sábado, abril 30, 2005

Franqueza

- Y este es mi tío Angelopoulos.
- Encantado, dije sin que me diera tiempo a ensayar una pose digna de una revelación como la respuesta a la pregunta que a Eric Berne le exigió un libro de unas 300 páginas, ¿Qué dice Vd. después de decir hola?
- Ya verás que no soy tan malo como dicen.
Acto seguido fuimos a comer a un paraje troglodita de gran belleza. Y dentro de una de esas cuevas, me reveló con toda franqueza otros propósitos, la cara B de la pregunta de Berne:
-A mí no me interesa acogerme a ningún tipo de subvención europea porque en este negocio me interesa invertir un 50 % en negro.
-Le advierto que yo podría ser inspector fiscal. No se crea que a mí puede callarme con una comida. Recuerde La cena de los idiotas.
Pero entonces miré por la ventana y descubrí un gran desierto que hizo las delicias de Sergio Leone en los 60. Y seguí comiendo y respondiendo a preguntas sobre si yo también había sucumbido a la moda de los divorcios.

jueves, abril 28, 2005

A favor de la sobreactuación

Sé que cuando Marisa Paredes sobreactúa -que es prácticamente todas las veces que sale de su casa, acuda o no a un plató de cine- todo el mundo se le echa encima y la pone como a una bayeta. Pero los años -y sobre todo las afrentas que se me presentan cada día en mi vida cotidiana- me han enseñado que no solo no está equivocada, sino que ese es el verdadero camino. ¿La sobreactuación?, se preguntarán Vds. con muy buen criterio, como siempre, y un comprensible cierto escándalo. Pues sí; llámenlo sobreactuación, actuación, ausencia de espontaneidad, horror a todo lo que huela a natural y fresco, etc. Creo firmemente que el mundo iría mucho mejor si todos tomáramos unos cursillos acelerados de arte dramático en una buena escuela, si tuviéramos un buen guionista de cabecera y si repasáramos el guión antes de salir de casa. La sobreactuación nos ahorraría tragos como los siguientes:
1. Observar, escuchar y soportar a un grupo de universatarios -que debería estar sin duda en el kindergarden más próximo trabajando la pasta de papel- mientras canturrea Algo se muere en el alma con cualquier excusa, en este caso la ausencia de un profesor. Si alguien quiere cantar, bien: no me opongo. Pero que lo haga cuando entre él y yo medie una montaña, un océano o unas cuantas constelaciones. Si no se da el caso, entonces que haga play-back.
2. Querer captar eso tan horrible llamado el momento sacándote una foto sin darte ni tiempo a persignarte. Ni maquillaje, ni luces, ni filtros, ni nada. ¡No hay derecho!
3. Carteles como éste: "Churrería de trauma. Habrimos todas las noches de cruces". ¿Se trata de una estrategia publicitaria? Entonces podrían haber rizado el rizo, aunque no sé muy bien cómo. ¿Havrimos? Pero los sintagmas nominales también encierran un gran poder de persuasión: ¿Churrerías que provocan traumas? ¿O quieren decir que los traumas -de la gente, se entiende- son un churro, vamos, que ni son trauma ni nada? ¿Y cuáles son las noches de cruces? ¿Las que están marcadas con una cruz en un calendario? No sé cómo interpretarlo. ¿Soy analfabeto por ello? Lo más seguro es que la churrería sea una tapadera y la leyenda, una contraseña para avisar a alguna mafia internacional de que todo está despejado.
4. O frases como "Y hay una parte de la playa de Las Palomas que... vamos a decirlo con todas sus letras: es una playa de maricones..."
Ay, mirad, por favor, si esto es lo más interesante que me vais a contarme, al menos adscribíos a algún género teatral, decídmelo en plan Medea, Fedra o como queráis, pero no toméis aire justo después de que. Me parece de muy mal gusto.
Y junto a todo esto, tengo que aguantar a un chulazo que se dice cerrajero -y por lo que se ve, reconvierte las cerraduras que quita en anillazos y cordones para el cuello- y que cuando le llamo la atención para que termine su trabajo en mi casa, en mi puerta y en mi cerradura antes de ponerse de palique con el vecino de enfrente, empieza a rascarse salvajemente los huevos y me dice "Tú no furulas bien". O sea, que para tratar con este cafre de esta naturaleza tengo que tener a mano el diccionario de argot de Los Latoneros Ilustrados y luego dejarme atracar por un módico precio de 240 euros. Eso, o una velada amenaza con la llave inglesa.
Me gusta la sobreactuación, pero tengo que admitir que en este caso es un pelín excesiva.

miércoles, abril 27, 2005

Pepi la visionaria

Me declaro un fan apasionado de Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón, la primera película de Pedro Almodóvar. Me encanta porque siempre me divierte y me parece que cuenta tantas cosas, aunque muchas sean mentira, que la hace única. Y muchas cosas de ellas, 25 años más tarde, todavía nos parecen ciencia-ficción. Otras sencillamente ya no tienen razón de ser: ya no podemos ser modernos reproduciéndolas. Es una película totalmente carente de la idea de culpa, pecado o represión. Es la película ALEGRE por excelencia, una celebración de la vida. Irreverente, transgresora, atrevida e incluso visionaria, y todo ello sin el menor afán de escandalizar. Almodóvar solía decir que el escándalo no estaba en sus películas, sino en el ojo del que las veía (y quería escandalizarse). También que una película que concentra tantos defectos técnicos al final se convierte en pionera de un estilo cinematográfico.
De vez en cuando, veo esta peli y me produce una alegría inmediata. Me debe de haber ahorrado unas cuantas visitas al psiquiatra a un precio irrisorio.
Bueno, pues me he acordado de ella a propósito de la aprobación en el Congreso de los Diputados de la ley de matrimonios gays. Me he dicho: "¿A qué viene este rechinar de dientes por algo que a mí no me parece una novedad? Yo ya lo he oído en algún sitio. Y bastantes veces, además. Pero ¿dónde?". Y de pronto he caído en la cuenta: es el final de la película que Pepi va a rodar con Luci y Bom como protagonistas, dentro de la película Pepi, Luci. Bom... "¡Claro! ¿Cómo no me había dado cuenta?"
Al final de Pepi..., Luci, la masoquista, abandona a Bom y vuelve con su marido, el policía que viola a Pepi al principio de la película y que al parecer ha decidido darle caña a su mujer. Así que Bom está bastante dolida y Pepi trata de animarla preparándole a las cuatro de la mañana un plato de bacalao al pil-pil. En la cocina de Pepi, hablan de todo, de que con una masoquista no sabes a qué atenerte, de que lo peor es acostumbrarte, de que en la cama puede ser increíble, a pesar de la pinta de mosquita muerta que alguien tenga, de cómo evolucionan los gustos, etc. Y Pepi le cuenta el final que había ideado para su propia película -metacine-:
"Lo tengo todo pensado. Tú y Luci os casábais, las dos de blanco, claro, y yo tenía un hijo del policía. Y el día que salía del sanatorio, os lo llevaba como regalo de bodas. Porque claro, vosotras ya habíais formado un hogar. Pero no sé, me gustaría algo más realista".
Pues nada, Pepi: 25 años más tarde tu final es perfectamente realista. Fuiste una visionaria. El futuro ya está aquí. ¡Enhorabuena!

martes, abril 26, 2005

La opinión de España

16:43 de un lunes. Ding, dong.
- "Perdona que te moleste. ¿Tienes por casualidad entre 55 y 64 años? Es que estoy haciendo una encuesta para conocer la opinión de España y estoy buscando a un hombre de entre 55 y 64 años. Pero no encuentro a ninguno.
-¡!
- ¿Quién vive allí enfrente?
-¡!
- Pues como me harte, le digo al de la tienda de mascotas que me responda, aunque no sea de este edificio, y le dan por saco. Porque esto es horroroso. ¿Por qué tiene que ser de entre 55 y 64 años? Y además hombres. ¿No sabes de nadie en tu edificio? Yo no sé para qué me sirven mis títulos ni mis prótesis dentales. Para andar tirada en la calle preguntando la opinión de España a gente que al parecer no existe. Peluquería es lo que tendría que haber estudiado con las manos que yo tengo. Oye, ¿a ti te molestaría responder como si...? No, claro, llevas razón: esta encuesta no tendría ninguna validez. Pero yo creo que en la vida hay que tener imaginación, incluso para sacar conclusiones de una encuesta. Bueno, gracias por atenderme. Y perdona, que me enrollo y tú tendrás otras cosas que hacer. Lo voy a intentar allí enfrente... Gracias, ¿eh?"
Bueno, pues esta es una opinión cualificada de España: mientras la guillotina no vuelva a nuestras vidas, la peluquería no solo es el presente, sino también el futuro.

lunes, abril 25, 2005

Libros II

Hay muchas razones para consultar o revisar los libros leídos. Con frecuencia solo se trata del placer de recuperar con precisión una frase. O varias. Pero a la vez que esas frases que por alguna razón nos gustaron, recuperamos también una parte de nuestro pasado, un momento placentero que quizá ya habíamos olvidado.
Tengo la costumbre de leer con lápiz y de anotar en los márgenes o al final del capítulo. Y también olvido al acabar el libro sacar lo que quiera que sea que me haya servido de separador. Así que cuando vuelvo a abrirlo también aparece una variedad de formas en papel que fueron marcando la lectura y que también cuentan una historia.
¿A qué (anti)libro pueden pertenecer las siguientes notas al margen:
1. Atroz;
2. Atroz;
3. ¿Cuáles?
4. ¿Quién ha traducido esto? Bueno, da igual: el original ya es bastante abyecto.
5. Sí, seguro;
6. No doy crédito ("La vieja debía de ser realmente gitana, porque los gitanos tenían fama de ser un poco tontos", pág. 29);
7. ¡Qué literario! (¡Qué extraña es África!);
8. ¡Viva la literatura! ¡Y la filosofía!
9. Espiritualidad ovejil; y
10. Eso sí que es profundo?
Sí, lo han acertado: a El Alquimista, un libro con el que podríamos recuperar el gusto por la chimenea en el próximo invierno. Como combustible, claro.
Pero normalmente recupero recuerdos y lecturas mucho más agradables. Afortunadamente.
Mi amiga María de Rumanía me regaló Los perros ladran de don Truman Capote, y me lo leí en un paraíso del Índico. Recupero su dedicatoria y el gusto con que lo leí, unos días en la playa y otros a una respetuosa distancia del volcán. Me encantó sobre todo el relato más largo, Se oyen las musas (1956).
"- Míralo desde este punto de vista, Delirio -dijo la señorita Thigpen, buscando una frase confortadora-, piensa que serás la única persona que haya ido a Rusia sin abrigo.
- Hay otra cosa que también es única, y nos afecta a todos -dijo la señorita Ryan-. Y no solo única, sino de locura. Quiero decir que estamos aquí, rumbo a Rusia sin nuestros pasaportes. Sin pasaporte, sin visado, sin nada".
Iba leyendo este libro el día en que conocí al Ángel que iba a guardarme durante toda mi estancia en el Trópico de Capricornio. También a él le encantó este libro. Dentro, encuentro una programación del cine local para la semana del 17 al 23 de abril de 2002. La única película que me interesó ver fue Amén, de Costa-Gavras.
En las Máximas de La Rochefoucauld encuentro una tarjeta roja ocupada entera por este sintagma nominal sujeto: "Las cartas de amor...". Y al final, 20 líneas más abajo, podemos leer el predicado: "... pueden ser ridículas, pero los que nunca han escrito cartas de amor son realmente ridículos". Bueno. No es una frase del noble francés emparentado con la hada Melusina y los reyes de Chipre y Jerusalem, pero no está mal. "Ningún disfraz podrá ocultar el alma donde esté, ni fingirla donde no exista".
Otras veces entre los libros encuentro una reseña de prensa a propósito de su publicación. Por ejemplo en El padre de Frankenstein de Christopher Bram encuentro la reseña aparecida en La Vanguardia, en la que, como en la magnífica adaptación que hizo Bill Condon, citan a Elsa Lanchester y a George Cukor, a quien estoy deseando descubrir en detalle. También este libro fue un regalo de cumpleaños.
En Nuria Vidal: El cine de Pedro Almodóvar -remárquese que la autora también forma parte del título en un tropo todavía sin nombre; quizá insólito autobombo salvaje- encuentro una dedicatoria: "Vipère, pronto iré a tu tierra. No hace falta que lo leas entero; es muy gordo. Besos, P. Almodóvar". También una foto del director en la entrada de algún edificio de lustre porque detrás se ve un elegante portero de alto copete (o birrete). Y tres entradas para El último harén,
de Ferzan Ozpetek, que vi con María, pero no recuerdo quién fue el tercer acompañante.
En fin, todo esto y mucho más viene a la memoria y al corazón con solo bucear unos instantes entre nuestros libros. Pruébenlo y verán qué agradables sorpresas se llevan.

