domingo, abril 10, 2005

Pocatello (Idaho)

En esta ciudad estadounidense se organiza desde hace unos años el Congreso clínico anual de ositos, al que acuden miles de niños de todo el país con miles de ositos y otros muñecos de peluche que necesitan una reparación urgente. Los niños se visten de blanco y, cuando les toca el turno, ayudan a los médicos que rescatarán del ostracismo a sus amigos más fieles hasta ese momento. Se acabaron las barbys cojas, los reyes león desmelenados, las serpientes pitón -mi competencia más directa- sin cascabel, los osos pardos deshilachados y convertidos en osos grises... Aquí está la esperanza para todos esos fetiches de infancia que con el correr de los años muchas veces se convertirán en el Rosebud de Ciudadano Kane. El congreso ya es un pequeño hito turístico.
Sin irse tan lejos, afortunadamente, en París, donde existen multitud de tiendas pequeñas especializadas (de guantes, de sobres, de rotuladores, de especias, de osos -solo osos- de peluche...) también tienen en cuenta a este público. En la avenida Parmentier -un agrónomo francés que racionalizó y desarrolló el cultivo de las patatas- hay una tienda dedicada a la reparación de muñecas. El escaparate resulta un poco inquietante, lleno de expositores de ojos, la última esperanza de las muñecas tuertas, distribuidos por colores, tamaños y longitud de las pestañas. También son piezas que utilizan algunos artistas que construyen des bons hommes como parte de sus creaciones.
Pero el negocio de las reparaciones de muñecas no debe atravesar momentos de expansión precisamente, así que esta tienda se ha diversificado hacia la reparación de paraguas, artículos de viaje varios, marroquinería, etcétera. Son tiendas en vía de extinción que tendrían que ser protegidas contra la costumbre consumista de hoy de tirarlo todo sin intentar recuperar algo. Dan una última oportunidad a las cosas que cuentan una historia, quizá la nuestra.

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