Robo el título de esta delirante entrada al siempre interesante Félix de Azúa: es el título de uno de sus libros de artículos. No lo he leído aún, pero hace tiempo que quiero echarle el guante. Desde el momento en que lo descubrí, me di cuenta de que en este sencillo sintagma nominal se encierra prácticamente la historia de mi vida.
Sobre mí diría que, además de conducirme por la vida reptando y adorar el sol y las zonas pantanosas, ahora me veo subido -sin que me jacte de ello, por supuesto- en un peligroso pedestal de escepticismo. Se me ha enfriado bastante la sangre, me da pereza conocer a gente nueva y dar una vez más otra versión de mí mismo (que por otro lado es lo que estoy haciendo aquí). También es el momento en que te das cuenta de que 10.000 kms. de distancia no son más que un tiro de piedra, o que apenas 30 suponen poco menos que un viaje astral.
Supongo que una chica no puede pasarse la vida riendo, como escribió Anita Loos. Salen demasiadas arrugas. Y sobre todo: no hay tantas cosas de qué reírse. Excepto de uno mismo.
Los días siguen a sus noches, los meses pasan y agotan los años. He pasado demasiado tiempo esperando una carta, una llamada, un gesto, una mirada. Otra mirada más. Porque cuando tú me miras, tus miradas dejan de pertenecerte y ya son mías. Son mis miradas. Pero ahora esperar me cansa y ya no espero casi nada. Casi nada que no pueda proporcionarme yo mismo, casi nada en lo que intervenga otro. Es una mecanismo de autodefensa. Y un día, al final llega esa carta, esa mirada o esa palabra, y te das cuenta de que ya no significa nada. Casi preferirías que no hubiera llegado. Lo que hay escrito, aunque contenga las palabras que tú esperabas, no significa lo que tú deseabas. O tal vez ahora deseas otra cosa. En fin, un psicocaos.
Aún así no puedo evitar ser un romántico, y sigue habiendo gestos o palabras que un domingo por la noche, casi de madrugada, me hacen levitar e irme a la cama más contento que unas castañuelas. Sí, soy el espíritu de la contradicción y quizá eso me salva, me redime del delito de vivir y me convierte en una anodina serpiente gris. En una rata contenta con su vida de rata. En un nuevo animal mitológico, mitad rata, mitad serpiente. Y ciclotímico.
Y entonces te da una vergüenza espantosa haber cantado más de una vez a pleno pulmón: "Yo soy aquel que cada noche te persigue, yo soy aquel que por quererte ya no vive, el que te espera, el que te sueña... Yo soy aquel que por tenerte da la vida, yo soy aquel que estando lejos no te olvida, el que te espera, el que te sueña, aquel reza cada noche por tu amoooooooooooor..." Sí, Raphael también ocupa un lugar privilegiado en la banda sonora de mi vida.
Y te entra una duda: ¿Se trata del aprendizaje de la decepción o de la decepción del aprendizaje?
1 comentario:
Se trata del aprendizaje de la cusilería, que puede o no ser decepcionante, según convenga, Sr. Gabon, pero que todos eventualmente caemos en ella como quien camina tranquilamente en la calle y pisa una mierda (remember tacones lejanos?), ¿y qué hace uno?
Escribirlo, no vaya ser que nos de un coma diabético como dice nuestro bien ponderado Babykiller.
Publicar un comentario