domingo, abril 24, 2005

¿Conque quiere ser Papa?

Bueno, pues al final todo se sabe y es mucho más sencillo de lo que se creía. El Cónclave para la elección del Papa duró apenas quince minutos, lo que se tarda en rellenar un sencillo test y verificar las soluciones; pero tardaron -eso sí es cierto- algo más de 24 horas en lograr arreglar la reliquia de chimenea para obtener la fumata blanca. En fin, un leve imprevisto de logística.
Ha trascendido -y así se puede relatar- que no hubo tales deliberaciones para elegir el más representativo entre tanto color púrpura. Todos disponen de unos lavanderos que saben al dedillo lo que tienen entre manos. La única diferencia ha sido que Ratzinger conocía todas las soluciones al test que tuvieron que rellenar los papables. Ahí está el qui-quae-quod de la cuestión. El test lo pueden consultar en el imprescindible libro de Fran Lebowitz Vida metropolitana. Pero si no lo tienen a mano, con mucho gusto yo lo copio aquí para Vds. para que vayan entrenando. Porque dentro de pocos años asistiremos a una nueva edición circense.
GUÍA VOCACIONAL PARA TIPOS REALMENTE AMBICIOSOS, by Fran Lebowitz
¿Conque quiere ser Papa?
Se trata de un puesto tradicionalmente reservado a los varones. Las mujeres interesadas en este tipo de trabajo deben de tener en cuenta las casi invencibles dificultades con que habrían de enfrentarse. También aquí la religión desempeña un papel importante, de modo que, si se tiene alguna duda, lo mejor es optar por algo un tanto menos restrictivo.
1. Lo que más me gusta es hablar...
a) Por teléfono
b) En la sobremesa
c) Desenfadadamente
d) En privado
e) Ex cátedra
2. De los que siguen, mi nombre favorito es...
a) Muffy
b) Vito
c) Ira
e) Jim Job
d) Inocencio XIII
3. La mayoría de mis amigos son...
a) Intelectuales de izquierda
b) Mujeres sin compromiso
c) Gente con alcurnia
d) Chicos corrientes
e) Tipos fetén
d) Cardenales
4. Todos los caminos llevan a...
a) Bridgehampton
b) Cap d'Antibes
c) Midtown
d) Tampa
e) Roma
5. Complete las siguientes frases o expresiones con perro:
a) Cansado como un ...
b) Día de ...
c) ... ladrador
d) Ladra como un ...
e) ... infiel
6. Mis amigos me llaman...
a) Stretch
b) Doc
c) Toni
d) Izzy
e) Sumo Pontífice
7. Para las grandes ocasiones prefiero ponerme...
a) Algo sencillo, pero elegante.
b) Un modelo de Halston
c) Un pijama de dormir.
d) Roquete y mitra.
8. Me sentiría seguro sabiendo que tengo...
a) Dinero suficiente
b) Un buen sistema de alarma
c) Un gran perro
d) Una póliza de seguros
e) La guardia suiza
9. Cuando me siento insatisfecho por haberme dejado llevar por algo...
a) Hago una dieta baja en hidratos de carbono
b) Leo a Emerson
c) Hago cuarenta largos de piscina
d) Me pongo a partir leña
e) Lavo los pies a los pobres.
Y no hay más misterio. Ya ven, se trata de un test que no presenta mayor dificultad. Por eso, Ratzinger pudo anunciar, sin que le temblara el pulso, al responsable de un albergue de León que él -y no otro- sería el futuro Papa Benedicto XVI. ¡Ya tenía incluso elegido el nombre con el que sería conocido: todo un previsor! Al parecer ese verano, Ratzinger hizo el Camino de Santiago y pernoctó allí. La estancia debió de ser agradable y al final de sus vacaciones envió a este señor una tarjeta fechada el día de mi cumpleaños del año 2000 en la que le expresaba en español sus mejores deseos. La única peculiariadad era la inocente aposición que acompañaba a la firma, "futuro Papa Benedicto XVI". Por supuesto, al responsable del albergue le ha faltado tiempo para mostrar la tarjeta a los cuatro vientos.
Así que todo lo que hubiera excedido los 15 minutos que, en rigor y Deo Gratias, duró el Cónclave, me habría parecido parte de una obra de teatro escrita por Gustavo Pérez Puig.

sábado, abril 23, 2005

Justicia poética

Ring, ring, ring... -¿Sí? -Mira, ¿cuál es mi número de móvil? Estoy en la comisaría. Es que me han robado el bolso. - Ay, vaya. Es 939 939 393.
- (A los policías) No, no, no. Vds. me tienen que llevar a casa. ¿Y si esa gentuza me está allí esperando. (A mí). Tú fíjate: He salido del curso de psicoanálisis, me he tomado unas cañas y han pasado dos chulos muy bien vestidos y me han robado el bolso.
-Bueno, no pasa nada. Lo importante es que no te han abierto en canal con una faca. Eso pasa todos los días y hoy te ha tocado a ti. Ya está. Tranquilízate que no tiene la menor importancia.
-Es que la culpa la tiene...
-Sí, el presidente del Parlamento andaluz, Manuel Chaves, Zapatero y los otros.
-Pues sí, y el señor del bigote...
-¿Tomás de la Cuadra Salcedo?
- Pues sí, todos ellos. Bueno, tengo que colgar, que estoy en la comisaría. (A los policías) Si hay coche, como si no hay coche, a mí me llevan a mi casa o paso la noche con Vds. aquí.
(...)
-Estoy abajo en el portal. Baja a abrirme, por favor. (...)
-Ah, pero ¿te han hecho algo?
-Claro. Iban en una moto y me han arrastrado por lo menos 5 metros. Porque yo no estaba dispuesta a darles el bolso así como así. Pero me he dado cuenta de que o lo soltaba o me sacaban el brazo.
-Bueno, en esa tesitura, yo habría hecho lo mismo. El brazo te hace más falta.
-La verdad es que la policía se ha portado fenomenal. Uno incluso me ha dado su teléfono porque al parecer tenemos una amiga común.
-Pues mira, ya sabes que soy partidario de ampliar el círculo social casi a cualquier precio.
-Ahora, para mí esa gente merece que le corten las manos. Vamos, que se mueran, que se estrellen con la moto o que se pasen muchísimo con una dosis de heroína adulterada con sosa cáustica. Me da igual si voy al infierno.
- Mujer, ¿porque te hayan robado el bolso van a tener que morirse? Tú tranquilízate, que no pasa nada. ¿Quieres una tisana?
- Bueno. Es que yo no les he hecho nada. Me han robado las llaves, el móvil, la agenda, el libro de Letrahora, el artículo del otro día, mis apuntes, la cartera... No hay derecho a que yo tenga que tomar un taxi para volver a mi casa a las doce de la noche. Supongo que tendré que cambiar la cerradura. A pique he estado de dislocarme el brazo o partirme la rodilla.
-Es la primera vez que te pasa en 50 años. Si te vuelve a pasar dentro de otros 50, pues mira...
-Es que tengo un veneno dentro. Se me ha acercado un aparcacoches zarrapastroso y me ha preguntado que si me habían robado. Y yo le he dicho: "Pues sí, y no precisamente gente mugrienta como tú, sino dos niñatos en una motazo. Luego pensamos que sois vosotros los que subís las cifras de delincuencia urbana. Y no es cierto. Las apariencias engañan". Estoy supernerviosa. No me sabía ni mi propio número de teléfono. No sé ni cómo me he acordado del tuyo.
-Bueno, para que no te acuerdes de tu número, no hace falta que vivas un episodio de violencia urbana.
-No, pero si me concentro al final lo saco. Y esta noche no he podido. ¿Tú tienes un juego de llaves mío, no? Me voy a ver si llego antes que ellos y les echo una sartén de aceite hirviendo encima. Me iba a quedar más a gusto... Que se atrevan a venir a mi casa, que les voy a dar de su propia medicina.
-Pero mujer, solamente te han robado el bolso. No es para tanto. Pues no sé qué les harías a los tratistas de blancas...

viernes, abril 22, 2005

Jane B.

