Por hallarme en el límite absoluto de mis 32 años, me encuentro perfectamente instalado en la dimensión de poder referir hechos o recuerdos que acontecieron hace ya 20 años. Además, tras un largo periodo de ausencia, he vuelto a mi ciudad. Por un lado, es ahora cuando la estoy descubriendo. Por otro lado, esta vuelta significa -todavía no tengo claro si es a mi pesar- un reencuentro con mi infancia que difumina los años más recientes.
Siempre he bromeado con el hecho de no recuerdar prácticamente nada de aquellos primeros años que los psicólogos califican de fundamentales para la consolidación de la personalidad. Pues yo situé el fin de mi periodo de amnesia en los 16 años, lo que al día de hoy representa el ecuador de mi vida. Pero lo cierto es que SÍ tengo recuerdos anteriores, y estos últimos meses me están obligando (o permitiendo, en algunos casos) recuperarlos. En general, soy un enemigo de la nostalgia porque creo que paraliza y que nos roba el presente. Pero uno no es dueño no es dueño de una memoria selectiva.
El resultado es que, por razones ajenas a mí, voy cruzándome con personas a las que no veía desde hace 20 años. ¡Qué mayor soy! Ya estoy hablando por décadas, en plural. Me encontré a mi primera maestra. Recordaba perfectamente su nombre y los dos apellidos. Ella en cambio no me recordaba a mí, pero me parece normal. Resulta que ahora ambos cursamos estudios distintos en la misma facultad. Y me encontré en una tienda de ropa a mi amigo más antiguo, a quien no veía desde 1984. En este caso fui yo quien no lo reconoció, y luego me moría de vergüenza. No supe qué decir. Quedamos en llamarnos después de las fiestas de Navidad, pero todavía no lo hemos hecho. Supongo que coincidiremos cualquier otro día por la calle y entonces improvisaremos algo. Él estaba estupendo.
Pero hoy, por segunda vez, me he cruzado por la calle con otro compañero de los primeros años de primaria. Yo creo que él debe recordarme igual que yo lo recuerdo, pero ninguno nos hemos parado. No sé sus razones, pero las mismas son muy básicas: me ha parecido siniestro. Era una ruina ambulante: gordo, vestido con un chándal y con una mirada octogenaria. Sin duda he querido huir de la atroz posibilidad de que ese encuentro fortuito no fuera algo inocente, sino una revelación de lo vengativa que puede ser la vida. Reconozco que 20 años son más que suficientes para arruinar moral, física y econónicamente a cualquiera, pero no deja de ser impactante enfrentarte a la prueba palmaria de algo así.
Y me he dado cuenta de que cuando empiezas a utilizar la expresión hace 20 años ya no hay marcha atrás. Pero afortunadamente yo no estoy gordo ni (mal)visto con chándal (antes me dejaría sacar la piel a tiras).
2 comentarios:
Vipére, no te engañes. ¿20 años? Un par de ellos bastan para arruinar a una persona y dejarla para el arrastre. Y ten en cuenta una gran Verdad de la Vida: la retención de líquidos NO conoce límites.
Es verdad. Yo también estoy al borde de mis 32, pero como soy tan malo para las matemáticas he decidido perder la memoria de lo que pasó antes de mis 20's. En reallidad como ni sexo había tenido con otras personas, no me tengo que acordar de nada importante.
La amnesia está sub-utilizada, mi querido Vipére!
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