Recordaba ayer en casa de unos amigos el momento estelar en que confundí el cine con la realidad. Ocurrió hace cuatro años en la capital del reino. En realidad, yo siempre había querido aplicar a la vida las frases de películas que más me habían impactado:
- ¡A Dios pongo por testigo que nunca volveré a pasar hambre! (Lo que el viento se llevó)
- Quererte de este modo es un delito y estoy dispuesto a pagar por ello. Lo sabía ya cuando te abordé en la discoteca. Es un precio demasiado alto, pero no me arrepiento. (La ley del deseo)
- Sí, ya, pero aquí no dice si este insectida los mata con dolor o no. (Los pájaros)
Sugar: Pero hay una cosa que te envidio.
Jerry: ¿El qué?
Sugar: Que seas tan plana. La ropa te sienta mucho mejor que a mí. (Con faldas y a lo loco)
Presentador: Buenos días y bienvenidos a Hola, seres humanos. Hoy vamos a conversar con, hum, Gregory y Carolina Payne Whitney Smith, que son íntimos amigos de la familia Carter, ¿no es así?
Gregory: Pero somos gente normal, gente corriente y cargada de deudas como ustedes.
Presentador: Con la única salvedad de que la señora Payne Whitney Smith es cataléptica. ¿Me equivoco?
Gregory: Bueno, nosotros no la consideramos cataléptica. Digamos que más bien tranquila. (Annie Hall)
Como ustedes comprenderán, todavía no me he visto en el trance de poder traer a colación en mis conversaciones, de forma natural, alguna de estas y otras muchas frases. Porque lo que es bueno para el cine difícilmente lo es para la vida. Pero un día, sin preparación previa, me vi obligado a pronunciar de forma casi implorante un grito que desde entonces he practicado en otras ocasiones:
-¡¡¡¡Siga a ese taxi!!!!
Ese día me di cuenta de que esta frase tan simple realizaba mi antiguo deseo de aplicar la literatura del cine a la antiliteratura de la vida, aunque en realidad tampoco es para tanto porque en la vida difícilmente se siguen unas a otras las secuencias que son lógicas (en el cine tampoco siempre, la verdad). Andaba yo en disfraz de detective privado (gafas, periódico, chupa negra), cual patrullero Mancuso, siguiendo a una jovencita putumaya baby-sitter de día, candidata a protagonista de un film de Liliana Cavani de noche. Se trataba de verificar cuáles eran sus intereses al margen de la lactancia de la niña que cuidaba, y no porque los padres de la niña tuvieran ninguna prevención hacia el oficio más antiguo del mundo, sino porque la chica se presentaba (o no se presentaba: nunca podías contar realmente con ella) al día siguiente con un esguince o con un ojo a la funerala. El pluriempleo puede estar muy bien como way life americain, pero no cuando tu hija está por medio. Así que seguí a la chica por calles, metros, autobuses y barrios de Madrid que ni siquiera conocía. Y en un momento dado cogió un taxi rumbo a lo desconocido. Así que yo hice lo mismo: me monté en el taxi de detrás como una Carmen Maura engazpachada en Mujeres al borde de una ataque de nervios y pronuncié la frase:
- ¡¡¡¡Siga a ese taxi!!!!
Pero el taxista era muy mal extra. Se volvió, probablemente me rizó el flequillo con una halitosis que todavía me visita en mis noches de pesadilla y me preguntó:
- Pero ¿no sabe adónde va?
- No, si lo supiera, se lo habría dicho.
Y en estos segundos el nudo de carreteras de un barrio de Madrid del que nunca he sabido el nombre se complicó de tal manera que perdí el taxi en el que iba mi chica.
Y en ese momento apareción en la pantalla The end y se encendieron las luces.
Me voy unos días de Brazzaville. Si la corriente es favorable, estaré de vuelta el domingo. Que tengan un fin de semana perfecto.
2 comentarios:
Al final resultó un poco pilingui. Sí.
yo la verdad es que cuando digo una frase de esas me siento un poco frustrado. Siempre es menos de lo que te imaginas.
la vida, en fin...
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