Adoro a Jane Birkin. Ahora mismo estoy escuchando una canción de su disco Arabesque, sus canciones más conocidas del repertorio de Serge Gainsbourg con arreglos arabizantes a cargo de Djamel Benyelles. Cuando salió este disco, me encontraba en París y allí lo escuché muchas veces en casa del Sol de París que puso en mi vida color y calor en medio de aquel frío paralizante. Desde entonces, cada vez que lo escucho, me devuelve los mejores momentos de aquel tiempo, y el frío no aparece por ningún lado. Y me dan ganas de decir: "Jane, je t'aime".
Pero sé que ella ni siquiera responderá "Moi, non plus".
Con este disco, Jane logró liberarse -una década después de la muerte de Serge- de la vampirización de su Pigmalión, a quien le debe en gran medida el lugar que ocupa en las oraciones -al final, una semana tan papal tiene que salir por algún sitio- de los franceses. A pesar de su chauvinismo y a pesar de que Jane sigue hablando el francés a su manera y para ella los géneros de las palabras son una cuestión digamos menor, digamos inexistente, una cuestión de la que solo tiene obligación de ocuparse gente como Umberto Eco. Ese viejo acento británico que arrastra desde 1969 y esos errores gramaticales son parte de su encanto e incluso diría que son cultivados como armas de seducción y de coquetería.
Arabesque la llevó de gira por todo el mundo durante dos años. Japón, Brasil, Israel, España también -3 conciertos-, etc. Ella contaba en una entrevista que cuando iban a tocar en Tel Aviv todos estaban muy nerviosos. ¿Cómo iban a ser recibidos allí los músicos magrebíes y estas canciones? Al parecer todo salió como la seda.
En realidad, yo no he escuchado apenas la versión original de estas canciones; conozco bien sus versiones arábigo-andaluzas y me gustan mucho. En medio de Comment te dire adieu, Jane agradece el trabajo a sus músicos y colaboradores, y al público su asistencia, y me emociona cuando dice: "...Et je voudrais remercier quelqu'un. Oué, oué. Je voudrais remercier un ange parce que je pense que j'ai un ange, à moi, et elle s'appelle Gabrielle, et c'est grâce à elle si tout cela a pu se passer. Ange Grabielle, merci! Et vous tous. Merci! Merci! C'est si joli de vous voir!" Ella se emociona al decir estas palabras, casi al final del disco, grabado en directo, y yo también con ella. Así que muchas gracias, Jane.
Este disco la volvió a colocar en lo alto -la promoción y la gira debieron de ser agotadoras- y le permitió cerrar el capítulo de la sombra de Serge. Pero además le sirvió para concretar su siguiente trabajo, un alegre disco de duetos con viejos y nuevos amigos que había cosechado durante la gira. Françoise Hardy, Brian Molko, Caetano Veloso, Manu Chao, Michey 3D - me encanta esta canción gamberra, Je m'appelle Jane et je t'emmerde. Toi, tu ne t'appelles pas Tarzan. Tu t'appelles Mickey, je t'emmerde. Moi, je ne m'appelle pas Minie- Miossec, Alain Chamfort o Yosui Inoue, con quien canta mi canción favorita, Canary, canary.
En fin, Jane, eres divina.

Antimúsica

En general, soy muy agradecido para la música. Me gusta casi todo. Bueno, casi todo, excepto esos discos que frecuentemente encabezan las listas de los más vendidos y que yo creo que deberían integrarse de alguna manera en la jurisprudencia española para que la gente pierda esa tendencia (malsana, seguramente) de provocar a las autoridades para que los encierren en la cárcel: "Y por su último incendio, pasará en prisión cuatro años, seis meses y 48 horas; ni una más. Que en la cárcel hay mucho ambiente es un mito, se lo advierto. Yo al menos no lo he percibido. Y esas cosas se perciben. Porque los jueces tenemos un sexto sentido. Así que esta condena, si lo desea, es conmutable por, pongamos por caso, seguir la gira de conciertos íntegra de Alejandro Sanz. O peor, asistir a todo el proceso de elaboración de un disco (que podría direccionar hacia su propia yugular y hacer algo realmente bonito) de Bustamante, con esas letras, esas coreografías, esa antiestética, esa garrulez y esa adiposidad. Vd. decide; es muy dueño. Pero personalmente prefiero la cárcel. Y no es por vicio. Queríamos desmasificar las cárceles ofreciendo esta alternativa, pero al final la medida está haciendo aguas porque se está volviendo contra el personal psiquiátrico. ¿Qué elige? ".
-La cárcel, acabáramos. Para una vez que logro que me manden allí... Si me condenaran a escuchar a esos dos o a tantos otros, antes preferiría trabajar en una mina de sal de sol a sol.

miércoles, abril 20, 2005

Libros I

Resulta patético reconocerlo, pero la vida no es precisamente un constante carnaval -a menos que añadamos, como complemento del nombre, de horrores; entonces, sí-, un día de fiesta sin fin, una eterna borrachera de belleza, un mundo feliz aldouxiano. No. No hay más que abrir el periódico y leer los titulares. No hay más que salir a la calle y cruzarse con algunas de las personas con las que yo me cruzo a diario. Así que mi patetismo solo es otra pieza más del patetismo general. Y, aunque resulte paradójico, mi patetismo al final me está reportando un cierto alivio. Es aquello de hacer de la necesidad, virtud.
Desde hace unos meses, cada noche tengo un atractivo compañero de cama que no me abandona: un libro. Me permite toda la promiscidad que sea capaz, limitada únicamente por mi velocidad de lectura. Antes cuando apagaba la luz para dormir, solía dejarlo en la mesilla. Pero un día se quedó por casualidad a escasos centímetros de mi cara, y ahora cada noche lo dejo sobre -o bajo- la almohada, a mi lado. Y así todas las noches duermo acompañado. Probablemente, no sea lo ideal, pero por el momento me vale. El libro no se mueve nada y yo debo moverme muy poco porque apenas nos molestamos. Dicho esto, el otro día Chéri de Colette, una estupenda edición en cartoné y en letra XL, me clavó una esquina en un costado y me desperté con una marca que no era producto de un exceso de pasión. No me había dado cuenta de que Monsieur Peloux no estaba dispuesto a llegar tan lejos conmigo. Él se lo pierde. En estos momentos, el rey de mi cama no es Lorenzo Lamas, sino Michel Tournier. Y mi amiga María de Rumanía ya me ha hablado maravillas de su último descubrimiento, que debe de ser un volcán: Muriel Spark. Gracias, María.

martes, abril 19, 2005

Uña y esmalte

Bueno, pues habemus papam. De hecho, con el mismo lote, habemus etiam canem, hostem y largo etcétera. Permítanme que no me ponga a dar saltos de alegría, ni salga a la calle chillando como las locas. Permítanme que no queme mis cuatro muebles para hacer una simbólica fumata blanca en mi edificio. Los bomberos no lo entenderían. Me quedaré en mi casa e intentaré abstraerme de todo este circo, en el que desde que Ángel Cristo está de capa (de lentejuelas) caída, ya apenas confío. Yo creo que si me cubro la cabeza con un trapo oscuro y me encierro en una habitación con la luz apagada, seguramente lo lograré. Es un claro indicio de que no quiero que se me moleste, ¿no? Hasta ahí, hasta lo más profundo de mi intimidad, no puede llegar esta especie de ventrílocuo de ego desmesurado.
Por fin ha logrado el papel estelar en la obra de la fiesta de fin de curso. De ahí su sonrisa. (Inciso apreciativo: hay que ver qué capacidad para recuperarse del viaje sin retorno de su compañero más íntimo, ¿no les parece?). En realidad, todos sabemos que era quien movía los hilos de Vaticano City desde hace la intemerata. Ahora ya puede hacerlo en planos de cuerpo entero. Además así podrá enseñar su colección de casullas de fantasía.
En el periódico dicen que es un hombre sencillo. Por eso ha elegido un nombre sencillo. Juan Pablo III -teniendo en cuenta a quién tenemos delante- habría resultado demasiado rimbombante. Su sencillez también la ha confirmado una monja de la Caridad, sor Rosa (de Luxemburgo), que pasó 10 años en el Vaticano, al servicio del anterior Papa. Sor Rosa dice que no tenía servicio personal, que es un hombre austero y que podía atender a los medios de comunicación en la puerta de su casa ataviado con una gorra. Sor Rosa, por favor, ¿podría precisar? ¿Quiere decir, acaso, ataviado ÚNICAMENTE con una gorra? En fin, casi prefiero no saberlo. En cualquier caso, ahora podrá sustituir la gorra por una tiara de diamentes. Total, si el apocalipsis que augura está tan cerca, esta es la mejor ocasión para que las luzca, ahora que lo verá todo el mundo.
El otro detalle que voy a resaltar hoy -de aquí me voy derecho a la maison de repos, y después no respondo de mí- nos habla de su proximidad al anterior jefe de la Iglesia. ¿De cuánta proximidad estamos hablando?, se preguntarán las mentes más aquejadas de insania. Bien, yo les responderé: estamos hablando de una proximidad solo comparable a la de la uña y el esmalte. Es decir, que lo compartieron todo: el peinado, el sastre, los anillazos, las bandas púrpura con más lentejuelas, probablemente algunos chicos, etc. Es decir todo, T-O-D-O.
Yo creo que lo mejor será que me lleve a la maison de repos mi tela negra tupida y que les pida alguna celda especialmente siniestra, tipo el cuarto de las ratas. Es lo que mejor representa mi espíritu en este momento. Pero antes me despediré con una idea sacada de una novela de mi amiga María de Rumanía: Si algo es susceptible de cambio, lo hará a peor. A las pruebas me remito.
Creo que esta idea también cuadra con una frase de Montaigne que escuché esta mañana. Con ella les dejo hasta mañana. Descansen, si es que pueden.
"Más que abandonar los vicios, lo que hacemos es cambiarlos por otros, y en mi opinión para empeorar". ¿Qué más podría decir yo?

lunes, abril 18, 2005

Por qué soy artista (alternativo, por supuesto)

Soy artista porque:
1. Mantengo una furiosa relación de tú a tú con la pinza depiladora: la pinza y yo, dos extremos de una misma relación, ¿verdad que sí, carne-de-casting-y-si-hubiera-Dios-también-de-presidio?;
2. Me niego a que ningún espejo de casa me diga lo que tengo que ponerme, o más bien, lo que NO tengo que ponerme, bajo ningún pretexto, bajo ningún ángulo, bajo ninguna luz. Si el espejo dice que con mis caderas no es acertado ponerse una falda de punto naranja intenso, sobre un pantalón de punto naranja intenso, con una sudadera naranja intenso a juego con unos pendientes que representan dos bolas de fuego naranja intenso (que deberían quemar un pelo teñido por mi peor enemigo), yo miro a otro lado, por ejemplo, la pantalla del móvil.
3. Considero que masticar chicle en clase con la boca abierta, justo después de decir "... y al final somos nosotros los que nos comemos el marrón", representa un desafío y una revolución en las normas más elementales de educación.
4. Cuanto más demuestro mi aversión al agua, mejor aporreo los bongos en una plaza pública en la que merecería ser lapidado. Hay una relación proporcional entre los dos términos que Bob Marley ni siquiera sospechó. ¡Y fijaos adónde llegó!
5. Los piercings aumentan mi sensibilidad, sobre todo la artística y la clitórica. Contabilizo 18 distribuidos a lo largo (y ancho) de mi cuerpo y, además, me parece un apasionante tema de conversación.
6. Opino que hablar sin la menor propiedad y no esforzarse en articular en realidad es una forma de justificar y enriquecer la variada casuística de la filología, hispánica en este caso.
7. Practico el arte de escupir hoy en día en plena calle, incluso cuando pasan transeúntes, lo que equivale al existencialismo sartriano de los 60. ¿Soy yo el único en haber llegado a esa conclusión? Cuando no tengo ganas de escupir, tiro las cáscaras de las pipas de girasol donde me da la gana, y viene a ser lo mismo.
8. Me quedo escribiendo hasta las 4 de la madrugada versos que hablan de las sensaciones que experimenté mientras esperaba la cola en el banco para pagar la matrícula. Me faltó un porro bien liado para dejar listo el poema.
9. He convertido mi pelo en un lienzo, alcanzando en alguna ocasión la categoría de arte figurativo. Se creen los propietarios de las tiendas de material de bellas artes que pueden arredrarme a mí.
10. Mi película favorita es El dentista 2, empatada últimamente con The ring 2.
11. Por estas razones y por un millón más, me considero un artista alternativo en toda regla. Y todo lo demás es basura.

