Decía el cineasta Néstor Almendros que nunca criticaba a sus enemigos por si aprendían. Yo, en cambio, no puedo decir lo mismo porque no confío en que mis enemigos puedan aprender cualquier cosa. Considero enemigo a cualquiera que escriba un libro malo. Los libros malos me han quitado por lo menos 10 años de vida. Si además se atreve a publicarlo, entonces alcanza una categoría que me hace lamentar que Torquemada ya no se cuente entre nosotros. Porque no podemos permitirnos que los árboles que no se van en la fiebre pirómana de cada verano, se vayan en ambiciosas tiradas de libros mal escritos, a veces de hasta 500 páginas, por mucho premio que los avalen. De hecho, si lo que queremos encontrar en un libro es, como mínimo, una historia conmovedora, divertida, nueva y contada con una sintaxis que no haya que calificar de aberrante, lo mejor es buscar un autor sin ningún gran premio bajo el brazo.
Cervantes dedica el capítulo VI de El Quijote al momento en que el cura y el barbero condenan al fuego los dañadores libros de don Quijote. Esta medida, que debería ser recuperada en el consejo de ministros del próximo viernes, podría ayudarnos a deshacernos de algunos antilibros. ¿Por qué se es mucho más indulgente con la literatura-basura que con la tele-basura? Y si a alguien se le ocurriera sentenciar que somos lo que leemos, ¿qué respuesta obtendríamos? Antes, el antiguo dicho de “Al que no lee, no se le nota, pero se vuelve idiota” animaba a leer, pero, a lo que se ve, han cambiado las tornas y hoy leer según qué cosas es el mejor camino para convertirte en un cafre. A menos que se tenga una naturaleza realmente contundente o se adopten las medidas que más convengan a cada cual para protegerse de la idiocia. Aquí se proponen algunas:
1. Huir de los libros de autoayuda como de la peste, especialmente de los firmados por Louise L. Hay. Frases como “Hoy es otro día precioso sobre la Tierra y vamos a vivirlo con alegría. Escojo pensamientos de curación, pensamientos positivos” deberían estar penados por la ley, si es que no lo están ya, por su contenido, pero especialmente por su forma. Esta huida incluye las hagiografías de personajes mediáticos escritas por sus amigos.
2. Por muchos millones de personas que, engañados por alguien que se decía amigo y nos lo regaló, hayamos leído El alquimista, eso no quiere decir que nos hayamos tragado ese mondongo. ¡Es una engañifa infecta! Por favor, Paolo, ¿por qué no trasladas los mismos altos sentimientos a bodegones de petit-point? Podrías llenar un hangar con ellos. Si no se tiene nada que decir, lo mejor es callarse. Si pese a ello, se está obligado por contrato a publicar un libro, siempre se puede publicar un dietario que el público puede rellenar en sus ratos perdidos.
3. De todo lo visible y lo invisible es un libro que no debería haber sido publicado. Es más: no debería haber sido ni concebido ni escrito. No hay árbol que merezca la tala para difundir una historia a la altura de los Grandes Temas de conversación, a saber, el estreñimiento, el tiempo y el convertidor de euros. Durante los 10 días que tuve el libro entre mis manos, padecí vértigos y muchas ganas de dar una bofetada. Antes preferiría beber la cicuta que leer otro adoquín de su autora.
4. El ínclito Enrique Herreros escribió un libro por el que debería haber pasado una temporada a la sombra. Probablemente, sobre los responsables de la editorial pese una denuncia por delito ecológico: no es, desde luego, para menos. El libro prometía en su título anécdotas de cine, pero lo que encontramos en su interior solo es un ajuste de cuentas de muy dudoso gusto con Garci y Saritísima, una inquietante mezcla de complejo de Edipo-Electra concentrada en el padre del autor, homofobia fácilmente interpretable, machismo, clasismo y unas fotos ridículas que incluyen una radiografía de la cabeza de la Montiel. ¡Chúpate esa, Teresa Viejo!
5. La última medida quizá pueda parecer un atentado a la libertad de expresión, pero no lo es en absoluto: que me encargaran a mí elaborar un Índice de Libros Prohibidos. Todos los libreros me estarían eternamente agradecidos porque así les quedaría espacio para exhibir los títulos realmente interesantes, que no tienen por qué ser necesariamente una novedad. Si no, una brigada ciudadana que se encargara, como en Fahrenheit 451, de requisar los títulos que no alcanzaran un determinado nivel de calidad. Sería una medida popular por su repercusión en los índices de población activa y en la salud de nuestros bosques.
sábado, abril 09, 2005
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1 comentario:
Totally agree(pina)! Sí, sí, sí.
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