Cuando he leído esta frase entresacada en la sección Nova+ de una execrable revista dirigida por un triunvirato de 3 en 1 POH (Putas, Opusinas e Histéricas), además de abrírseme las carnezuelas, me he dicho que, de una manera u otra, tenía que manifestarme. La gente no puede atreverse a tanto. Es que no doy crédito. Pero ¿adónde vamos a llegar? Descartadas las opciones de inmolarme a lo bonzo dentro de mi nido, sacarme la piel a tiras antes de cambiar de camisa, beber la cicuta o engullir un elefante con colmillos y otros complementos -los amigos reptantes consultados no se decidían claramente por ninguna de ellas-, he decidido verter aquí el veneno porque de lo contrario ésta va a ser una noche toledana en medio Gabón. Así, me quedo más suave que un guante y voy a ser la víbora más inofensiva de todo el África subsahariana.
Todo el mundo sabe que descontextualizar cualquier palabra o frase es un peligro al que los periodistas no suelen temer, a pesar de que la mayor parte de las veces desvirtúa por completo la intención del protagonista del hecho periodístico. Bueno, en realidad, se entresaca con ese objetivo, ¿no? Sin duda, éste debe de ser uno de esos casos. Junto a esta frase, Elvira debe haber pronunciado otras que justifiquen de alguna manera semejante sandez. Pero lo que me irrita es esa manera arrogante y -en su caso, sin la menor conexión con la realidad- de incluirse entre los productores de cultura. ¡Ay, qué risa, tía Felisa! ¿Lo dices por tus execrables columnas domingueras en El País, por las que deberías ser, junto al jefe de la sección, claro, compañera de cárcel de la tía Zita? Si la respuesta es afirmativa, entonces cedo mi cuerpo en este instante a cualquier artesano sádico para que dibuje en él con un bisturí un Pollock -puedo garantizarle que no necesitará guantes porque no echaré ni una gota de sangre- y luego se haga un bolso, un cinturón y unas botas a juego. Manolito Gafotas es divertido y envidio tu oído para los diálogos; los guiones que has escrito con Albaladejo, especialmente El cielo abierto, me gustaron, y las otras novelas no están mal. Bien, pero de ahí a descolgarte con estas alharacas, pues media un abismo.
Si a ello le añadimos una intervención esta misma mañana en una tertulia radiofónica sobre el sentido del ridículo en la que prácticamente no ha metido la lengua en paladar sin tener en cuenta el tema que iban a tratar y, lo peor de todo, NADA que decir -yo me pregunto por qué la han invitado; ¿quizá porque su marido es el director del Instituto Cervantes de NY y de alguna manera anfitrión del programa de radio en cuestión, que cruzaba el charco para apoyar los actos programados en esta sede del Cervantes?- , pues entonces comprenderán que me haya puesto a punto de echar las muelas otra vez cuando he leído la frase.
No sería honesto si les ocultara que ya me gustaría a mí estar en su lugar. Así que supongo que mi reacción está ligeramente motivada por la envidia (insana, por supuesto). Ya me gustaría a mí tener la oportunidad de vivir dos años en Nueva York, sin otra ocupación que observar la calle, explorar restaurantes y tiendas y luego contarlo en una columna para que me lean mis amigos, y pasear con ellos cuando vengan a verme. Pero eso no me impide tener ojos en la cara y criticar a los demás cuando lo crea conveniente. Como en este caso de flagrante atrevimiento.
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