domingo, abril 17, 2005

OT con la escoria de la sociedad

Sería el mundo freak reconvertido en estrellas de la música, la danza, el teatro, la televisión y la pasarela, que al parecer es lo que quiere ser todo el mundo hoy en día. Tendríamos a:
1. Pepi López Marinero, malagueña, 46 años y un pasado de droga, miseria y prostitución. Le faltan tres dientes y tiene unos cuantos tatuajes execrables (Obús y una pantera). Cuatro pelos recogidos en una sobrecola, fan de los pantalones de pitillo y de la bisutería, uñas comidas, muy delgada. A ella lo que le gustaría es ser la nueva Jeannette.
2. Concha Jiménez Andreu, barcelonesa hija de charnego, cocinera en un colegio de monjas, jubilada por depresión, momento a partir del cual engordó más. Ella lo que quisiera es presentar un programa de televisión como Esta es mi historia.
3. Ramón Bolívar Bolívar, agricultor granadino con ganas de recorrer mundo y comprobar si todo lo que sale en la televisión es verdad. Él es su propio mecánico: le gusta desmontar y montar su maquinaria agrícola, lo sabe todo sobre las perdices y los animales de la comarca. Está casado y tiene dos hijas, una de las cuales acaba de empezar Información y turismo en la Universidad de Granada. Su hija es su principal fan y quien más lo ha animado a que se presente al casting. Su modelo de cantante es Juan Pardo (y antes, cuando tenía pelo, José Luis Rodríguez el Puma).
4. Faustino Gómez Blanco, jubilado viudo de una alemana. Se ha presentado a las pruebas porque quiere explotar el humorismo que todo el mundo le reconoce. Volvió a su pueblo manchego a mediados de los 90 cuando enviudó. Pidió la jubilación anticipada en la fábrica de coches en la que trabajaba a unos 50 kms. de Stuttgart. Sus hijos y sus nietos siguen allí y no tienen la menor raíz con España. De hecho, los nietos ni siquiera hablan el español. Afortunadamente, cuando volvió sus hermanos le abrieron los brazos. Él quisiera probar como el sucesor de Luis Aguilé.
5. Tras 25 años en un convento, Araceli colgó los hábitos, se sometió a una inseminación artificial y tiene trillizas. Hija única y perteneciente a una familia adinerada, al fallecer los padres heredó un piso de doscientos metros en plena plaza de Las Tendillas en Córdoba que primero llenó de gatos y luego con las tres hijas. Siente rendida admiración hacia Karina, pero cree que también podría dar el pego como Françoise Hardy porque el francés se le da à merveille. Me interesa hablar de toda esas personas que no salen en Corazón de primavera ni en el Hola, que tampoco van a los concursos de televisión porque no son estéticos, o, peor, van en calidad de fenómenos. Me interesa dar voz a los freaks, a los monstruos, a los tullidos, a los enanos, a los enfermos, a los gordos, a los desgarbados... En la manifestación de París del día del orgullo gay de 2002 había muchos: el enano, la señora con la cara quemada y reconstruida en mil operaciones... Me interesa dar la cualidad de normalidad, aunque sea solo una vez y en una historia. Sería una sociedad freak con su presentador de televisión, su director de banco, su cajera, su escritora superventas, su alcalde transexual, su periodista cotilla... De vez en cuando nace algún narciso, que tiene que vivir escondido. Por supuesto, no todos serán seres virginales, sin tacha. También encontraríamos a:
1. Mar Revuelta: Presentadora de televisión con la cara quemada. Le falta bastante pelo. Está separada y su marido quiere volver con ella. Son amigos. 50 años.
2. Dr. Cabeza: Ginecólogo, enano. Viaja mucho, está soltero y liga bastante. Se ha enamorado de una paciente. Vive con su padre.
3. Gracia Ventura: Alcaldesa, transexual y obesa. Por una vez, las cosas funcionan (mayoría absoluta, 2% de abstención...). Está en trámites de adopción. Ha podido firmar un acuerdo muy difícil: alquilar 28 casas que estaban cerradas a inmigrantes. Se han ofrecido incentivos a los propietarios y se han rehabilitado empleando a parados.
4. Clámide Espar: Maruja vestida de maruja apasionada por la historia. Su figura favorita es María Luisa de Parma. Ella considera que está todavía por descubrir esta reina. Tiene un hijo bastante feote por el que se desvive y al que le toma la lección.
. 5. Luna Redondela: Chica joven, gruesa, semidesnuda. Abusará de todos los complementos de los que abusan las delgadas: esclava de los cosméticos, pelo afro, no llevará sujetador. Elegancia en sus movimientos. Detesta los helados, los chocolates, etc. Es vegetariana, como M. Caballé.
6. Juanmi Cortés: Gitano auténtico: botas, camisa abierta y oros por un tubo, tipo Los Chunguitos. Dentista de éxito. Luna es su secretaria y ayudante. Ambos se admiran y se respetan. No hay relación entre ellos, pero la habrá. Por el momento cada uno tiene su pareja, pero las cosas no funcionan. A Juanmi le apasiona la ópera.
7. Malicia: Drag queen, directora profesional de programación del canal autonómico. No programaría lo que se espera de un servicio público, sino especiales de Judy Garland y Liza Minelli, pero sabe cuál es su obligación.
8. Equipo de mujeres lesbianas profesionales de la mampostería, de las obras: terminan a tiempo.
9. Cirujano plástico arruinado porque se niega a dejar como mamarrachos a sus clientes.
10. Curas heterosexuales: Siameses, uno ortodoxo y otro de la Teología de la Liberación.
11. Adolescente seguidor de Marilyn Manson con grupo de rock duro: "Mi próximo disco va a ser una ópera rock basada en La España invertebrada de Ortega y Gasset". Estrella del show-business nada creído. Estrábico. Su oculista le ha recomendado unos ejercicios gimnásticos que consisten, en un primer momento, en leer a los grandes Lucía Etxebarría, Paolo Coelho y Enrique Herreros. Pero sin pasarse demasiado porque este ejercicio puede tener secuelas cerebrales irreparables: ayuda para el estrabismo, pero ataca al córtex.
(Agradezco a la irrepetible y adorable María de Rumanía las ideas aportadas para este breve catálogo aún por desarrollar. María, un millón de besos, querida. Espero verte pronto, acá o allá).

sábado, abril 16, 2005

Atrevimiento

La gente corriente es la que compra los libros. Los que nos dedicamos a la cultura queremos que nos los regalen. (Elvira Lindo)
Cuando he leído esta frase entresacada en la sección Nova+ de una execrable revista dirigida por un triunvirato de 3 en 1 POH (Putas, Opusinas e Histéricas), además de abrírseme las carnezuelas, me he dicho que, de una manera u otra, tenía que manifestarme. La gente no puede atreverse a tanto. Es que no doy crédito. Pero ¿adónde vamos a llegar? Descartadas las opciones de inmolarme a lo bonzo dentro de mi nido, sacarme la piel a tiras antes de cambiar de camisa, beber la cicuta o engullir un elefante con colmillos y otros complementos -los amigos reptantes consultados no se decidían claramente por ninguna de ellas-, he decidido verter aquí el veneno porque de lo contrario ésta va a ser una noche toledana en medio Gabón. Así, me quedo más suave que un guante y voy a ser la víbora más inofensiva de todo el África subsahariana.
Todo el mundo sabe que descontextualizar cualquier palabra o frase es un peligro al que los periodistas no suelen temer, a pesar de que la mayor parte de las veces desvirtúa por completo la intención del protagonista del hecho periodístico. Bueno, en realidad, se entresaca con ese objetivo, ¿no? Sin duda, éste debe de ser uno de esos casos. Junto a esta frase, Elvira debe haber pronunciado otras que justifiquen de alguna manera semejante sandez. Pero lo que me irrita es esa manera arrogante y -en su caso, sin la menor conexión con la realidad- de incluirse entre los productores de cultura. ¡Ay, qué risa, tía Felisa! ¿Lo dices por tus execrables columnas domingueras en El País, por las que deberías ser, junto al jefe de la sección, claro, compañera de cárcel de la tía Zita? Si la respuesta es afirmativa, entonces cedo mi cuerpo en este instante a cualquier artesano sádico para que dibuje en él con un bisturí un Pollock -puedo garantizarle que no necesitará guantes porque no echaré ni una gota de sangre- y luego se haga un bolso, un cinturón y unas botas a juego. Manolito Gafotas es divertido y envidio tu oído para los diálogos; los guiones que has escrito con Albaladejo, especialmente El cielo abierto, me gustaron, y las otras novelas no están mal. Bien, pero de ahí a descolgarte con estas alharacas, pues media un abismo.
Si a ello le añadimos una intervención esta misma mañana en una tertulia radiofónica sobre el sentido del ridículo en la que prácticamente no ha metido la lengua en paladar sin tener en cuenta el tema que iban a tratar y, lo peor de todo, NADA que decir -yo me pregunto por qué la han invitado; ¿quizá porque su marido es el director del Instituto Cervantes de NY y de alguna manera anfitrión del programa de radio en cuestión, que cruzaba el charco para apoyar los actos programados en esta sede del Cervantes?- , pues entonces comprenderán que me haya puesto a punto de echar las muelas otra vez cuando he leído la frase.
No sería honesto si les ocultara que ya me gustaría a mí estar en su lugar. Así que supongo que mi reacción está ligeramente motivada por la envidia (insana, por supuesto). Ya me gustaría a mí tener la oportunidad de vivir dos años en Nueva York, sin otra ocupación que observar la calle, explorar restaurantes y tiendas y luego contarlo en una columna para que me lean mis amigos, y pasear con ellos cuando vengan a verme. Pero eso no me impide tener ojos en la cara y criticar a los demás cuando lo crea conveniente. Como en este caso de flagrante atrevimiento.

