Hay muchas canciones con las que me siento acompañado. Otras me tranquilizan, o me divierten, o me conmueven, o incluso me dan valor. Hay una vieja canción de Raphael, adaptada de otra de Adamo y retomada posteriormente por Fangoria, que escucho muchas veces cuando voy a salir y espero triunfar: se llama Mi gran noche. Pero si hay una canción que reúne estas sensaciones y además me traslada en un instante a París, esta sería Paroles, paroles.
Recuerdo perfectamente la primera vez que la escuché, durante una cena en casa de un amigo que en aquel momento no era solo un amigo. Con nosotros cenaba un amigo de él que ya era solo un amigo (lo que no es poco, por supuesto). Aquella noche escuchamos otras muchas canciones, pero la que asocio de forma instantánea con aquella velada y con gran parte de mi estancia en París es este curioso dúo de Dalida y Alain Delon, una canción de 1973 que sigue siendo muy popular. Eran amigos de su época de vacas flacas, que también la tuvieron, y se permitieron este homenaje mutuo.
Conozco muy poco a ambos, en realidad, y no me arriesgaría a consignar aquí cualquier dato inexacto sobre Dalida, teniendo en cuenta la devoción que le profesan miles de fans de todo el mundo. Respecto a Delon, dado que ya no le queda nada del que fue en películas como El silencio de un hombre (Le samouraï) o Rocco y sus hermanos y que algunas de sus declaraciones públicas probablemente sean constitutivas de delito, es mejor no decir nada.
Por razones de desamor (y otras muchas no reconocidas, probablemente), Dalida era una mujer infeliz que acabó suicidándose en 1987. El exceso de popularidad, las cifras -llenas de ceros a la derecha- de ventas, de números 1, de canciones grabadas -en 7 lenguas-, de ingresos, de conciertos, etc, no la hicieron feliz al final. Y es probable que no pudiera o no supiera hacer otra cosa que cantar.
Dalida todavía representa un crematístico negocio para sus herederos. El principal es su hermano Orlando, de quien no puedo evitar imaginarme lo peor. Con cierta frecuencia reeditan sus discos: "Dalida: 15 ans déjà", "Las versiones de Dalida", "Dalida en el cine"... Pero eso ocurre con todas las leyendas: cuanto más muerto estás, más vales. Corría el rumor de que era Orlando el que cantaba cuando su hermana estaba de vacaciones. Ella misma lo negaba con humor en una de sus canciones, Laissez-moi danser. Montmartre era su barrio: allí están sus recuerdos, su casa, su placita, una escultura de ella y su sitio en el cementerio.
Mientras sonaba esta canción y otras muchas, a causa del efecto del vino, de las risas y, sobre todo, de que el tercer comensal me pareciera muy atractivo, yo intentaba imaginar cómo podría salir bien una pareja de tres y cómo podría proponerlo antes de que acabara aquella cena:
1. ¿Las tres de la mañana? ¿Y ahora te vas a ir? ¿A casa? ¿Tú solo? ¡Venga ya! ¡Quédate a dormir con nosotros!
2. (Aparte, recogiendo la mesa). ¿Queda vajilla en la mesa? ¿No? ¿Por qué no te dices que se quede con nosotros, tú que tiene más confianza?
3. Fijaos qué tontería iba a decir: Acabo de caer en la cuenta de que la organización de las relaciones humanas en parejas no deja de ser un concepto burgués excesivamente convencional. Yo creo la plenitud se alcanza con el número 3. ¿No estáis de acuerdo? ¿Ha terminado ya el disco? ¿Podemos escuchar otra vez Paroles, paroles?
Pero la cosa no fue a mayores. Ahí se acabó el disparate envuelto en vinos, canciones, buena conversación y un gigot d'agneau. Porque afortunadamente no estoy tan loco, ni soy tan moderno, ni tan atrevido.
Malgré moi!
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