Bueno, pues yo creo que al señor Alva Edison le acaba de salir un alumno aventajado. Sí, porque hoy ha empezado mi carrera como inventor. Soy de la opinión de que antes de atentar contra el prójimo, o lo que es peor, contra uno mismo, hay que intentar buscar otras salidas. Y una de ellas puede ser aplicar una espesa capa de maquillaje allí donde la realidad presenta ojeras, una nariz necrosada, acné, bigote o un mentón de tres pisos. O todo ello junto, que es lo más frecuente.
La conexión entre el problema y la solución la he tenido al mediodía, justo antes de que se produjera lo que apuntaba a un inevitable vahído de consecuencias difícilmente mensurables, mientras comía con un miembro de la clase activa de esta sociedad. Cuando corría el enésimo ritornello de “…y claro, la auxiliar está que echa las muelas porque ella opina que el personal no tiene la culpa, sino el sistema sanitario, que es perverso. Y todos han coincidido en que yo debería haber pedido la baja por haber sido arrastrada detrás de mi bolso por dos zarrapastrosos. Eso es lo que ellos habrían hecho, pero yo ni lo pensé siquiera. Y mi compañera, que está separada, tiene dos niños y el padre de uno de ellos se mató en un accidente, fue a dejar libre la femoral con una gasita insignificante…”, tuve lo que no puedo llamar más que una revelación. De pronto, se me apareció la tía Fran Lebowitz y me dijo:
- ¿No te acuerdas ya de que en 1974 yo propuse los microteléfonos con control de conversación? ¿De qué te sirve tenerme entre tus autores de cabecera, si luego no echas mano para casos urgentes como este?
- ¡Pero claro, tía Fran! ¿En qué estaría pensando? ¿En los hombres? Acabas de salvarme la vida. Una vez más.
Y por eso desde aquí propongo a las casas de patentes lo que sin duda está llamado a ser una revolución: los audífonos con control de conversación. El principio es muy sencillo. Es el clásico audífono inalámbrico con traductor simultáneo y cinco posiciones en su versión popular – la versión de lujo puede alcanzar las 150. Así, cuando preveamos un inevitable tête-à-tête con alguien que nos hace añorar la idea de pasar un fin de semana en un pantano infestado de víboras -incluso a mí, que soy una de ellas, la idea me espanta- antes de seguir un minuto más con él, ¡zas!, te pones tu audífono, eliges la posición que te interese y no tienes que preocuparte de nada más. Si eliges la posición 1, “Chus Lampreave en Matador”, el aparato solo te traducirá el parlamento anterior en algo así:
“¿A mi hija? Para nada. Me lo hubiera comentado. Lo siento, otro día será. (…) Pero ¿cómo quiere que vayamos con Vd. teniendo la casa como la tenemos, manga por hombro? Mire, estoy blanqueando y estoy sola porque no tengo a nadie que me ayude. Además, tenemos un casting… Por si fuera poco que la casa esté empantanada (…) No me chille, porque le puedo meter un paquete (…) Si no les importa esperar… Tardaremos una media hora o así en arreglarnos porque no querrá que vayamos hechos unos mamarrachos a toda una señora comisaría. Lo peor no es que te violen. Lo peor es que tienes que contárselo de pe a pa a todo el mundo”.
O si un miembro de la clase ociosa te cuenta, quieras o no, su maravilloso fin de semana en un camping polvoriento de Albacete en una concentración de músicos cuya mayor mérito hasta la fecha consiste en ser capaces de aporrear las latas industriales de tomate frito, pues tú eliges por ejemplo la posición 3, “Pablo Carbonell” y el audífono mágico te traduce ese discurso errabundo para dormir a las ovejas, más una pregunta de quedarte ojoplático - "Por cierto, ¿qué es la sodomia? (¿Para qué valen los acentos? ¿Para operarte con ellos de sinusitis, como si fueran un piercing?) ¡Tenían que haber puesto a Wilde en el examen, el pobre!" -, en algo divertido como una canción titulada Ese chico no te conviene, una versión cañí de un tema de Luis Ruiz, esto es, Lou Reed.
Así de sencillo. No tienes que aguantar esos discursos torturantes -basta con que cada 10 minutos digas "Sí" o "Llevas razón", que es lo que quiere oír estos seres-que-esperan, y en el futuro probablemente ni eso-, y matas dos pájaros de un tiro: haces una obra de caridad y evitas cualquier pulsión agresiva. Yo, sinceramente, no veo más que ventajas.
Las otras posiciones del equipo básico pueden ser:
1. Dorothy Parker;
2. Evelyn Waugh; y
3. Eugenio D’Ors.
Así que si alguien está interesado en patentarme el invento, estoy dispuesto a negociar. Y no soy muy exigente. A mí el dinero no me interesa. Pero en cambio valoro mucho el hecho de que no me entren ganas de cometer un homicidio cada vez que me cruzo con determinados seres vivos. Y tengo otros inventos en cartera, de los que les hablaré otro día. El primero de ellos es el iris-bisturí. Requiere una pequeña operación de cirugía, pero las ventajas son tantas que compensa.
Hasta mañana, queridos.
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