viernes, abril 15, 2005

Relojes

Me declaro un fetichista con propósito de enmienda. Es decir, me permito tener el menor número posible de fetiches, aunque me encantaría tener más. Así que tengo algunos relojes, y me conformo con ver los de los demás. Me gustan sobre todo los de pulsera, con manecillas y preferiblemente antiguos. Me gustan grandes en manos grandes (soy fan de manos). No me gustan los que, además de reloj, son un millón de cosas más. Tampoco los que tienen colorines, los que no se ajustan a la muñeca, los que tienen la pulsera elástica o son excesivamente divertidos. El último lo he comprado en una pequeña tienda de anticuario del centro de la ciudad. Por supuesto, no funcionaba. Y la correa estaba ruinosa. De hecho, se rompió antes de salir de la tienda. Pero el esmalte y el baño dorado están en muy buen estado. Es un Dogma prima, made in Swiss. El siguiente paso ha sido llevarlo al joyero de la familia. El relojero me dijo que tenía el eje roto, que es lo que le suele pasar a este tipo de relojes. "Ah, este reloj sí que es antiguo. ¿De tu abuelo quizá? A estos relojes, en cuanto se caen al suelo, se les rompe el eje. Tienes que tener cuidado. Pero, claro, un reloj no está hecho para que se caiga al suelo". Y lleva más razón que un santo.
Este Dogma tiene una pequeña curiosidad: lleva marcadas las horas pares, en números arábigos. Lo habitual es que marquen las 12, las 3, las 6 y las 9. Yo había ensayado un montaje en una muñequera de cuero, pero al final he desechado la idea porque queda demasiado aparatoso. Así que le he puesto un tipo de pulsera de cuero que es muy difícil de encontrar ya. Antes la vendían en El Sanatorio del Calzado de la calle San Bernardo. Pero al parecer el fabricante se ha jubilado y no hay nadie que se las sirva ya. De todas formas, no debe de pedirlas mucha gente. Ahora se pueden adquirir por encargo llevando un modelo. O en alguna vieja joyería a punto de cerrar por jubilación (o defunción). La pulsera consiste en una sola pieza, con varios agujeritos y su cierre, sobre la que se han fijado dos abrazaderas regulables para ajustar en ellas el reloj.
Tengo otro, un regalo, en cuya esfera se puede leer la primera frase de En busca del tiempo perdido de Proust: "Longtemps, je me suis couché de bonne heur. Parfois, à peine ma bougie éteinte, mes yeux se fermaient si vite que je n'avais pas le temps de me dire: "Je m'endors". Et...". Aquí no hay señal alguna para marcar las horas, así que siempre se obtiene una información aproximada.
Creo que me gustan los relojes solo como objetos; no creo que tengan nada que ver con lo que representan, la medida del tiempo y, sobre todo, la celeridad con que pasa. No soy un obseso del tiempo, aunque no me gusta levantarme tarde (ni siquiera cuando tenía unos horarios más desordenados que ahora). Pero a lo mejor hay alguna razón mayor que desconozco.
También me fascinan los mapas y las brújulas. Como objetos, pero sospecho que aquí sí conozco otras razones más profundas.
(Ayer falté a mi cita con Vds. porque me sentí secuestradito en mi propia casa, como María Barranco en Mujeres al borde de un ataque de nervios. Sin teléfono y sin red. Así que pasé de nuevo la tarde en las oficinas de una companía de telefonía con nombre de presente de indicativo a la que no le haría ni mala publicidad así me amenazaran con un hierro candente. ¡Qué gente tan horribilina. De sus locales me fui derecho a la Oficina del Consumidor para poner una reclamación del tamaño de la cola que se formó en el Vaticano para despedir al Papa, y allí me atendió un chico que puede que me anime a poner reclamaciones y quejas de forma casi profesional. Ya les contaré).

miércoles, abril 13, 2005

La muerte de Sara Montiel

- ¿Te has enterado de que se ha muerto Sara Montiel también? ¡Qué pena!, me dijo el otro día el fotógrafo de la agencia, mientras me sacaba una foto para la nueva campaña de Promoción de la Vivienda Social, Pisos unifamiliares del tamaño de una jeringa. Al parecer quería captar en mi rostro una expresión nueva, entre la sorpresa, el dolor, la contención, el escepticismo vital, un poco de incredulidad y también, claro está, el alivio, todo en uno. Cuando sonó el disparo, respondí, sin cambiar el ángulo del mentón ni el arco de la ceja porque soy muy profesional:
-¡Ah! ¿Es que no estaba ya muerta? ¿Estoy expresando suficiente profundidad de campo?
-¡Pues claro que no: acaban de dar la noticia en la tele! ¡Estoy hasta la brenca de cínicas!, replicó a su vez, dejando caer bruscamente la Zenit en el canapé, con una indignación de todo punto desmesurada y grosera, más propia de un restaurador al que acabaran de anunciarle que nunca podrá echarle el guante a La Gioconda, y dando claramente por concluida la sesión de fotos, sin pedirme esta vez que me desnudara.
-Ah, es que hay días que no enciendo la tele. ¿Y cómo se han dado cuenta?
Pero ya no obtuve ninguna respuesta claramente verbal; solo un portazo al final del pasillo.
Y yo no entiendo su reacción, créanme. En mi inocencia, daba por hecho que esta ex actriz y ex cantante estaba muerta y bien muerta desde hacía por lo menos 15 años. Habría podido jugarme medida docena de hilos de oro de los que sujetan mi papada -una papada, dicho sea de paso, producto de los ejercicios de voz de los tiempos en que cantaba de todo, desde cumbias hasta cuplés, pasando por el hip-hop más cañero; pero dejé el mundo de la canción por el de la publicidad, que es más rentable. Y desde entonces no tengo relación con las compañeras. Tengo que ponerme al día consultando el obituario.
A Sara la conocí poco, la verdad. En realidad, solo de vista. Cuando yo empezaba, ella ya llevaba en declive la intemerata. Por eso no me había dado cuenta de que estuviera viva. Recuerdo que, cuando éramos vecinas en la Plaza de España de Madrid, a veces nos cruzábamos en el portal y la confundía con una homeless, una homeless con un abrigazo de armiño, eso sí, que me habría gustado arrancarle y salir corriendo. Pero yo sabía que con mi trabajo llegaría lejos y podría comprarme los abrigos que quisiera. Claro, arreglarse para ella suponía un trabajo de caracterización similar al que ha realizado cada día el equipo de Mar adentro con Javier Bardem. Y no era plan de poner toda esta maquinaria en marcha solo para, pongamos por caso, ir a recoger alguna esmeralda del banco, que al parecer eran sus pedruscos favoritos. Lo cuenta Enrique Herreros -a quien desde aquí quisiera pedirle, por favor, que abandone cualquier veleidad literaria que pueda quedarle; también que renuncie para siempre a los jerseys con lamparones del tamaño del Mar Muerto; perdonen el inciso- en ese libro execrable, Hay bombones y chocolate, que por otro lado tan buenos ratos me hizo pasar, junto a un ángel cuando lo releímos a medias; entonces nos dimos cuenta de que estábamos ante un libro interactivo divertidísimo: lo que leías solo era una provocación para agudizar el ingenio. El libro era lo que tú decías. ¡Ah, qué gusto bajo el sol del trópico y en la mejor compañía! También Maruja Torres incide en la adhesión de la Montiel a las esmeraldas. Lo cuenta en sus memorias periodísticas: "En 1979, cuando ya no se encontraba ni mucho menos en la cima, tuve que entrevistarla. Me miró con condescendencia y, señalando con el índice una de sus orejas, medio cubierta con un engarce de brillantes que rodeaba una enorme esmeralda, me dijo: “Nena, con lo que vale uno de estos pendientes tú podrías vivir más de un año”. Maruja Torres reconoce que consideró la opción de arrancarle el dedo de un mordisco, junto con el voluminoso anillo que lo ornaba, y salir corriendo camino de alguna isla de los Mares del Sur, donde administrándose bien, podría haber vivido el resto de su vida. Pero no se atrevió.
Otra como yo, que tampoco me atreví a agarrarle el abrigo de armiño y coger las de Villadiego.
Me van a perdonar sus más allegados, pero no voy a hacer ningún duelo ni voy a encargar ninguna esquela por ella porque en realidad no la contaba entre nosotras, las ricas y famosas. Lo que sí quiero aprovechar es para señalar que, aunque tengo abrigos de pieles como para parar un tren, algunas joyas y cerros de bisutería, un abrigo más o una joya más siempre, siempre son bienvenidos. Así que este es un mensaje dirigido directamente a sus herederos. También aprovecho para decir que si alguien tiene que sacarme del error respecto a Marujita Díaz, que lo haga sin dilación. No quiero perder más contratos de trabajo a causa de fotógrafos furiosamente locazas que reaccionan con cajas destempladas ante el más leve error de su rival porque, en realidad, no soportan que TÚ seas mejor en todo, que te siente mejor la ropa, que estés más delgada, que seas más divertida y que no pierdas el tiempo en causas perdidas (léase cualquier hombre que no tenga más de 85 años).

martes, abril 12, 2005

Paroles paroles

Hay muchas canciones con las que me siento acompañado. Otras me tranquilizan, o me divierten, o me conmueven, o incluso me dan valor. Hay una vieja canción de Raphael, adaptada de otra de Adamo y retomada posteriormente por Fangoria, que escucho muchas veces cuando voy a salir y espero triunfar: se llama Mi gran noche. Pero si hay una canción que reúne estas sensaciones y además me traslada en un instante a París, esta sería Paroles, paroles.
Recuerdo perfectamente la primera vez que la escuché, durante una cena en casa de un amigo que en aquel momento no era solo un amigo. Con nosotros cenaba un amigo de él que ya era solo un amigo (lo que no es poco, por supuesto). Aquella noche escuchamos otras muchas canciones, pero la que asocio de forma instantánea con aquella velada y con gran parte de mi estancia en París es este curioso dúo de Dalida y Alain Delon, una canción de 1973 que sigue siendo muy popular. Eran amigos de su época de vacas flacas, que también la tuvieron, y se permitieron este homenaje mutuo.
Conozco muy poco a ambos, en realidad, y no me arriesgaría a consignar aquí cualquier dato inexacto sobre Dalida, teniendo en cuenta la devoción que le profesan miles de fans de todo el mundo. Respecto a Delon, dado que ya no le queda nada del que fue en películas como El silencio de un hombre (Le samouraï) o Rocco y sus hermanos y que algunas de sus declaraciones públicas probablemente sean constitutivas de delito, es mejor no decir nada.
Por razones de desamor (y otras muchas no reconocidas, probablemente), Dalida era una mujer infeliz que acabó suicidándose en 1987. El exceso de popularidad, las cifras -llenas de ceros a la derecha- de ventas, de números 1, de canciones grabadas -en 7 lenguas-, de ingresos, de conciertos, etc, no la hicieron feliz al final. Y es probable que no pudiera o no supiera hacer otra cosa que cantar.
Dalida todavía representa un crematístico negocio para sus herederos. El principal es su hermano Orlando, de quien no puedo evitar imaginarme lo peor. Con cierta frecuencia reeditan sus discos: "Dalida: 15 ans déjà", "Las versiones de Dalida", "Dalida en el cine"... Pero eso ocurre con todas las leyendas: cuanto más muerto estás, más vales. Corría el rumor de que era Orlando el que cantaba cuando su hermana estaba de vacaciones. Ella misma lo negaba con humor en una de sus canciones, Laissez-moi danser. Montmartre era su barrio: allí están sus recuerdos, su casa, su placita, una escultura de ella y su sitio en el cementerio.
Mientras sonaba esta canción y otras muchas, a causa del efecto del vino, de las risas y, sobre todo, de que el tercer comensal me pareciera muy atractivo, yo intentaba imaginar cómo podría salir bien una pareja de tres y cómo podría proponerlo antes de que acabara aquella cena:
1. ¿Las tres de la mañana? ¿Y ahora te vas a ir? ¿A casa? ¿Tú solo? ¡Venga ya! ¡Quédate a dormir con nosotros!
2. (Aparte, recogiendo la mesa). ¿Queda vajilla en la mesa? ¿No? ¿Por qué no te dices que se quede con nosotros, tú que tiene más confianza?
3. Fijaos qué tontería iba a decir: Acabo de caer en la cuenta de que la organización de las relaciones humanas en parejas no deja de ser un concepto burgués excesivamente convencional. Yo creo la plenitud se alcanza con el número 3. ¿No estáis de acuerdo? ¿Ha terminado ya el disco? ¿Podemos escuchar otra vez Paroles, paroles?
Pero la cosa no fue a mayores. Ahí se acabó el disparate envuelto en vinos, canciones, buena conversación y un gigot d'agneau. Porque afortunadamente no estoy tan loco, ni soy tan moderno, ni tan atrevido.
Malgré moi!

