lunes, abril 04, 2005

Ansiedad

El mundo es pasto de descerebrados. Lo decía ayer y ya no me cabe ninguna duda: definitivamente me he equivado de era y de lugar para nacer. Creo que mi sitio era más bien Plutón durante el pleistoceno medio. ¡Qué horror! ¡Con qué gente me tengo que enfrentar cada día sin que haya hecho nada para merecerlo! ¿De dónde sale? Esta mañana, mientras estudiaba un poco de esperanto (que es la lengua del futuro; y si no, el tiempo lo dirá), justo en el jardincillo de debajo de mi ventana una pareja de adolescentes de sexo opuesto de apenas o catorce años, no más, entretenían sus ratos perdidos poniéndose a cien. Ella, pantalones vaqueros con bajos anchos, top rosa chicle y dos coletas y algunos adornos en un pelo atroz; él, en uniforme de chándal y un móvil por toda documentación. Durante unos minutos, he seguido sus movimientos con el mismo interés que un zoólogo o que el mismo Félix Rodríguez de la Fuente. ¡Y no daba crédito! En realidad, me parece fenomenal que hagan lo que les plazca, pero no a las doce de la mañana de un lunes y justo debajo de mi ventana. Si no tienen el detalle de ahorrarme esas indumentarias por las que merecerían ser azotados sin ningún miramiento con una vara de almendro, al menos podrían tener el recato de reservarse las erecciones -evidente a través del chándal-, los patéticos juegos de quiero-y-no-puedo, los besuqueos interrumpidos por las inoportunas entradas o salidas de vecinos y sustituidos por pequeñas y ridículas agresiones y todo lo demás, para la intimidad del fondo de la escalera o del cuarto de los contenedores. No creo que sea pedir demasiado.
Desde luego, en las últimas 48 horas los adolescentes parecen empeñados en crearme un trauma con T de Terelu. Y a fe que lo conseguirán.
Pero lo más gracioso es que entre las filas de los cincuentones la cosa no está mucho mejor. Tengo la referencia de una ex novicia rebelde que todo lo justifica con una única palabra: ansiedad. Y nada que ver con la canción de Nat King Cole. Pasó unos veinte años con las monjas, pero luego las dejó por ansiedad. Entonces empezó a trabajar como enfermera en un hospital, donde conoció a un médico. El resultado fue una niña que ahora tiene 14 años y que, además de alérgica a los ácaros, es la tirana de la casa. Así que le provoca mucha ansiedad. El médico se largó con su mujer a otra comunidad autónoma, lo que le provocó más ansiedad todavía. De vez en cuando llama a las casas de otras ex novicias y se autoinvita a comer y a pasar la tarde. Por ansiedad. Cuenta historias para dormirse de pie. Si le das la mano, te toma el brazo. Si le prestas un piso en la playa, te amenaza con comprarse una plaza de garaje en la urbanización. No duda en encasquetarte a su hija para que poder salir y así demostrar su más obsesiva teoría: los hombres son un asco. ¿Y tú cómo lo sabes? Porque, por ansiedad, me he acostado con todos los que se me han puesto a tiro, así que hablo con conocimiento de causa. Lo último: "...¡qué buenos están estos fresones! ¿Le pones algo más aparte del zumo de limón? Ya te digo: he estado a punto de estrellarme con el coche. No sé por qué no lo hice. Se lo dije incluso a Aránzazu. Es que no sabes la ansiedad que tengo. ¿Me pasas el azúcar moreno? Los cítricos me provocan una acidez..." Por favor: si alguien va a suicidarse, que tenga la delicadeza de no anunciármelo a la hora de la comida. Es un scoop sin el que puedo vivir: no siento la menor ambición periodística en este tipo de faits divers. Estoy de exhibicionistas hasta la coronilla. Y de todas formas, al final todo se sabe. Que cada uno se suicide cuando le venga bien y que deje el mundo correr. Seguro que nos enteramos, antes o después.
Quizá les dé más detalles otro día al respecto de esta ex novicia, si es que primero los recabo. Afortunadamente, solo coincido con ella de higos a brevas.
En fin, otro día de vocación optimista frustrada.

No hay comentarios: