Pasé el otro día delante de un taller de encuadernación de libros del centro de la ciudad y entré para preguntar si sabían en dónde impartían cursos de encuadernación. El local me pareció un sitio acogedor y fascinante, lleno de libros modernos y antiguos, prensas de distintos tamaños, guillotinas como las que sueño que instalen en cada plaza por donde yo vaya a pasar, cizallas, bobinas de telas de todos los colores, vitrinas con trabajos premiados -o que merecerían estarlo-, pinceles, botes de cola, plegaderas, plieges para las guardas, cartones para las tapas, telares, etc.
Pero además me atendió un chico de unos 40 años que me pareció encantador. Me dijo que estaba de suerte porque en tres días él mismo comenzaría uno de iniciación. Y se sorprendió mucho al verme interesado en algo que puede resultar bastante peregrino para la mayoría. A mí no me lo parece, la verdad: además de leerlos, me gusta tocar los libros, cuidarlos, hacerlos míos. Encuadernarlos a tu gusto es una buena manera, ¿no? Así que me he inscrito en este curso que durará un mes. Tenía además la secreta esperanza de ampliar mi círculo social. Pero no será así: en eso ha fallado. A menos que a partir de ahora me cuente entre los gerontófilos. Sí, porque mis compañeros son esencialmente jubilados del ramo de la medicina. Lo que no obsta para que sean agradables e incluso divertidos. También hay una chica marroquí muy simpática y muy guapa que me pisó mi frase el día de las presentaciones. Dijo su nombre y a mí me tocaba replicar:
-Ah, como la capital de Yemen.
Pero no pasa nada: no se lo tengo en cuenta.
Pero la estrella del curso es el profesor. Estoy encantado con él por el entusiasmo y la alegría que derrocha en las clases, y por supuesto por sus conocimientos sobre la materia y por su manera de transmitirlos. Los trabajos que nos ha mostrado alcanzan sin ninguna duda la categoría de arte. Y las clases se pasan sin darnos cuenta, sobre todo ahora que estamos cosechando nuestros primeros trabajos.
Si me fallan los otros recursos de mi CV, el visible y el oculto -a saber: mis dones para la barra americana, la cocina popular, el macramé, el turismo rural, las clases de francés y el corte y confección-, siempre puedo recurrir a una actividad como la encuadernación, que me parece muy relajante y que estimula el lado creativo. Y bueno, también sirve para conocer a gente, aunque sea septuagenaria.
1 comentario:
Eres una diletante modelo, o una modelo diletante que no es lo mismo pero es igual.
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