lunes, abril 11, 2005

Carlos Berlanga

"Deja la lujuria un mes y ella te abandona tres. Tres aletas tiene el pez, pero acaba en la sartén".
Yo no puedo estar más de acuerdo con la gran verdad que encierran estas cuatro líneas. De hecho, para contar la historia de mi vida últimamente me sobran dos, que en realidad no significan nada, como explicó su autor en una entrevista en 1997. Pertenecen a una canción de Carlos Berlanga que canto de vez en cuando, cuando me doy cuenta de que mi vida es gira demasiado en torno a ellas. Pero al parecer no corren buenos tiempos para la lujuria. O al menos para una lujuria de cierta elegancia. Quizá tenga que encomendarme en cuerpo y alma a La virgen de la lujuria que filmó Arturo Ripstein hace unos años. Prometo dar luego cuenta de los favores recibidos.
Carlos Berlanga murió en junio de 2002. Yo me enteré en París y, la circunstancia de no tener sus discos a mano, me entristeció aún más. No pude escuchar allí sus canciones. Solo lo conocía de una entrevista años atrás en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, un edificio de Antonio Palacios de los años 20 que me encanta y al que acudo siempre que puedo. Pero le tenía mucho cariño y devoción.
Sentía auténtico pánico escénico. Era la pesadilla de las compañías de discos porque se negaba a promocionarlos. Rara vez concedía entrevistas a la televisión y no daba conciertos. No podía soportarlo. Así que era un artista para minorías, después de haber estado en los 80 en la cresta de la ola con los grupos de Alaska. Su otra gran pasión, o quizás la primera, era la pintura. Lo que le gustaba era quedarse en casa pintando. Era hijo del cineasta Luis García Berlanga. De vez en cuando escucho sus discos y recupero aquella agradable conversación con él en el Círculo. “Yo, que solo fui para ti Paracetamol. Yo, que me creí que tu dolor era de verdad. Me fié de ti y en ti el mal es lo natural.” (“Traición”) “¿Quién me querrá con mis defectos, Quién me querrá en el 2002? Aunque no soy nada perfecto, Soy lo que soy” (“2002”) “Aunque sé que yo a tu lado Soy estorbo, soy pecado. Políticamente correcto no soy. Aquí en casa yo encerrado, Como solo pollo asado Mientras te veo saliendo por televisión” (“Políticamente incorrecto”) “¿Por qué me siento extraviado, Si yo a tu lado no me puedo perder? Desgraciada moraleja, Yo me acerco y tú te quejas Con reproches diferentes. ¡Qué sinrazón! Infinita paradoja, Que me caiga y no me cojas, Y que siempre me contestes ni sí ni no” (“Estados”)
(Antes de acabar hoy, quiero disculparme ante Vds. por las erratas y errores que se han colado en las entradas precedentes: varias frases y una entrada repetida, "recuerdar", "cirniera" y otros que probablemente no he detectado. Quiero agradecer asimismo los comentarios de los señores Baby (lone) Killer y Manuel de Sonora. Como ser ajeno a la más elemental tecnología, me veo incapaz de corregir estas erratas, de eliminar el irritante subrayado de arriba o de responderles como Vds. merecen. Eso sí, me declaro lector fiel y fan de ambos. Dado que el señor Manuel ha citado en ocasiones a sus compatriotas Ripstein y Paz Alicia Garciadiego, aprovecho para decirle que cuando vi Profundo carmesí hace años me quedé maravillado con el personaje interpretado por Rosa Furman, que ponía cordura en el delirio casamentero de Marisa Paredes. La actriz y su personaje es lo que recuerdo y lo que más me gustó de la película. En cambio, Principio y fin me pareció una película execrable, de principio a fin, a pesar de su Concha de Oro en el Festival de San Sebastián).
Mañana más.

domingo, abril 10, 2005

Pocatello (Idaho)

En esta ciudad estadounidense se organiza desde hace unos años el Congreso clínico anual de ositos, al que acuden miles de niños de todo el país con miles de ositos y otros muñecos de peluche que necesitan una reparación urgente. Los niños se visten de blanco y, cuando les toca el turno, ayudan a los médicos que rescatarán del ostracismo a sus amigos más fieles hasta ese momento. Se acabaron las barbys cojas, los reyes león desmelenados, las serpientes pitón -mi competencia más directa- sin cascabel, los osos pardos deshilachados y convertidos en osos grises... Aquí está la esperanza para todos esos fetiches de infancia que con el correr de los años muchas veces se convertirán en el Rosebud de Ciudadano Kane. El congreso ya es un pequeño hito turístico.
Sin irse tan lejos, afortunadamente, en París, donde existen multitud de tiendas pequeñas especializadas (de guantes, de sobres, de rotuladores, de especias, de osos -solo osos- de peluche...) también tienen en cuenta a este público. En la avenida Parmentier -un agrónomo francés que racionalizó y desarrolló el cultivo de las patatas- hay una tienda dedicada a la reparación de muñecas. El escaparate resulta un poco inquietante, lleno de expositores de ojos, la última esperanza de las muñecas tuertas, distribuidos por colores, tamaños y longitud de las pestañas. También son piezas que utilizan algunos artistas que construyen des bons hommes como parte de sus creaciones.
Pero el negocio de las reparaciones de muñecas no debe atravesar momentos de expansión precisamente, así que esta tienda se ha diversificado hacia la reparación de paraguas, artículos de viaje varios, marroquinería, etcétera. Son tiendas en vía de extinción que tendrían que ser protegidas contra la costumbre consumista de hoy de tirarlo todo sin intentar recuperar algo. Dan una última oportunidad a las cosas que cuentan una historia, quizá la nuestra.

sábado, abril 09, 2005

Humorismo

Un día sin reírse, pero reírse de verdad, es un día perdido, Luis Buñuel dixit. La frase me ha llegado tan al fondo de mi alma de serpiente que he corrido como si sobre mí se cirniera de nuevo otra colección de maldiciones bíblicas que me obligara en esta ocasión a... no sé, a que me saliera una crin, por ejemplo, y me he matriculado en unas clases de humor. Sí, porque he comprobado que, en contra de lo que pudiera parecer, reírse no es tan fácil. No lo es ni siquiera encajar unas cuantas risotadas espasmódicas ante cualquier espectáculo mediático de dudoso gusto. Es decir, ante cualquier espectáculo y punto, ¿verdad, Ernesto? La risa requiere relajación y desataduras, y hay días en que estamos tan agarrotados y tensos que reírse exige un ímprobo esfuerzo.
Dicen que la risa es lo contrario de la enfermedad, que pone en funcionamiento todos los músculos de nuestro cuerpo, aunque en contrapartida también sea una cantera inagotable de patas de gallo. De ello saben mucho Catherine e Isabelle, toujours refaites. Pero ¡benditas arrugas! que borran de nuestra vida el fantasma de otro día perdido.
Adoro a mi profesora de Ilógica e hilaridad, una de las asignaturas más interesantes de este módulo de humor en el que me he matriculado, y encuentro bellísimas sus arrugas. En la terapia de la risa recomiendan que, cuando no existan estímulos externos para reírse, busquemos dentro (o fuera) de uno mismo y hallaremos motivos sobrados -¡esa nariz que habría sido la envidia de la corte diciochesca empleada como apagavelas oficial de palacio!-, lo cual me parece revolucionario y muy saludable. Dicen que no tomarse demasiado en serio a uno mismo es muy recomendable además para disipar complejos, distanciarse de uno mismo y reírse de lo que queda lejos. Pero ¿cómo se hace? Espero obtener la respuesta en las próximas clases. Mientras tanto nos han aconsejado lecturas clásicas que van desde Cervantes y Quevedo -el primer visionario sobre el asunto de la nariz; luego, Edmond de Rostand también explotó sus posibilidades- hasta Anita Loos, Fran Lebowitz y Maruja Torres.
En Madrid existe desde hace más de 15 años la Academia de Humor, una institución formada por colaboradores de La Codorniz, cuya finalidad es preservar el humor avanzado que se hizo en España desde los 40 hasta los 80. El resultado de su trabajo queda plasmado en una publicación titulada La Golondriz. Las declaraciones de uno de sus artífices, José García, son bien interesantes. Dice que cada vez nos reímos menos y con menos inteligencia, y que las personas que no se ríen están perdidas. Por eso, y en vista de que ni el raciocinio, ni la filosofía ni las religiones al uso -y, mucho menos, las sectas, la entrega sin remisión a la dictadura de las mechas o la televisión, añadiría yo- consiguen nada por sí solas, él propone que el humorismo sea la religión del futuro. Y yo no puedo por menos que aplaudirlo. Dice que la tradición judeocristiana, con su carga alienante del sentido del pecado y de la culpa, ha impedido que se desarrollara el humorismo porque el individuo que se ríe resulta revolucionario y eso siempre ha sido perseguido. Sin embargo, la risa es algo consustancial al hombre que busca divertirse y disfrutar de la vida. El humorismo de verdad debe provocar la reflexión. Pero el humor de hoy no tiene nada que ver con esa idea, como hemos podido comprobar ayer en el funeral del Papa o en la Boda Real de hoy.
Por eso yo me he entregado en cuerpo y alma, desde la mandíbula venenosa hasta el último anillo del cascabel, a la lectura de esos autores recomendados y al aprovechamiento de otras materias como Ética y peluquería y Caricatura y costumbrismo.

