lunes, mayo 02, 2005

La Gran Meada

Granada está de fiesta. Sí, mañana se festeja el Día de la Cruz, que es como la Gran Fiesta de la ciudad. Y esta es la razón por la que la gente más previsora se ha tirado literalmente a la calle desde el pasado jueves como si les fuera la vida en ello. Es decir, hay un macropuente que empezó de forma oficiosa el jueves por la noche y que dura como mínimo hasta mañana por la noche, y la gente está empeñada en dar cuenta de ello. Madrid, Jaén, Málaga, Almería y toda su provincia -con sus respectivos look- se han dado cita en una ciudad que sin duda no está preparada para doblar en cuatro días su población, especialmente por gente en su mayoría cistítica. Desde que te bajas del tren se apodera de ti un olor nauseabundo a cerveza corrompida y a orín que no te abandona durante el resto de tu estancia en la ciudad. Es como si estuvieran rodando literalmente La Gran Meada, versión hard de La grande bouffe. Pero a pesar de todos estos inconvenientes, Granada me fascina y cada día me gusta más.
Podría describir las últimas (anti)tendencias observadas con mi amiga María de Rumanía: el hombre-caderamen, todo un descubrimiento que casi nos ha provocado una apoplejía; la furia por el cuello levantado -polo con el cuello levantado sobre camisa con el cuello levantado- y las botas blancas, vaquero, cinturón blanco y camisa blanca entallada; la clásica experimentación capilar variada, etc. Pero prefiero disfrutar de lo que ya se ha convertido en el recuerdo del tiempo compartido con mi amiga María.
En las terrazas del Paseo de los Tristes, al pie de La Alhambra, frente a un viejo hotel abandonado -el hotel réuma, en boca de un camarero al que todavía le falta descubrir el embrujo de colocar los acentos en su sitio- por el que mataría ahora mismo, en una tarde con una luz mate y un aire fresco que te aclara las ideas, con un lambrusco en la mano y María al lado, hablando de lo divino y de lo humano. ¿Qué más se puede pedir? Bueno, sí, se podría pedir un millón de cosas: que la gente no se mee por las esquinas, que tengan el decoro de vestirse de una manera menos agresiva, que comprendan que la calle no es una Gran Papelera, que pasearse con un carrito de la compra para transportar las bebidas es demasiado, etc. Pero en realidad me da igual: no estoy para educar a nadie. Así que simplemente miro a María, la escucho y miro a La Alhambra, a mi casa favorita y a mi lambrusco, y sonrío.
Un millón de besos.

2 comentarios:

Madame X. dijo...

Otros tantos para usted, querido.

Diego dijo...

Apasionante.