domingo, mayo 15, 2005

Casalingas de premio Nobel

En medio de noticias descorazonadoras como la carnicería, de la que aún no conocemos el alcance de su gravedad, que se ha producido este fin de semana en Uzbekistán, ese país desconocido por el que transcurría la Ruta de la Seda abierta por Marco Polo; la carnicería sin fin en Irak; en clave local, la detención por malos tratos del hijo de Ana Orantes, aquella señora que en 1997, tras acudir a un programa-basura de TV presentado por la -Deo Gratias- sin par Irma Soriano para denunciar los malos tratos que sufría, fue quemada viva por su marido en el patio de la casa común; o los destrozos producidos esta noche en Barcelona por esos grupos de descerebrados que se mezclan en cualquier reunión multitudinaria, en este caso la fiesta de los seguidores del equipo local de fútbol, para intentar convertirla en una manifestación vandálica; bien, en medio de todo este caos cotidiano, uno agradece leer algo divertido. Y lo que me ha hecho gracia es una sentencia dictada en Brasil que obliga a una viuda a indemnizar a la amante de su marido. ¡Chúpate esa, Teresa!
Resulta que el finado tenía una amante con la que acudía regularmente a un piso convertido en nido de amor. Cuando terminaban la faena, al parecer ella dejaba la casa como los chorros del oro. Vamos, que pertenecía a la secta que levitaba ante la simple contemplación de un producto de limpieza, biodegradable o no. Y, claro, al morir el amante, ha demandado a la viuda porque considera que, como este piso en el que ambos retozaban formaba parte de los bienes gananciales de la pareja legítima, se le debe el salario del tiempo en que ella ha actuado no solo en calidad de amante, sino también en calidad de casalinga, que más o menos viene a coincidir.
Y el juez no ve en ello más que raciocinio.

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