Los antilibros: vamos a más

Decía el cineasta Néstor Almendros que nunca criticaba a sus enemigos por si aprendían. Yo, en cambio, no puedo decir lo mismo porque no confío en que mis enemigos puedan aprender cualquier cosa. Considero enemigo a cualquiera que escriba un libro malo. Los libros malos me han quitado por lo menos 10 años de vida. Si además se atreve a publicarlo, entonces alcanza una categoría que me hace lamentar que Torquemada ya no se cuente entre nosotros. Porque no podemos permitirnos que los árboles que no se van en la fiebre pirómana de cada verano, se vayan en ambiciosas tiradas de libros mal escritos, a veces de hasta 500 páginas, por mucho premio que los avalen. De hecho, si lo que queremos encontrar en un libro es, como mínimo, una historia conmovedora, divertida, nueva y contada con una sintaxis que no haya que calificar de aberrante, lo mejor es buscar un autor sin ningún gran premio bajo el brazo. Cervantes dedica el capítulo VI de El Quijote al momento en que el cura y el barbero condenan al fuego los dañadores libros de don Quijote. Esta medida, que debería ser recuperada en el consejo de ministros del próximo viernes, podría ayudarnos a deshacernos de algunos antilibros. ¿Por qué se es mucho más indulgente con la literatura-basura que con la tele-basura? Y si a alguien se le ocurriera sentenciar que somos lo que leemos, ¿qué respuesta obtendríamos? Antes, el antiguo dicho de “Al que no lee, no se le nota, pero se vuelve idiota” animaba a leer, pero, a lo que se ve, han cambiado las tornas y hoy leer según qué cosas es el mejor camino para convertirte en un cafre. A menos que se tenga una naturaleza realmente contundente o se adopten las medidas que más convengan a cada cual para protegerse de la idiocia. Aquí se proponen algunas: 1. Huir de los libros de autoayuda como de la peste, especialmente de los firmados por Louise L. Hay. Frases como “Hoy es otro día precioso sobre la Tierra y vamos a vivirlo con alegría. Escojo pensamientos de curación, pensamientos positivos” deberían estar penados por la ley, si es que no lo están ya, por su contenido, pero especialmente por su forma. Esta huida incluye las hagiografías de personajes mediáticos escritas por sus amigos. 2. Por muchos millones de personas que, engañados por alguien que se decía amigo y nos lo regaló, hayamos leído El alquimista, eso no quiere decir que nos hayamos tragado ese mondongo. ¡Es una engañifa infecta! Por favor, Paolo, ¿por qué no trasladas los mismos altos sentimientos a bodegones de petit-point? Podrías llenar un hangar con ellos. Si no se tiene nada que decir, lo mejor es callarse. Si pese a ello, se está obligado por contrato a publicar un libro, siempre se puede publicar un dietario que el público puede rellenar en sus ratos perdidos. 3. De todo lo visible y lo invisible es un libro que no debería haber sido publicado. Es más: no debería haber sido ni concebido ni escrito. No hay árbol que merezca la tala para difundir una historia a la altura de los Grandes Temas de conversación, a saber, el estreñimiento, el tiempo y el convertidor de euros. Durante los 10 días que tuve el libro entre mis manos, padecí vértigos y muchas ganas de dar una bofetada. Antes preferiría beber la cicuta que leer otro adoquín de su autora. 4. El ínclito Enrique Herreros escribió un libro por el que debería haber pasado una temporada a la sombra. Probablemente, sobre los responsables de la editorial pese una denuncia por delito ecológico: no es, desde luego, para menos. El libro prometía en su título anécdotas de cine, pero lo que encontramos en su interior solo es un ajuste de cuentas de muy dudoso gusto con Garci y Saritísima, una inquietante mezcla de complejo de Edipo-Electra concentrada en el padre del autor, homofobia fácilmente interpretable, machismo, clasismo y unas fotos ridículas que incluyen una radiografía de la cabeza de la Montiel. ¡Chúpate esa, Teresa Viejo! 5. La última medida quizá pueda parecer un atentado a la libertad de expresión, pero no lo es en absoluto: que me encargaran a mí elaborar un Índice de Libros Prohibidos. Todos los libreros me estarían eternamente agradecidos porque así les quedaría espacio para exhibir los títulos realmente interesantes, que no tienen por qué ser necesariamente una novedad. Si no, una brigada ciudadana que se encargara, como en Fahrenheit 451, de requisar los títulos que no alcanzaran un determinado nivel de calidad. Sería una medida popular por su repercusión en los índices de población activa y en la salud de nuestros bosques.

jueves, abril 07, 2005

Veinte años... ¿no son nada?

Por hallarme en el límite absoluto de mis 32 años, me encuentro perfectamente instalado en la dimensión de poder referir hechos o recuerdos que acontecieron hace ya 20 años. Además, tras un largo periodo de ausencia, he vuelto a mi ciudad. Por un lado, es ahora cuando la estoy descubriendo. Por otro lado, esta vuelta significa -todavía no tengo claro si es a mi pesar- un reencuentro con mi infancia que difumina los años más recientes.
Siempre he bromeado con el hecho de no recuerdar prácticamente nada de aquellos primeros años que los psicólogos califican de fundamentales para la consolidación de la personalidad. Pues yo situé el fin de mi periodo de amnesia en los 16 años, lo que al día de hoy representa el ecuador de mi vida. Pero lo cierto es que SÍ tengo recuerdos anteriores, y estos últimos meses me están obligando (o permitiendo, en algunos casos) recuperarlos. En general, soy un enemigo de la nostalgia porque creo que paraliza y que nos roba el presente. Pero uno no es dueño no es dueño de una memoria selectiva.
El resultado es que, por razones ajenas a mí, voy cruzándome con personas a las que no veía desde hace 20 años. ¡Qué mayor soy! Ya estoy hablando por décadas, en plural. Me encontré a mi primera maestra. Recordaba perfectamente su nombre y los dos apellidos. Ella en cambio no me recordaba a mí, pero me parece normal. Resulta que ahora ambos cursamos estudios distintos en la misma facultad. Y me encontré en una tienda de ropa a mi amigo más antiguo, a quien no veía desde 1984. En este caso fui yo quien no lo reconoció, y luego me moría de vergüenza. No supe qué decir. Quedamos en llamarnos después de las fiestas de Navidad, pero todavía no lo hemos hecho. Supongo que coincidiremos cualquier otro día por la calle y entonces improvisaremos algo. Él estaba estupendo.
Pero hoy, por segunda vez, me he cruzado por la calle con otro compañero de los primeros años de primaria. Yo creo que él debe recordarme igual que yo lo recuerdo, pero ninguno nos hemos parado. No sé sus razones, pero las mismas son muy básicas: me ha parecido siniestro. Era una ruina ambulante: gordo, vestido con un chándal y con una mirada octogenaria. Sin duda he querido huir de la atroz posibilidad de que ese encuentro fortuito no fuera algo inocente, sino una revelación de lo vengativa que puede ser la vida. Reconozco que 20 años son más que suficientes para arruinar moral, física y econónicamente a cualquiera, pero no deja de ser impactante enfrentarte a la prueba palmaria de algo así.
Y me he dado cuenta de que cuando empiezas a utilizar la expresión hace 20 años ya no hay marcha atrás. Pero afortunadamente yo no estoy gordo ni (mal)visto con chándal (antes me dejaría sacar la piel a tiras).

miércoles, abril 06, 2005

Cuestión de imagen

No me pronunciaré sobre las numerosas noticias luctuosas de los últimos días -el investigador químico Manuel Ballester Boix, Premio Príncipe de Asturias de investigación científica y técnica en 1982 y seis veces candidato al Premio Nobel, falleció el 6 de abril Barcelona a los 85 años: qué gran pérdida- porque en realidad lo que martillea mi inquisitivo intelecto cada vez que pongo los pies en la calle es una cuestión mucho más importante: la imagen. O, para ser más precisos, la falta de imagen. Yo ya no sé qué hacer, pero lo cierto es que mis noches se pasan en un duermevela por causa de las agresiones retinianas que sufro a diario. ¿Por qué la gente se viste tan mal, se peina tan mal, lleva los complementos que peor le sientan y, además, encuentra algo parecido al éxtasis solo por cruzarse conmigo? No lo entiendo. Yo sé que el mundo no es tan feo. ¿Es que nada de lo que menciono está penado por la ley? Y esto por no hablar de la mala educación, de la falta de sentido del humor y de la ordinariez con que, por ejemplo, se puede preguntar a la profesora de latín:
-¿Cuándo vamos a saber las notas de los exámenes?
A mi favor está la miopía que cada vez adorna más mis ojos de color miel.
En Granada es primavera desde hace unos 10 días. Así que después de comer me he ido de paseo. Me he llevado la Narrativa completa de Dorothy Parker, publicada por Debolsillo en 2003, con la intención de tomar un café en alguna terraza con vistas a La Alhambra mientras leo algunos relatos que, si no me equivoco, se han traducido al español por primera vez para esa edición. Pero para llegar hasta allí antes tengo que cruzarme con un carrusel de horrores. No falla. Mujeres que podrían ahorrarse el velo que llevan porque no esconde su fealdad. Hombres igualmente feos que deberían llevar burka. Está claro que contra la concupiscencia, el mejor remedio es la fealdad. Homeless-rastafaris-fashion enganchados a móviles de última generación. Chicos y chicas que piensan que las carnes tolendas blancas al aire son bellas. Y no, no lo son. Botellones en el parque a las cinco de la tarde. ¿La palabra papelera te dice algo, querido? Señoras cuya pasión por Kandinsky las lleva a reproducirse en el pelo su paleta de colores. Entera. Adolescentes asilvestrados que podrían estar hablando (a gritos) en algún dialecto kirguiz porque no identifico ni uno solo de los sonidos. Veinteañeros aderezados con esa íntima pátina de mugre que da su aversión al agua y que han tomado la recién inaugurada plaza del Triunfo para dar rienda suelta a sus fantasías de percusión. Me pregunto cuándo van a completar el decorado con un tigre por aquí o una víbora de Gabón por allá. El grupo del parterre de al lado nos amenazaba a todos los paseantes con dejarnos tuertos con uno de esos juegos de pesos y movimientos simétricos. Et al.
Pero bueno, ya lo tengo asumido. Así que me he dirigido a directamente al carmen de Max Moreau, un paisajista belga que, francamente, no me interesa, pero cuya casa en el Albayzín es maravillosa y está abierta al público. Curiosamente, no había nadie: estaba yo solo. Me he sentado en uno de los bancos del jardín, que no está frondoso porque no llueve (lo suficiente) desde hace mucho, y me he puesto a leer. La señora Parker es maravillosa. Ahora, si cierro los ojos, veo La Alhambra, que se impone frente a toda esa gente que no tiene el imprescindible asesor de imagen, alguien de confianza que le diga:
-Ese gesto sería más propio de alguien que tuviera una mofeta desollada en el bigote. ¿Puedes ensayar otra expresión?
-No, con esos pantalones no sales a la calle. Un pantalón nunca es una faja, ni siquiera en el caso de la faja tubular. Tú verás.
-Sube a tu habitación y te quitas las medias inmediatamente. ¿Medias de rayas con esas piernas cónicas? ¡Por favor!
-¿Te importaría articular al menos uno de cada cuatro sonidos? Entre la ese y la jota hay una diferencia, te pongas como te pongas. Si eres incapaz de hacerla, ¿podrías al menos enriquecer tu léxico con palabras que no las contengan? Te puedes convertir en un experto en aliteraciones.
-No hay ninguna ley que obligue a la abuela, a la madre y a la hija a llevar las mismas gafas, los mismos andares y el mismo tinte capilar.
-Las mechas no son sinónimo de brillo en la sociedad, sobre todo si la palabra mantenimiento no te dice nada. Reflexiona sobre ello.
-Sigue siendo gratuito decir buenos días o adiós, y el efecto de envejecimiento en los labios es prácticamente imperceptible. Con ser maleducada no vas a evitar lo inevitable.
-Etcétera.
Pero como les digo, pasar una hora leyendo frente a La Alhambra siempre compensa porque te hace olvidar (momentáneamente) toda la fealdad alimentada por el hombre.
En el fondo, creo que debería involucrarme más activamente en la política. Así podría trabajar en una campaña que está llamada a ser un éxito: Ni un día más sin asesor de imagen. Por ahí van los tiros para el futuro. Tengo que estructurar una base teórica...

