al fuego lo que es del fuego.
Bueno, es que lo recuerdo y todavía se me escama la piel.
En lugar de decir “Buenas noches”, empezaron diciendo "Mariconeeeeeeeh" (sibilante aspirada, muy aspirada). Y a partir de ahí fue imposible sacarlos de polla y tres verbos sin conjugar prácticamente: chupar, follar y mamar… De mamarrachas, probablemente. Vamos, probablemente no; sin duda. Imitaron a varias artistas tan execrables como ellas. A mí podrían haberme dicho que eran chinas y no habría podido oponer ningún tipo de resistencia. Alteraban traje, canción y peluca: una canción, un traje, una peluca. Otra, otro traje (o ausencia de), otra peluca. Lo único que repetían sin tregua era el discurso: polla, chupar, follar, mamar. Ah, en honor a la verdad, diré que hicieron una salvedad: chupachules. En ese momento, mi capacidad de retención de líquidos -y lípidos... ajenos- alcanzó mi límite de aguante sin que pareciera que YO estaba aprobando TODO AQUELLO. Y empecé a insultarlas con la idea de hacerles comprender que aquello no podía continuar así. Pero no debieron de entenderme porque bajaron aún más el listón (e incluso bajaron del escenario blandiendo el micrófono, que hasta ese momento les había servido de falo, de chupachul y, al parecer, pretendían que les sirviera también de arma arrojadiza) y yo empecé a sentir una rigidez en el cuello que sin duda no me hacía ningún bien. Y entonces el resto de garrulazos, creyendo que les robábamos el protagonismo –lo que era completamente cierto- las secundaron. En aquel momento, se hizo aconsejable montarnos en la escoba y poner pies en polvo-rosa. Y así lo hicimos. Y sin escupirles a la cara, aunque parezca increíble.
Y ahora estamos a 100 kms –lo que si quieren que les sea honesto no me parecen bastantes- de esa gentuza dispuestos a triunfar y … encontrarnos con mucha más gentuza. De eso no nos cabe la menor duda. Así que nos vamos. A las calles.
Tendrán cumplida cuenta de lo que nos ocurra... si seguimos vivos.
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