Este es el título de un documental que Agnès Varda dirigió en 2000. Había leído buenas críticas y además una amiga me había hablado muy bien, pero no pude verlo cuando se estrenó. Así que he ido acumulando las ganas hasta que por fin, cinco años más tarde, lo he visto en una proyección cuando menos original: ¡en un ciclo organizado por una asociación de mujeres de un barrio dentro de las actividades de celebración del Día de la Mujer Trabajadora! Me quedé ojoplático.
Y me gustó muchísimo.
Agnès Varda plantea una serie de asuntos que llevan a cada uno a plantearse otros muchos más. La directora se fija en la antigua práctica del espigueo, representada en el arte por Jean François Millet, pero también Jules Breton, Léon L´Hermite o autores más recientes, y recorre Francia para mostrar en qué se ha convertido actualmente y qué simboliza. Y hay mucho que decir. Antes era una práctica que realizaban sobre todo las mujers y en grupo. Ahora es una actividad cada vez más solitaria y masculina. Varda presenta a los principales protagonistas, las regiones en que más se da, la (minuciosa) legislación al respecto, el reciclaje, la actitud moral que representa frente a la cultura del derroche y del usa-y-tira, las modalidades (glanage: recogida de los frutos que suben de la tierra; y grappillage, en el que se recogen los que cae hacia la tierra) y la (débil) armonía que se instala cuando todos los elementos se coordinan... Conocemos a una serie de personajes, muchas veces marginales (y con una relación con la botella que les debe estar haciendo fallar algunos análisis en este momento), y su mundo al margen, unos personajes de los que no oirás hablar fuera de un documental como este. Y todo ello con una exquisita delicadeza.
Y a la vez es una reflexión sobre la (eterna) preocupación humana de la fugacidad del tiempo y de sus estragos, sobre la vejez y sus cicatrices, representada por la propia directora, que aparece como entrevistadora y persona a la que también le gusta recuperar objetos y darles una especie de segunda vida. ¡Se necesita tan pocas cosas para vivir y están a veces tan a mano que no se comprende por qué nos pasamos la vida ambicionando lo que tiene el vecino de enfrente y padeciendo por no poder alcanzarlo!
El documental tuvo una acogida extraordinaria en distintos festivales y entre un público lógicamente muy minoritario por lo que la directora y el equipo rodaron una segunda parte titulada Deux ans après. Allí reencuentran a sus protagonistas y muestran qué ha cambiado en sus vidas desde entonces y el efecto que ha tenido el documental en ellas. También presenta a nuevos personajes que se identificaron totalmente con la primera parte y que sentían que ellos tenían algo que añadir.
Creo que es la película que más me ha gustado en el último año.
Además de todo esto, mientras empezaba la proyección en una sala bastante improvisada, la ambientación musical era la banda sonora de Johnny Guitar, con los diálogos del célebre insomnio de Viena y Johnny:
- Miénteme, dime que todos estos años me has esperado...que estarías muerta si no hubiera vuelto...
Fue una tarde a la carta.
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