Los espigadores y la espigadora

Este es el título de un documental que Agnès Varda dirigió en 2000. Había leído buenas críticas y además una amiga me había hablado muy bien, pero no pude verlo cuando se estrenó. Así que he ido acumulando las ganas hasta que por fin, cinco años más tarde, lo he visto en una proyección cuando menos original: ¡en un ciclo organizado por una asociación de mujeres de un barrio dentro de las actividades de celebración del Día de la Mujer Trabajadora! Me quedé ojoplático.
Y me gustó muchísimo.
Agnès Varda plantea una serie de asuntos que llevan a cada uno a plantearse otros muchos más. La directora se fija en la antigua práctica del espigueo, representada en el arte por Jean François Millet, pero también Jules Breton, Léon L´Hermite o autores más recientes, y recorre Francia para mostrar en qué se ha convertido actualmente y qué simboliza. Y hay mucho que decir. Antes era una práctica que realizaban sobre todo las mujers y en grupo. Ahora es una actividad cada vez más solitaria y masculina. Varda presenta a los principales protagonistas, las regiones en que más se da, la (minuciosa) legislación al respecto, el reciclaje, la actitud moral que representa frente a la cultura del derroche y del usa-y-tira, las modalidades (glanage: recogida de los frutos que suben de la tierra; y grappillage, en el que se recogen los que cae hacia la tierra) y la (débil) armonía que se instala cuando todos los elementos se coordinan... Conocemos a una serie de personajes, muchas veces marginales (y con una relación con la botella que les debe estar haciendo fallar algunos análisis en este momento), y su mundo al margen, unos personajes de los que no oirás hablar fuera de un documental como este. Y todo ello con una exquisita delicadeza.
Y a la vez es una reflexión sobre la (eterna) preocupación humana de la fugacidad del tiempo y de sus estragos, sobre la vejez y sus cicatrices, representada por la propia directora, que aparece como entrevistadora y persona a la que también le gusta recuperar objetos y darles una especie de segunda vida. ¡Se necesita tan pocas cosas para vivir y están a veces tan a mano que no se comprende por qué nos pasamos la vida ambicionando lo que tiene el vecino de enfrente y padeciendo por no poder alcanzarlo!
El documental tuvo una acogida extraordinaria en distintos festivales y entre un público lógicamente muy minoritario por lo que la directora y el equipo rodaron una segunda parte titulada Deux ans après. Allí reencuentran a sus protagonistas y muestran qué ha cambiado en sus vidas desde entonces y el efecto que ha tenido el documental en ellas. También presenta a nuevos personajes que se identificaron totalmente con la primera parte y que sentían que ellos tenían algo que añadir.
Creo que es la película que más me ha gustado en el último año.
Además de todo esto, mientras empezaba la proyección en una sala bastante improvisada, la ambientación musical era la banda sonora de Johnny Guitar, con los diálogos del célebre insomnio de Viena y Johnny:
- Miénteme, dime que todos estos años me has esperado...que estarías muerta si no hubiera vuelto...
Fue una tarde a la carta.

lunes, abril 04, 2005

Ansiedad

El mundo es pasto de descerebrados. Lo decía ayer y ya no me cabe ninguna duda: definitivamente me he equivado de era y de lugar para nacer. Creo que mi sitio era más bien Plutón durante el pleistoceno medio. ¡Qué horror! ¡Con qué gente me tengo que enfrentar cada día sin que haya hecho nada para merecerlo! ¿De dónde sale? Esta mañana, mientras estudiaba un poco de esperanto (que es la lengua del futuro; y si no, el tiempo lo dirá), justo en el jardincillo de debajo de mi ventana una pareja de adolescentes de sexo opuesto de apenas o catorce años, no más, entretenían sus ratos perdidos poniéndose a cien. Ella, pantalones vaqueros con bajos anchos, top rosa chicle y dos coletas y algunos adornos en un pelo atroz; él, en uniforme de chándal y un móvil por toda documentación. Durante unos minutos, he seguido sus movimientos con el mismo interés que un zoólogo o que el mismo Félix Rodríguez de la Fuente. ¡Y no daba crédito! En realidad, me parece fenomenal que hagan lo que les plazca, pero no a las doce de la mañana de un lunes y justo debajo de mi ventana. Si no tienen el detalle de ahorrarme esas indumentarias por las que merecerían ser azotados sin ningún miramiento con una vara de almendro, al menos podrían tener el recato de reservarse las erecciones -evidente a través del chándal-, los patéticos juegos de quiero-y-no-puedo, los besuqueos interrumpidos por las inoportunas entradas o salidas de vecinos y sustituidos por pequeñas y ridículas agresiones y todo lo demás, para la intimidad del fondo de la escalera o del cuarto de los contenedores. No creo que sea pedir demasiado.
Desde luego, en las últimas 48 horas los adolescentes parecen empeñados en crearme un trauma con T de Terelu. Y a fe que lo conseguirán.
Pero lo más gracioso es que entre las filas de los cincuentones la cosa no está mucho mejor. Tengo la referencia de una ex novicia rebelde que todo lo justifica con una única palabra: ansiedad. Y nada que ver con la canción de Nat King Cole. Pasó unos veinte años con las monjas, pero luego las dejó por ansiedad. Entonces empezó a trabajar como enfermera en un hospital, donde conoció a un médico. El resultado fue una niña que ahora tiene 14 años y que, además de alérgica a los ácaros, es la tirana de la casa. Así que le provoca mucha ansiedad. El médico se largó con su mujer a otra comunidad autónoma, lo que le provocó más ansiedad todavía. De vez en cuando llama a las casas de otras ex novicias y se autoinvita a comer y a pasar la tarde. Por ansiedad. Cuenta historias para dormirse de pie. Si le das la mano, te toma el brazo. Si le prestas un piso en la playa, te amenaza con comprarse una plaza de garaje en la urbanización. No duda en encasquetarte a su hija para que poder salir y así demostrar su más obsesiva teoría: los hombres son un asco. ¿Y tú cómo lo sabes? Porque, por ansiedad, me he acostado con todos los que se me han puesto a tiro, así que hablo con conocimiento de causa. Lo último: "...¡qué buenos están estos fresones! ¿Le pones algo más aparte del zumo de limón? Ya te digo: he estado a punto de estrellarme con el coche. No sé por qué no lo hice. Se lo dije incluso a Aránzazu. Es que no sabes la ansiedad que tengo. ¿Me pasas el azúcar moreno? Los cítricos me provocan una acidez..." Por favor: si alguien va a suicidarse, que tenga la delicadeza de no anunciármelo a la hora de la comida. Es un scoop sin el que puedo vivir: no siento la menor ambición periodística en este tipo de faits divers. Estoy de exhibicionistas hasta la coronilla. Y de todas formas, al final todo se sabe. Que cada uno se suicide cuando le venga bien y que deje el mundo correr. Seguro que nos enteramos, antes o después.
Quizá les dé más detalles otro día al respecto de esta ex novicia, si es que primero los recabo. Afortunadamente, solo coincido con ella de higos a brevas.
En fin, otro día de vocación optimista frustrada.

De estuco

Así me he quedado esta mañana. ¿En qué momento se les ocurriría a los gobiernos de este mundo liberalizar el uso de la tecnología? No me parece de recibo que el precio que haya que pagar por activar la economía sea el de tener que padecer legiones de adolescentes analfabetos perpetrando crímenes con cámaras digitales en ristre, mientras el pulgar de la otra mano está a punto de salir disparado antes de que el centésimo SMS haya llegado a su destino. Acabarán pareciéndose a Uma Thurman en aquel bodrio de Gus Van Sant titulado Ellas también se deprimen. Y tendrían que recordar cómo le fue a la pobre.
Resulta que cuando voy a Brazzaville me gusta ponerme algunas de mis viejas camisas y no me importa mezclarme con el pueblo. Me piden que escriba cartas de protesta dirigidas al alcalde y notas informativas para las socias de la asociación de mujeres; o que actualice alguna coplilla local o romance de las serranías cercanas, que en buena ley deberían arder, junto con su autor, en una pira por cursis, por ser una loa a la ignorancia y por conculcar las normas más elementales del buen gusto, etceteraetcetéra.
Total, que además de escribir las cartas en cuestión me han pedido que organice los documentos del ordenador, entre ellos Mis Imágenes. ¡Y qué imágenes! Los niños de 14 años deberían tener prohibido celebrar sus cumpleaños. ¡Qué caterva de garrulos! Y ellas parecen recién aterrizadas de Pigalle. Yo comprendo que todos están despertando a la sexualidad, pero por favor que se repriman, como hemos hecho todos, y que no se presten a ser inmortalizados en fotos digitales (ni de ninguna otra naturaleza) durante sus fiestas de cumpleaños. Y si esas son las fotos que han dado por buenas -teniendo en cuenta que se pueden borrar y repetir hasta el infinito-, cómo serían las otras. Ellas, a los 14 años, parecen tener más barra que Liz Taylor. Y de ellos, qué decir: que les sobra el 95% de los fonemas de nuestro alfabeto. Si les dejáramos, la U y, pongamos por caso, la velar sorda, creo que les sobraría todavía espectro fonético como para hacerse un kimono.
En fin, no daba crédito. ¡Qué poses, qué juegos con los calippos de fresa, qué miradas de disipación, qué minifaldas, qué caras mongoloides...! Luego hablan de corrupción de menores. Me gustaría a mí saber cómo está tipificada la corrupción de mayores, que es lo que yo he visto esta mañana.
Por supuesto que he reorganizado gustoso Mis documentos y Mis Imágenes. He enviado todas las imágenes a la papelera, y me he quedado tan pancho. En su lugar, he puesto retratos de santos, de Conchita Barrecheguren, la sensitiva de La Alhambra; de Nuestra Señora de África; de San Sotero, de Santa Dorothy Parker y de San Pedro Chanel, entre otros. Y aquí paz y después gloria.
Y he vuelto al tajo. A ver qué remedio. Pero estoy muy preocupado con estos jovenzuelos, que me parecen horribilinos. Y no solo por las poses de auténticas busconas, ellos y ellas, en sus momentos de asueto, que es lo que yo he visto a través de la lente implacable de la cámara digital, sino porque cuando los ves tratando con sus padres, los padres no salen mejor parados que cualquiera de mis bayetas. Los niños los tratan con la punta del pie, y les falta poco que decirles que deberían estar besando el borde de ese pantalón que arrastran por el lodazal del pueblo. En fin, si el cambio climático me parecía ya una maldición, la legión de quinceañeros a los que si les hablas de movimientos de sístole y diástole les puedes crear una confusión que les dure semanas, me parece ya el Apocalipsis materializado en un gigantesco grano de acné. Ante este panorama, convendrán conmigo en que es muy difícil mantener el optimismo imbatible que me jacto de llevar por bandera. Así que ahora mismo me voy a tomar la pastilla del optimismo. Mañana les cuento.
(Para mi querida amiga María de Rumanía, que siempre, siempre está en mi pensamiento. María, perdona por haberme apropiado de algunas de tus expresiones).